LUKE nº 89

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Arte

La identidad y sus contornos

Juan Luis Calbarro

Gabriela Trejo
Diaria ración de desconcierto
Alianza Francesa, Caracas, junio-julio de 2007

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Sin destino

La expresión de lo humano en Gabriela Trejo está vinculada a lo contingente, colgado de un tendal a través de sus signos, como a la espera de algo, incapaz de determinar su propia trayectoria o revelarse sino es por medio de lo accesorio. A ello se añade el fragmentarismo que con tanta claridad inserta a la artista caraqueña en una época de posmodernas incertidumbres. El recurso al collage no es, por tanto, un mecanismo sumatorio, sino más bien traducción de esa fragmentariedad que nos sitúa en medio de una duda perpetua.

La identidad es dudosa y se manifiesta, pues, mediante la metonimia de lo accesorio: negativos fotográficos (la imagen no concretada) o sencillos patrones de vestidos, portadores de humanidad por contacto que sólo en ocasiones ceden el protagonismo a siluetas humanas vagamente definidas. La presencia abundante de ataduras, pinzas y costuras es altamente significativa de un albedrío sometido a cuestión.

Como la identidad, uno de sus atributos -el lenguaje- se revela incapaz de constituirse en acto comunicativo; sólo alcanza la condición de trasfondo, de banda sonora, de laberinto, del barullo cuadriculado pero enigmático que son la sopa de letras o la tipografía caótica. Curiosamente, aparece el ojo como metáfora de la mirada y, por tanto, de un punto de vista definido, tal vez el único anclaje de la personalidad en el terreno de lo cierto y estable. Puede que sea una confesión: la creación plástica viene a intentar remediar tanta confusión, a paliar con imágenes la incapacidad del discurso racional para explicarnos.

Asistimos, por tanto, a una representación concienzudamente alógica de la realidad, a través del fragmento y el color aparentemente disperso o aleatorio; ni los límites entre los objetos empleados son nítidos, ni su acoplamiento resulta explicable ni la presencia de escritura aporta claridad. El contexto despoja de su utilidad a los objetos cotidianos y los sitúa en el centro del plato, a modo de diaria ración de desconcierto. Las pinzas para la colada y los torpes hilvanes, a la vez que señales de cotidianidad, dan testimonio de la fragilidad de las costuras entre los elementos que componen un mundo incomprensible, presentado como suma inhabitual de objetos habituales. Hay en todo ello una poética de lo doméstico que suele caracterizar la trayectoria de las artistas reñidas con la sumisión; y en la autora una visible voluntad de transmitir la desazón consiguiente, de envasar en pequeñas bandejas (prosaicos expositores, pero expositores al cabo) esa realidad inasible.

Tiene mucho sentido que uno de sus formatos grandes se titule Sin destino: el contenido de la existencia parece una pregunta permanentemente abierta en la obra de la artista. El destino del hombre es, parece decirnos, el de todo lo secundario que lo acompaña. Aparece tendido, suspendido a merced del azar o de una voluntad superior y desconocida. Hay un deseo de mostrar, hay un horizonte, hay un contexto, pero no llegamos a conocer la forma en que ese contexto y ese horizonte se relacionan con aquello que la obra quiere mostrar.

La clave plástica no está, después de todo, en unos elementos materiales muy reconocibles que, no obstante, en estas obras se nos antojan ariscos, cimarrones, liberados. La clave está en la composición, que en Trejo es sutil y al mismo tiempo sorprendentemente férrea y determina que una misma silueta se pueda erigir en guerrero, en imagen religiosa o en personaje poderoso según los matices compositivos y cromáticos. Apuntada indirectamente, sólo por la silueta, por lo accesorio, por el contexto, por la huella, por los contornos, la humanidad que nos revela Trejo es una que reconoce que toda su dignidad reside en la aceptación de la fragilidad y del carácter indescifrable de su destino.