LUKE nº 90

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Literatura

El corazón de Ahab

Federico Fernández Giordano

capitán Ahab

La literatura está plagada de personajes, más o menos representativos de la naturaleza humana, cuyos nombres y caracterizaciones pasan a formar parte de nuestro sedimento cultural con mayor o menor impronta. Todos conocemos al personaje más universal de la historia de las letras hispanas, el caballero alucinado y ambivalente que se paseaba aferrado a una lanza y en compañía de su fiel amigo por los desiertos castellanos. Al detective sagaz y espigado que, armado únicamente de su lógica y su pipa, contribuyó a resolver toda suerte de misterios en el Londres victoriano. O a ese hombrecillo enfermizo y taciturno, parado ante las murallas de un castillo impenetrable, cuya identidad se halla ligada a las aristas de una letra bárbara. Dentro del género de "aventuras", concretamente en la literatura de navegaciones, se dan asimismo un buen número de personajes representativos, en su mayoría por ser criaturas intrépidas cuyas hazañas nos llenan de asombro, desde el avieso navegante de las odiseas mediterráneas, pasando por el afortunado pirata de las noches árabes, hasta algún célebre corsario o capitán, el cual, alzando su catalejo hacia el horizonte desde el castillo de proa, desafía a los elementos y con ellos al propio destino.

Sin duda uno de los más inquietantes en la categoría de los itinerantes marinos es el paradigmático capitán Ahab, en cuyas facciones contritas y obsesivas, en su dolorosa pata de palo y en su irrompible determinación relucen las más insondables y oscuras (pero por ello también las más atractivas y enigmáticas) de las pasiones humanas. Quién podría sondear, como el propio Ahab sondea las procelosas aguas del océano, las motivaciones y anhelos que su autor, Herman Melville, quiso depositar en la actitud hosca y siempre vigilante del capitán del Pequod. Tal vez el escritor fuese a su vez un ser entregado a la consecución de un objetivo imposible, que contra todo pronóstico razonable se agitase y buscase de forma desesperada la conclusión de un sueño. Un sueño que en Ahab aparece dominado por la sed de venganza, cuyos rasgos encarnan el deseo permanentemente insatisfecho del hombre en busca de sus aspiraciones, por nefandas y absurdas que éstas puedan parecer. Del mismo modo, quién podría sondear el significado de la bestia blanca escondida en las profundidades, tras cuyo rastro Ahab se perderá irremediablemente. Quién no sintió pavor al imaginar al desdichado marino atado al lomo marfileño de la ballena, diciéndonos adiós antes de sumergirse en la negrura con una improbable mueca de satisfacción. Algunos han querido ver, en esa inexplicable marcha hacia las profundidades tras Moby Dick, un reflejo de las generaciones de hombres que a lo largo de la historia se han sumergido y perdido tras causas igualmente irracionales. Asimismo, hay quien ha identificado en la figura de Ahab, en su mirada lunática puesta siempre en el horizonte, la imagen del líder que enajenado se lanza de cabeza a una destrucción segura, arrastrando consigo muerte y desolación. Su obsesión por la ballena blanca, sin embargo, es el símbolo perfecto de todo aquel que se pone una meta fija en la vida y la persigue hasta sus últimas consecuencias.

La conducta irresponsable y pertinaz del capitán Ahab es un monumento a la constancia humana, pero también a su irracionalidad. En él existe una ciega ambición, un reclamo que lo empuja hacia lo imposible, y de algún modo esto lo redime en un mundo caracterizado por fines y causas posibles. La suya es una determinación que rivaliza con las fuerzas de la naturaleza y de la tragedia clásica, contraviniendo el destino, y, aunque su sino sea ceder finalmente a esas fuerzas ingobernables, Ahab se sumerge en las aguas desafiando, plantando cara al "fatum", a sabiendas de que esa batalla que acabará perdiéndolo es también su particular forma de salvación.

Contra toda causa posible, contra toda noción de razón edificante o filantrópica, en el abismo negro donde Moby Dick tiene su hogar infernal, más allá de nuestros dominios y cálculos, habita una verdad que se desvela necesaria en la misma medida que irrealizable, y es que el hombre será consumido en pos de sus aspiraciones, o no será nada al fin y al cabo. Por eso, en un reducto profundo y todavía caótico de nuestros corazones, el capitán Ahab prosigue su búsqueda.