LUKE nº 90

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Literatura

Cruce de caminos

Palabras para el poeta Ángel González

maría luisa balda

Como una lectora más, entre tantos hombres y mujeres anónimos que han sentido y pensado a través de tus poemas, conozco que has vivido cielos, infiernos e intensos momentos en los que la enloquecida fuerza del desaliento te ha dejado desarmado, abatido.

Y por eso, y por mucho más, quiero decirte, Ángel González, que hay muchas personas que sienten retazos de lo que tú has sentido; y que ese vagar difuso, que ocupa tantas veces nuestra mente y no sabemos cómo expresar, toma cuerpo en tus palabras. Palabras que nos permiten detenernos y unir con sus hilos nuestras incoherencias.

Quiero también decirte que en tu ancha mirada se refleja, como en un espejo, el impulso y el desánimo que todos llevamos dentro. Espíritu contradictorio que es atributo de lo humano, y que no permite otra escapatoria -para mantener el equilibrio- que aceptarlo y aprender a convivir con él.

Quiero contarte que las miradas del lector y del poeta se encuentran y se juntan irremediablemente, casi en la misma medida y con parecida cadencia que se atraen las palabras formando el lenguaje, que -como tú dices- es

nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que los cuerpos que se aman

Necesito confesarte que has sido una buena compañía en momentos de extrema sensación de soledad; y que, como siempre ocurre con la verdadera poesía, la lectura de tus poemas me descubrió un lugar de encuentro íntimo entre el lector y el escritor. Porque al leer poesía, las palabras se abren y dejan un hueco por donde el lector puede tocar, con dedos invisibles, los dedos del poeta (esos que se hacen evidentes a través de sus palabras).

También quiero explicarte que, aunque la esperanza aparece demasiadas veces caída y desplumada en tus poemas, esa esperanza -alimentada quizá por los ojos de tus lectores- continúa revoloteando entre tus versos.

Quiero contarte que, quizá ingenua, tengo aún la certeza de que la poesía es ella misma esperanza: esperanza de que algo cambie, en las personas y en el modo de comunicarnos.

Claro que sé que a lo largo de la historia nunca ha habido un gran número de lectores de poesía, y que ahora -según parece- se lee aún menos y tendrá todavía menor influencia sobre el discurso de los humanos (sobre esta forma loca que tenemos de vivir el tiempo). Pues, aunque todo esto sea cierto, alimento con esfuerzo la convicción de que siempre existirán lectores de poesía; lectores que desearán sentirse acompañados por las palabras de los poetas y que, como ellos, como tú, Ángel González, aspiren a un mundo más cálido, menos áspero, menos cruel.

Por eso, y por tantas cosas más, no me mueven a compasión tus años, tu edad; porque en el tiempo que hasta ahora has vivido, prestando tu voz para expresar tantos sentimientos, emociones y pesares del humano, has logrado el mayor éxito: no ser superfluo.

Y por último, quiero también decirte que aunque el tiempo que a cada uno nos toca entretener es efímero, tus palabras no lo son: ellas, como toda buena poesía, parecen haber escapado del tiempo. Y tú con ellas porque, como dijiste en una entrevista, algo o mucho de ti persiste en lo que has escrito.