LUKE nº 83

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Arte

Panes, peces y ríos de tinta

Inés Matute

Miquel Barceló, artista: «Siempre he pensado en la figura del pintor como la de Cristo»

Vayan por adelantado un par de observaciones:

capilla del Santísimo

Uno: quien desee conocer las dificultades técnicas a las que se enfrentó Miquel Barceló durante los siete años en que se estuvo gestando el proyecto de la famosa capilla del Santísimo, que acuda al Magazine de La Vanguardia del día 7 de enero. El reportaje firmado por B. Mesquida es sin duda magnífico, a pesar del tufo a peloteo que se percibe desde la primera línea y que se confirma con ciertas complicidades "muy compadres" tan gratuitas como insufribles. (En el amiguismo moderno ya no hay pudor). Dos: No hablaré de "la capilla de Barceló" sino del "Espacio Barceló", no sólo porque la susodicha capilla no lo es, sino porque me resultaría tan extraño, dado el contexto donde se ubica, como hablar de la "Capilla de Almodóvar", "El sagrario de la Jurado" o el "Altar de Isabel Coixet".

Dicho está.

Para quien aún no sepa de qué va la cosa, le diré que se trata de un montaje de arte contemporáneo instalado en la antigua capilla del Santísimo, que a su vez forma parte de la bellísima catedral de Palma de Mallorca. La obra, un impresionante retablo de cerámica - u ola de barro- que recubre las paredes de la vieja capilla a modo de segunda piel es francamente audaz, dado el material empleado y las características propias del espacio (textos altos y abovedados, falta de luz, etc), de lo cual se deduce la incuestionable magnitud del logro. Admitido esto, y tras el consabido desfile de monarcas (los de peaje obligatorio), medios desinformativos y varios miles de mallorquines curiosos frente al tremendo bodegón - pulpos, sandías, congrios, panes y demás- me permito el lujo de sugerir la conveniencia de separar lo que es mera emoción estética de lo que es sentimiento religioso o pedestre fervor. Durante mi visita, cientos de personas, extasiadas al descubrir bien un molusco, bien un calamar, proferían exclamaciones que de algún modo parecían alimentar su muy católica fe - ¿En Dios o en Barceló? -. Ya sabemos que Dios anda entre pucheros, pero de ahí a escoger a un ateo en permanente estado de cabreo para ganar nuevos adeptos, me sobran varios años luz. A los católicos les duele la religión y a los artistas se la trae floja, pues donde reine su personal engrandecimiento, que se quite el de Dios. En líneas generales, c'est à dire. Está claro que, desde este paganismo de fondo, los creyentes aspiramos a alcanzar el cielo comiendo morcilla y palpando tetas - "a Dios rogando y con el mazo dando"- y hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Alguien mucho más culto que yo ha escrito que "cualquier parecido con la austeridad luminosa de las mezquitas o la tersura matemática de las iglesias nórdicas es pura coincidencia, por desgracia". Pues sí. O con la capilla de Rothko en Houston. O con la "habitación de San Juan de la Cruz" de Bill Viola, otro artista contemporáneo y trasgresor. Tampoco hay en este espacio el menor vínculo con la tradición religiosa española. Por no haber, no hay ni cruz. Si hay un pseudo- Cristo que está hecho un idem, pues resulta enano, feo, amorfo y muy poco "rezable" -pasaré por alto que su cara es la del propio Barceló, dado que todos los grandes artistas han practicado el culto al ego- o que la Iglesia se quejó de la desmesura de sus atributos -ya rectificados- pero, que el símbolo por excelencia de los cristianos, la cruz, no aparezca ni siquiera en plan miniatura, al lado de una quisquilla, me escandaliza. Una capilla sin cruz. Un cristo sin pasión, perdido entre peces y fangos más propios de un mural de una marisquería de Santanyí. Con sus agrietamientos orgánicos naturales, of course. No creo que lo experimental tenga cabida en una catedral, improvisada galería de arte moderno, ni que Barceló, con su neo expresionismo salvaje, sea la persona adecuada para interpretar unos signos que pertenecen a una iconografía que personalmente le repatea. La imaginería clásica puede quedar obsoleta, es cierto, pero sustituir a los santos por percebes y esperar que las beatas caigan postradas a sus pies me parece muy ingenuo, por mucho que Barceló haya conseguido lo más grande, lo que tanta ilusión le hacía hace años, cuando disfrutaba de un ron junto a su entrevistador a los pies de la Almudaina: "Lo que yo quiero, Biel, es exponer en la catedral". Curioso verbo fue a elegir mi ateo favorito: exponer. Las vidrieras de este controvertido "espacio de autor" se rajaron al primer golpe de viento, por cierto, una semana después de la inauguración. En fin, dado que son casi negras, algo de luz entró. Y ahora, muchachos, dejémonos de hostias y agua bendita y recémosle a un melón.

capilla del Santísimo