LUKE nº 90

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Literatura

Títulos, traducciones y desatinos: el caso Bukowski.

Luis Ingelmo

Lo que hasta hace no demasiado parecía ser tan sólo una tendencia, más o menos esnobista, hoy se nos ha hecho tan habitual que a nadie le llama la atención. Me estoy refiriendo a los títulos de películas que los publicistas prefieren dejar en su original, generalmente inglés, en lugar de ofrecer al intrépido espectador una traducción de esos títulos. ¿Razones? Seguramente ninguna. Porque no se puede calificar de razón a la mera excusa de que un título en inglés suena mejor en esa lengua en español, o que verterlo al castellano sería un malabarismo insalvable y rompería el efecto, el impacto, de la brevedad anglosajona. Sí, es cierto: el inglés tiende a la concisión, y el español a desparramarse. Claudio Rodríguez lo sabía, y por eso leyó a los románticos ingleses, para aprender de ellos la mesura y la concisión del verso inglés. Pero lo que se ha conseguido es una generación de aguerridos espectadores que, con ímprobos esfuerzos, tratan de que el título sajón suene lo menos castellano posible. Porque es un lugar común que en este país, en el que todos sabemos inglés, en realidad nadie lo habla. Querría pensar que esa tendencia de los títulos no traducidos de películas no es sino el movimiento natural del péndulo, rozando ahora el punto álgido del extremo opuesto al que alcanzó el siglo pasado, para contrarrestar así el exceso de casticismo que invadió las letras españolas. ¿Recuerdan al castellanizado "Óscar Wilde", con tilde sobre la O mayúscula? ¿O a "Federico Nietzche", o incluso a "Segismundo Freud"? Entonces, en lugar de insignes pensadores, se transformaban, sin oprobio de estas profesiones, en el pescadero y el repartidor del butano. De manera que, si me lo permiten, voy a tomar cierta perspectiva, la que conceden, digamos, unos quince o veinte años, para observar por dónde van los tiros y, después de transcurrido ese tiempo, realizar un juicio lo más mesurado posible al respecto.

Hoy, sin embargo, y quizá al hilo de lo que comentaba antes, querría comentar algo que no admite excusas, porque no las tiene, y para lo que, como mucho, podrá esbozarse alguna explicación, más o menos afianzada en el objetivo último de algunas editoriales, que no es otro sino el de hacer dinero contante y sonante. Estaba pensando, en relación con esto último, en los títulos con los que la editorial Anagrama ha presentado la narrativa del estadounidense Charles Bukowski al público lector español. Comencemos, por ejemplo, con una colección de relatos y poemas, Septuagenarian Stew, que ningún editor que quiera sacarle algún dinerillo al libro se atreverá a ponerlo en una portada de su catálogo. Porque una traducción mínimamente honrosa tendría en cuenta que "stew" es un guiso, un estofado, ya saben, un perol lleno de pedazos de carne y de zanahorias, patatas, puerros, quizá una cebolla en rodajas, todo ello cociendo a fuego lento para que espese y coja consistencia. En cuanto al adjetivo "septuagenarian", no es más que "septuagenario", desde luego, o sea, relativo a los setenta. Y es que Bukowski acababa de superar la barrera de los 70 cuando lo escribió. No es más que eso. Pero no: un guiso, un estofado septuagenario no es un título que case con la imagen de maldito y borrachuzo que querían construir para el poeta de Los Ángeles; cómo iban los editores a presentar al más indecente de los degenerados americanos con un estofado en la portada de un libro. Es preferible, en su lugar, el otro de Hijo de Satanás, que engancha mucho más porque apunta hacia el lado perverso del lector, se dirige a ese Mr. Hyde que todos nosotros, humildes y bienintencionados doctores Jekyll, cargamos bajo el dobladillo del pantalón. Pero la sorpresa llega cuando se descubre que el título del primer cuento de la colección es, precisamente, "Son of Satan", que no ha habido ni intencionalidad ni premeditación del editor: todo era una artimaña, traída por los pelos, todo hay que decirlo. Y querrán exculparse los de Anagrama con un: Bueno, nos hemos inspirado en una práctica poética habitual, la de hacer que un poema sin título adopte el primer verso a modo de epígrafe. Y entonces es cuando a nosotros se nos queda tal cara de pasmo que nos confunden con un mimo callejero y nos echan unas monedas a los pies. Por cierto, y para que conste en acta, el libro publicado por Anagrama se dejó en la cuneta todos los poemas del volumen original, y uno no puede por menos que preguntarse quién les ha dado potestad a ellos para que recorten y hagan jirones los libros ajenos. Y como este particular va más allá del asunto que hoy nos ocupa, prefiero dejarlo estar.

Prosigamos, pues. Otra de las colecciones de cuentos de Bukowski lleva por título South of No North, el cual me parece de lo más poético y revelador: El sur de ningún norte. Es algo así como rizar el rizo, como decir que no nos valen ni las dicotomías, ni la lógica binaria de Aristóteles, ni los unos y los ceros de los ordenadores, porque el sur del que hablamos, el sur al que Bukowski aludía con su título, ese sur no tiene norte. Porque, a la postre, prometerle al respetable público la existencia de un norte es apostar con sus esperanzas y sus sueños. No hay norte, es lo que viene a decirnos Bukowski, y lo más que podemos aventurar -sin demasiada convicción- es que se intuye la presencia de un sur, el sur en el que tanto nos cuesta pensar a diario, las "Stories of the Buried Life", como reza el subtítulo del libro, los relatos, las historias de la vida enterrada, en el sentido de soterrada, escondida, subterránea, es decir, aquello de lo que nadie se ocupa, de lo que nadie quiere oír hablar, de aquellas dos abuelas matándose a cuchillazos porque se debían tres euros de la vuelta de la compra. Todo eso es parte de un sur sin norte, pues no hay quien le ponga brújula a este desaguisado que es la vida. Bien, pues a South of No North lo hemos conocido en España como Se busca una mujer. Y se preguntarán ustedes, ¿de dónde habrán sacado ese título? ¿Cómo habrán llegado hasta ese título en español? No vayan a pensar que entre los publicistas de Anagrama se encuentra alguno tocado por los dioses: el título procede de un cartel que uno de los personajes del primer cuento de la colección ve pegado en la ventanilla de un coche. El cartel en cuestión reza "Woman Wanted", con claras resonancias a los famosos reclamos del lejano oeste en los que se exponían los rostros de los forajidos más buscados bajo un inmenso "Wanted", incluso con la coletilla "Dead or Alive", "vivo o muerto", y la recompensa que reportaría su captura. Así es que, en esta ocasión, los editores de Anagrama no se han quedado en el burdo título del primer relato de la colección, sino que han hurgado en los entresijos del relato y, como por arte de birlibirloque, sacaron de la chistera un conejo fluorescente. Y olé. Y una vez resuelto el misterio de las referencias, queda por dirimir el otro, más peliagudo, de qué relación pueda haber entre el original y el que Anagrama escogió para el volumen. ¿Necesitan una respuesta? Ya me figuraba yo que no...

Pero tampoco querría extenderme innecesariamente cuando entiendo que mi argumento ha quedado bien apuntalado con los ejemplos previos. Los dos que siguen los incluiré a modo de mensaje telegráfico. Música de cañerías es la traducción que Anagrama escogió para Hot Water Music, que no puede ni compararse al original, pues se zampa de un solo bocado la alusión a la Water Music, la Música Acuática de Haendel, además de obviar la otra referencia, quizá más indirecta, a las pensiones de mala muerte en las que sólo se dispone de agua fría en los baños comunales. Cuando ducharse significa un sacrificio, por el riesgo de tiritona añadido que conlleva, el agua caliente sin duda se convierte en música celestial. Y, una vez más, todo el lirismo de un título desaparece de un plumazo. Y paso ya al último ejemplo. La autobiografía de juventud de Bukowski, Ham on Rye, publicada en nuestro país como La senda del perdedor, sería quizá traducible como Jamón en pan de centeno, con esa palmaria referencia a The Catcher in the Rye, El guardián entre el centeno de J. D. Sallinger, que también es, como de sobra es sabido, una novela autobiográfica de juventud. Por no mencionar el hecho de que no puede haber nada más simple y vulgar y cotidiano que un bocadillo de jamón en pan de molde de centeno, que es lo que el título de Bukowski quiere asimismo recoger. Pero eso es, precisamente, lo que se pierde cuando se destierra el gusto por el matiz y se prefiere, en su lugar, vender la imagen premeditada de alguien, de un escritor en este caso, en lugar de permitirle al lector que vaya forjando la suya propia. Si es que en algún momento tuvo la necesidad de tal imagen; porque acaso lo que sucede es que olvidaron la lucha constante del escritor contra las definiciones, contra las limitaciones y las barreras. Cuando se parte del presupuesto de que la escritura es dinero, todo lo demás queda supeditado a esa premisa. Y entonces llega el momento de que el creador haga mutis por el foro y deje que sean los números y los rediles para las ovejas los que tomen las riendas de la situación. Y amén, todos a comulgar con la misma muela de molino.