LUKE nº 85

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Creación

Microrelatos (pertenecientes a "Capitanes de azúcar")

Pedro Flores

CUESTA ABAJO

Todas las calles del barrio desembocan en un baldío de riscos, cuevas y zanjas. Hay una larga y muy inclinada rampa de tierra que muere muy abajo, casi al borde de la carretera. Nos ponemos en fila en su vertiginosa cima, unos sentados sobre una tabla, otros sobre los rápidos aunque poco fiables trozos de tejas de uralita, algunos con el culo metido dentro de una lata de pintura vacía, y nos lanzamos pendiente abajo entre gritos y pantalones rasgados. La emoción se acaba cuando mi hermano aparece con una enorme bañera vieja en la que cabe entero y aerodinámico; no tiene rival su superdeslizante y envidiado bólido bañeril, cuya única espuma es la de la envidia que suscita. Por la noche la esconde en algún hangar secreto hasta la carrera siguiente. Nunca solucionó su problema de frenos.

LA TIENDA

La carretera que comunicaba el barrio con el resto de la ciudad era una empinada pendiente, si se iba, y una cuesta pronunciadísima si se venía. Aquel cordón umbilical a menudo quedaba bloqueado por algún camión demasiado viejo para ese semiasfalto tan arduo y no era raro tampoco que volcasen en la cerradísima curva de la panadería, sobretodo si venían excesivamente cargados desde los muelles. En ese punto estratégico se hallaba, quiero pensar que por azar, la tienda de Pablito, centro no sólo de aprovisionamiento del barrio, sino también de información. Sucedía que cuando los reumáticos camiones volcaban o dejaban un reguero de mercancías desparramadas a su paso, Pablito salía de su mostrador como una araña sale de la oscuridad al sentir las vibraciones de las patitas de la mosca en la red; el día que rodaban naranjas por la cuesta, había oferta de naranjas en casa de Pablito, el día que algunas cajas de pescado volaban por causa de la inercia o de los baches, medio barrio comía el pescado que esa mañana había sido el producto estrella en la vigorosa mercadería de Pablito. Una de nuestras fechorías más osadas y luego celebradas consistía en someter una moneda largamente al fuego de un mechero, después de dejarla disimuladamente, con un pañuelo, sobre el mostrador pedíamos a Pablito la cantidad de chucherías equivalente a la incandescente moneda. Para este entretenimiento elegíamos siempre la hora de más afluencia de parroquianos, cuando era mayor el frenesí vendedor e informante de Pablito, pasábamos más desapercibidos y sobre todo cuando su alarido inhumano dejaba con el corazón en un puño a buen número de vecinas con rulos y a algún que otro borrachín de al final del mostrador.

EL MAR

No vamos demasiado a menudo a la playa, pero cuando volvemos nos bañamos con una manguera dentro de una pileta de piedra, en la azotea. Está anocheciendo ese día de verano. He compartido con mi hermano las olas del Atlántico, donde aprendimos solos a nadar, metiéndonos en el mar de la mano, cada vez más adentro, braceando como podemos, manteniéndonos a flote sobre la piel del mar o, lo que es lo mismo, en el fondo del cielo.

EL ESPANTO

El espanto vive en la panadería abandonada. Es un edificio en ruinas por dentro y por fuera, con una chimenea altísima en la azotea y una escalera en el interior que nadie ha logrado ascender, descifrar del todo. Se dice que allí mora un ser espantoso que aúlla por las noches y lame por el día la cal de las paredes, y es por eso pálido como un susto. Pero nadie lo ha visto. Un día la puerta amanece enladrillada, las ventanas condenadas y la azotea protegida por una valla muy alta. Ya no podremos colarnos en esas penumbras inciertas a buscar el miedo; alguien nos ha arrebatado nuestro derecho al misterio. Quizá un ser imposible, ingenuo y calmo, respire tranquilo, por fin, en su mundo de muros desconchados y hornos helados, porque los monstruitos chillones y sucios del país del ruido y las nubes ya no perturbarán más sus largos paseos solitarios.

Pedro Flores

Pedro Flores. Las Palmas de Gran Canaria. Como ensayista es autor de los siguientes títulos: "Roque Dalton o una praxis de la inmortalidad", "Catorce poetas canarios noveles", "La obra poética de Antonio García Ysábal", "Durmiendo al filo del acecho" (seis poetas salvadoreños últimos).

Es co-antólogo del libro "Los transeúntes de los ecos", antología de poetas canarios publicada en La Habana. Con el texto titulado "Subversión y Memoria", participa en el tomo Poesía Canaria (1980-2002) Cuatro Propuestas Críticas de la Editorial Baile del Sol, y con el titulado "Todos somos excéntricos, todos somos centrales", en el libro Literatura Canaria, Estado de Sitio.

En 1993 presenta al poeta José Hierro con el texto titulado "Cuanto sé de ti", leído en el CIC de Las Palmas. Ese mismo año funda, junto a Alexis Ravelo y Carlos de la Fe la revista "Plazuela de las Letras". En 1995 dicta sendas conferencias en la Universidad de Utrecht (Holanda) sobre la Poesía de Neruda y la obra poética de Borges.

Trabaja para los diarios La Tribuna y El Mundo-La Gaceta de Canarias, ambos de Las Palmas, para los que realiza más de un centenar de artículos y entrevistas.

Como poeta ha publicado los libros "Simple condicional", "Memorial de olvido", "La vida en ello", " Nunca perdimos París", "El complejo ejercicio del delirio", "El ocio fértil", "La poética del fakir", " Diario del hombre lobo", "Con la vida en los talones" (Antología poética 1992-2002), " Fieras sin música" (infantil) y "Al remoto país donde sonríes".

Ha obtenido entre otros, los premios Esperanza Spínola, Domingo Velásquez (con un jurado presidido por José Saramago), Pedro García Cabrera, Ciudad de Telde, Universidad de Las Palmas, Tomás Morales, Jaime Gil de Biedma, Alba y Ciudad de Las Palmas.

Figura en las antologías Última Generación del Milenio, Ocho años de Literatura en Canarias, Los transeúntes de los ecos, La Nueva Poesía Canaria (Verbum), De las Islas Canarias a Marsella o Antología de la Poesía Canaria (Perú). Sus poemas han sido traducidos al portugués, italiano y francés y han aparecido en publicaciones de Argentina, Cuba, EE.UU., El Salvador, Francia, Portugal e Italia.