LUKE nº 85

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Arte

Casa de Algodón o la hora del regreso.
Una lectura personal acerca de una serie de Juan Carlos Alom

Mónica Ravelo

Este es el tiempo de la tensión entre morir y nacer
el lugar solitario donde tres sueños cruzan
entre rocas azules.....
Miércoles de ceniza

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Juan Carlos Alom

Alom y yo nos vimos una última vez en el 2004. Fue cuando presentó el vídeo-instalación Ritual a la Ceiba, en el contexto de la 8va Bienal. En esa ocasión hablamos de sus proyectos futuros y, casi sin notarlo, tejí con el artista una fuerte afinidad que más tarde se tornó incertidumbre, cuando luego de aquel encuentro volví a oír de él: "se fue para España", "tal vez no regrese", esas cosas que a menudo se dicen de quien sale de Cuba. La sorpresa vino acompañada de cierta decepción: temí no presenciar los proyectos de que hablamos, y verlos morir sin llegar a nacer.

Con su regreso a principios de 2006, Alom no solo revierte el halo sedicioso con que algunos quisieron definirlo, sino que confirma que a pesar de la distancia no estaba lejos. Y no es sólo que haya vuelto, sino que del amasijo de desgarramiento e irreverencia que arrastra su serie, Casa de Algodón surge, como del río los lotos, la ternura que solo la vuelta a casa podía suscitar. Hay mucho de autorreferencia en esas fotos. Ellas nacen de la rebeldía; del deseo de vivir en el extrañamiento de saberse un extraño; de la búsqueda febril en sí mismo lejos del contexto conocido. Y, luego de la ebriedad de tocar el límite, expresan la redención que sobreviene en la calma que sucede al exceso.

Luego de compartir con gitanos errantes la obsesión de la libertad, y de mucho caminar por tierras españolas, Alom decidió tomar como abrigo la paz de una pequeña isla del mismo país. No era Cuba, pero se la recordó. La idea del regreso tomó fuerza, aunque no en un sentido trágico sino como el final orgánico del recorrido. Este era ya un estadio necesario, y el título es muestra de ello. La casa es el amor, la paz y el origen. El algodón refiere la suavidad, el calor, la protección. Y aunque no es una idea esencial en la serie, sino que sirve al juego tropológico de equivalencias, el artista ha previsto que la casa es también la Ceiba donde reside Iroko y que pertenece a todos los santos. El algodón es parecido a las fibras que da el fruto de la Ceiba, y a su vez un símbolo de Obatalá, deidad en que confluyen la pureza y la virtud de conciliar el espíritu.

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Juan Carlos Alom

De la misma manera en que la relación con la cultura popular cubana no es un canal expreso en la comprensión de la obra, en términos visuales las piezas se tornan espejos ambiguos que a menudo parecieran derivar de la dicotomía rebeldía-conciliación. Ambos polos confluyen para dar a luz imágenes sublimes, por el delicado sentido estético; y porque a pesar de la oposición de los sentimientos, o quizás como una de sus causas, al contrastar ellos se exacerban.

El sistema de las dualidades tiene como primer eslabón la amplia gama de colores, tendentes a los tonos brillantes. Gracias a ellos la visualidad gana en lirismo, al tiempo que marca un nuevo camino en comparación con la obra anterior. A diferencia del "tenebrismo" de las imágenes más conocidas (mayormente en blanco y negro), solo encontré una delicadeza semejante de contrastes a principios de 1990, ante el fenómeno de la paternidad. El artista veneraba al vientre de la madre en gestación como al tótem, o lo cercaba de plumas, a semejanza de los receptáculos de poder. Aguardaba la llegada de una nueva vida, quizás por eso tendiera hacia los rojos y rosas. Si establecemos un puente entre el presente y aquellas circunstancias, el colorido de Casa de Algodón hará que se asienten ciertas coincidencias anímicas. Ellas nos llevarían a una lectura optimista, más cuando el autor se inclina a recontar sus vivencias felices en el extranjero, entre ellas el nacimiento del segundo hijo.

Sin embargo, tal vez como un reflejo de mis incertidumbres, siento que una fuerza inconsciente ha llevado a la potenciación del color. Acaso ella me lleve a adivinar, en muchos casos, el peso de la impotencia, de cierta aflicción que se esfuerza por traducirse en alegría. Aunque no es la solución cromática el único elemento que me lleva a esa tesis. Noto significativa la constante de graffitar los títulos, un gesto por lo general cargado de evasión y automatismo. Actúa como la voz muda que nos cuestiona el placer visual, por medio de las contracciones coloquiales y de la carga confesional que añora hacerse pública. En cada frase sobrevive el sentimiento contenido, la emoción que no fluye y que a medias palabras desea ser notada. No ha faltado quien, sin embargo, reciba este motivo como otro hecho estético, incluso quien llega a renegar de él por ser un canal de fácil acceso al sentido de la imagen. Pero es más que eso. Diría que es el grito que no puede callar ante la rigidez del deber ser, y menos ante las prescripciones de un arte conceptual que se complace en el distanciamiento emotivo.

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Juan Carlos Alom

Al tiempo que la visualidad de las imágenes remite a nuevas circunstancias vivenciales, reaparece la temática del sacrificio que ha sido una constante en la obra del artista. Aunque para esta ocasión se adapta a distintos sistemas de relaciones. En trabajos anteriores partía de la veneración de la naturaleza, de los ciclos que la conforman. De tal forma se adentraba en el sendero de la introspección y canalizaba sus interrogantes a través de la fotografía. Ahora los procesos ocurren en el artista y se expresan tanto a partir de constructos como de situaciones tomadas de la realidad que, más que ubicarnos en un estadio determinado, nos remiten al resultado. Esto deriva en representaciones más accesibles, a partir de objetos más fáciles a decodificar que los que tuvieron lugar en series anteriores del autor. La síntesis de estas imágenes, unida a la exacerbada estetización y a ese sentido de último instante, que se une por momentos a la lentitud del tempo, conforman una amalgama en la que se hace difícil reconocer cuándo nos golpea la crueldad o nos acaricia la ternura. Puede que sea este el mayor misterio de unas fotos que simulan entregarse fácilmente.

Un trozo de tierra baldía no cita el contenido del poema homónimo, es solo una oportuna coincidencia de palabras. Con ese título, más que enunciar lo perecedero de la sociedad, el autor parece forzar el silencio, es posible que sea el suyo propio. Una lengua de res aparece cosida por los hilos que ha tejido el hombre (nunca se supo cómo o cuándo se abrió) y es tan impropia su existencia que infaliblemente será sentenciada a la trampa de los roedores. Acecha la amenaza de la autorrepresión, una de las facetas más hirientes del sacrificio.

Un cariz diferente asume el fenómeno en No quieras saber más de lo que te muestro, título que ha sido graffitado en el muro rojo. El punctum de que hablara Barthes, no está solo en la lengua de res que aparece hendida por el puñal de Santa Bárbara, se le adiciona la fuerza de la frase. En el gesto de escribirla, y en su sentido, hay amenaza, evasión, distanciamiento, y a claras luces el sentido de la discreción, que marca la convivencia popular. Las imágenes son expresión del destino que escribe el sujeto, remiten a sus relaciones sociales y a la propia decisión. La situación no es diferente en Km0, contigo en la distancia, solo que la crueldad que antes notáramos parece plegarse ante sentimientos más íntimos que brotan como respuesta al filo de los extremos. La línea blanca de cocaína que cruza la toma señala un camino, peligroso pero posible, se anuncia como eje y centro a partir del cual pudieran acortarse las distancias.

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Juan Carlos Alom

El poder de la suerte o el misterio de lo que está por venir subyace en las apropiaciones de animales. El gato muerto a lo largo de la carretera, encontrado al azar; las patas de gallina que simulan ahogarse entre las motas de algodón; o el pájaro muerto sobre pétalos rojos, despersonalizan las circunstancias. ¿Quién las llevó a cabo? ¿Alertan a quién? Son cuestiones aún sin respuesta, pero hallarla parece ser lo menos importante. Lo esencial es mantener el peso de la amenaza sobre todas las cabezas, mientras sucumbimos ante el placer. La belleza es el pretexto a través del cual el artista agota las trampas a la razón y el gusto popular es la fuente visual de la que bebe una y otra vez.

Por momentos la ventura halla otras estrategias de expresión que si bien no recurren al animal, hacen cómplice a la naturaleza. Quizás sus ambientes sean los mejores aliados para la marcada estetización así como para adentrarnos en lo desconocido. Lo sospechoso está en que el hombre juegue a interceder sobre lo natural y que se aferre a ver en el resultado la estrella de la esperanza. Casa de algodón acude a la construcción sobre el paisaje. Aluda el montaje irregular que se representa a una casa, una mesa, o una cama, cubierta de algodón, de igual manera hallamos un sueño inconcluso, que se pierde en el yerbazal y en lo profundo del camino. Las plantas medicinales florecen de nuevo potencia a tal grado el lirismo que, en su apretada síntesis, no caemos en cuenta desde el principio que de la planta sólo es propio el tallo, pues sus flores de algodón han sido dispuestas al gusto. ¿El traspié que la ironía le puso a la ilusión? ¿El temor de saber que por más que lo neguemos el destino marca sus propias expectativas? Con el deseo de no ser parcial, me pregunto si será esta la metáfora del renacimiento a partir de los actos humanos positivos. Quién quita que no, sólo que ambas lecturas, por distintas que sean, están llamadas a convivir.

Del péndulo de la vida derivan felicidad y zozobra, presente y futuro. Del gravitar constante brotó El poder de la suerte, una respuesta del artista a sus circunstancias vivenciales, cuando el reencuentro con un cubano le dio la luz en tierras extrañas. Le "abrió los caminos", solemos decir, con la habilidad de ver con los ojos cerrados. Por eso lo enviste del poder divino, a semejanza de Elegguá. Esta es una de las cuatro imágenes en que aparece la figura humana, todas con claras señales autobiográficas. Aunque es la única de ellas en que hay una relación directa con la temática de lo porvenir.

Una foto alejaría de las generalizaciones temáticas: Sin noticias tuyas. No será justo ceñirla al sacrificio o a los recodos del azar. Creo que en ella la palabra y lo representado, son suficientes para dejarnos palpar los sentimientos. No negaría que ya ha traído opiniones contrarias, sobre todo por esa obstinada brillantez de la paleta que para algunos refiere satisfacción, y en la que no puedo ver más que lo opuesto. Se me ha hecho difícil asumir esa foto sino desde el perro leal que mira al horizonte, en que se unen el mar y el cielo. Por lo visto, el animal no ha perdido las esperanzas ya que se mantiene de cara a la costa pero, valiéndome del rótulo, sin recibir las noticias que espera, y sin otras resonancias que las que puede incitar la figura del perro.

En qué medida Casa de algodón ha querido ser el rescate visual de los momentos felices de Alom o la expresión de la añoranza por otra realidad, no puedo afirmarlo. El mayor encanto que he notado en esas fotos ha sido el de reflejar todo cuanto he necesitado. Las concibo creciendo en la medida en que maduró la idea del retorno, como madura el día llegando la noche. Y por más que para algunos sea de otra manera, veo venir estas imágenes con la hora violeta, la del regreso, aquella que anunciara Eliot en "La Tierra Baldía":

"la hora violeta, la hora del atardecer
que nos empuja hacia el hogar,
y trae al marinero a casa desde el mar".