LUKE nº 90

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Opinión

Zarzalejo Blues

Al Gore

Sergio Sánchez-Pando

Al Gore

La figura de Al Gore se agiganta en la medida en que se achica la de su antiguo rival, George W Bush. Contra todo pronóstico, años más tarde, el político derrotado -tiene mérito no sucumbir al estigma de perdedor en la cultura norteamericana- proyecta su sombra sobre el supuesto ganador (supuesto, por la cuestionable limpieza de su victoria y porque acaso sea verdad eso de que el tiempo acaba por poner a cada cual en su lugar), demostrando unas dotes muy superiores y desatando la melancolía de lo distintos que hubieran podido ser Estados Unidos y el mundo bajo su presidencia.

Después de todo, cabe que la derrota del ciudadano Gore fuera una bendición. Las responsabilidades y servidumbres que conlleva el cargo de presidente de la superpotencia nos habrían privado de conocer una dimensión del personaje, entonces insospechada, que parece trascender el juego político. Y es que Al Gore se ha encargado de demostrar que existe una masa crítica en el planeta, o cuando menos en el mundo desarrollado, dispuesta a escuchar una clase de mensaje que cala muy hondo en la conciencia humana.

Es verdad que el personaje -también, aunque en menor medida, su mensaje- despierta dudas, pero no es menos cierto que a muy pocos deja indiferente y cabe pensar que serán aún menos en el futuro. Contamos con la versión del Al Gore profeta, ése que nos previene de las terribles consecuencias de nuestros actos en caso de no corregirlos de inmediato. Una especie de Papa protestante con un discurso a tono con los tiempos vertiginosos en los que vivimos (por cierto, ¿qué piensa la Iglesia Católica de todo esto?, ¿cuál es su posición, si es que la tiene, ante los peligros del cambio climático? Pareciera que el debate la coge con el pie cambiado, pisando no sé sabe qué).

Tenemos también la versión del Al Gore estrella global. Ése incapaz de alzar ya la maleta repleta de premios internacionales ¿Por qué no impulsar su candidatura a la Secretaría General de las Naciones Unidas? El hombre ha demostrado poseer visión, capacidad de liderazgo, y sería una magnífica oportunidad para Estados Unidos de volver a mostrar su cara amable al mundo. ¿Acaso el mensaje electrizante que proyecta Gore no sería mucho más efectivo que el del sucesor de Kofi Annan, un ser completamente anodino de cuya eficacia no hay noticias, incapacitado a todas luces para lanzar una imagen, un mensaje vigoroso en estos tiempos mediáticos?

A estas alturas sabemos que existe una causa a escala mundial que va tomando cuerpo, un mensaje nada menos que de supervivencia que precisa de una estrecha colaboración a nivel planetario para hacerle frente. Hoy ya nadie duda de que -pese a los esfuerzos de destacados lobbies y sectores políticos- el mensaje cala, de que existe una audiencia receptiva. Tampoco a nadie se le escapa el componente político que entraña y menos que a nadie a aquellos cuyos intereses, poderosísimos, podrían verse afectados por un cambio de hábitos, de mentalidad, a escala global.

Uno hubiera pensado que el rol desempeñado por Al Gore, mensajero a favor de la preservación, la supervivencia y la identificación con la madre naturaleza, correspondía a una mujer, pero no parece que ahora mismo haya ninguna con la pujanza suficiente para algo así. Y ello pese a que el máximo aspirante a hacerse con las riendas del país más poderoso del planeta es precisamente una mujer. Sería interesante que en un futuro fuera una representante del género femenino la que recogiera el testigo de Al Gore. Serviría para simbolizar un cambio de sensibilidad global.

De momento hemos de conformarnos con un político reciclado natural de Tennessee cuyo discurso plantea interrogantes que encuentran un eco cada vez mayor. Pero una pregunta, un tanto pedestre, aún sobrevuela a todos ellos: ¿De verdad se puede confiar en alguien como Al Gore?