LUKE nº 83

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Arte

Artistas contemporáneos en Chile ( 1ª parte )

Alvaro Cárdenas

De quienes escribo

Festín (detalle), dibujo - instalación, 2006 [ Ampliar +]
Andrea Ugarte

No es el intento por construir una especie de ensayo que logre calzar todas las piezas de un mismo juego. El correspondiente desorden insolucionable es para mi la clave de poder escribir. En esta oportunidad he considerado un número estimable de artistas visuales chilenos, pero no todos ellos podrían estar ligados a alguna tradición que los determine como tales. Chile es el territorio en que nacieron, pero es una palabra que los afecta indistintamente. Sus influencias, motivaciones y posibilidades de expansión superan la realidad local, pertenecen a un siglo en ciernes, interconectado, y quizás por ello suene paradojal que sean parte de manifestaciones aisladas y perdidas (de allí lo insolucionable del momento). Nuestra historiografía del arte podrá depararles una mayor complejidad de análisis en el futuro, pero para ello deberá superarse el penoso estado de producción de la crítica actual y su magra circulación, incluyendo la todavía escasa valoración de las publicaciones digitales y el privilegiado uso de Internet. Creo que para el escribiente el texto es la enfermedad y sus influencias son sus síntomas. No escribo sobre lo que no quiero escribir, ni por compromisos más allá de los puramente creativos e intelectuales. Cualquiera de estos artistas es capaz de alimentarme esos aspectos y el resultado, aunque mucho tiene que ver con el enfrentamiento con mi propia historia, no hubiera sido posible sin el intercambio que tuve con cada uno de ellos y con sus obras. La incapacidad de comprender el absoluto de sus trabajos me proporciona al menos la oportunidad de escribir un texto incapaz de ser descifrado en su totalidad. Así me desquito un poco y por cierto, dejo a otros la posibilidad de seguir descubriendo.

Andrea Ugarte

Si las líneas vienen y van, sin fijarse un propósito más que brotar y avanzar por la hendidura, es el fluir inconciente quien marca el final, y las separaciones (cuando ya todo ha sido separado). Sin querer hacer fronteras las fronteras están, y nunca habrá final que no sea un comienzo. Ellas podrán no ser definitivas, pero existen, y para la línea es parte de su condición delimitar territorios, crear oposiciones entre el antes y el después. Cuando muchos de nosotros tuvimos la ocurrencia de hacer una primera línea, o un primer punto, no entramos en razón del suceder de contrariedades de puntos y líneas que nacen, con formas semejantes pero con diferentes sentidos. Toda articulación conlleva en definitiva un conglomerado de desarticulaciones. Del mismo modo en que todas las a suenan distintas según los contextos en que se lea, cada elemento que se repite asume una nueva individualidad.

Festín, dibujo - instalación, 2006 [ Ampliar +]
Andrea Ugarte

Andrea Ugarte, dibujante, reflexiona sobre el acto mismo de dibujar más que otorgar un significado específico a su trabajo. Para ello cuenta con la existencia de un espectador que construya su propio relato: "El arte, como lenguaje del suceder, genera la proliferación tanto de elementos como de significados, logrando un espacio de detención en que éstos se comunican por medio de la percepción de quien los encuentra. Esperando que de esa percepción surjan infinitos desencadenamientos y nuevos espacios de detención, es que parece imposible dejar de crear. Hacer obra es el motor para seguir intentando comprender" . El dibujo, su expansión en el espacio, sería una constatación del vacío sobre el cual toma lugar. Cada acción, cada pensamiento, nace de aquella conciencia de estado. La línea, la mancha, el punto, son expresiones, fugas, centelleos, dentro de un gran marco que le otorga soporte y cuestiona lo presente y ausente en el lugar. Todo lo que vemos y escuchamos, que originalmente no estaba preparado para ser visto y escuchado, da cuenta de sistemas de sentidos que parten de estructuras más o menos primarias:

El lenguaje figurativo presenta (...) cierta analogía con el lenguaje poético, en virtud de que tanto la palabra como la figura pueden ser consideradas como unidades significativas básicas. Podríamos extender también esta analogía al hecho de que unas y otras unidades son, en verdad, complejos significativos formados por la articulación de otros signos que no significan nada pero que contribuyen a la significación de ese complejo unitario: los fonemas, en un caso, la línea y los colores por el otro. Dos aspectos vienen a reafirmar la analogía entre la poesía y la pintura figurativa como lenguajes: una y otra instauran nuevas significaciones a partir de las unidades significativas dadas, sin destruirlas; es decir, partiendo de ellas y conservándolas, sin quedarse por otro lado en ellas (...) Lo que un color o línea significan - o más exactamente contribuyen a significar - no podemos saberlo a priori, justamente porque estos signos aisladamente no tienen un significado propio, literal. Lo que significan en un cuadro - figurativo o abstracto - sólo podemos saberlo a posteriori, es decir, cuando los encontramos constituyendo una unidad significativa (forma figurativa o abstracta) que por ser el producto de un acto de creación no podían ser previstos .

El devenir de las líneas de Andrea Ugarte se da en el entendido de que la manualidad alcance una habituación que la artista encuentra en un estado neutro de pensamiento. Una calidad de trance en la que ya no es necesario pensar lo que se está dibujando, porque el dibujo comenzará a deberle más a una capacidad física y mental de la creadora que a lo específico de una técnica. Esta idea se constata para su examen de licenciatura: Andrea Ugarte ocupó una habitación blanca - desocupada de objetos - con un motivo vegetal hecho con lápiz grafito verde, tal como hacemos curso a una historia que se amplía en una hoja o en la virtualidad de la computadora. Tituló su memoria "Observaciones al borde del borde - dos - (el dibujo como huella de la acción de dibujar)" , un trabajo teórico-literario como complemento a la experiencia visual del mismo nombre y que entrega un acercamiento de fondo a la travesía de la línea en el espacio y al ejercicio repetitivo como constancia minimalista: "4 paredes blancas, 1 techo, 110 lápices verdes, 6 horas diarias durante dos meses, una mano y una persona que dibuja con su mano unas seis horas diarias durante 2 meses con 110 lápices verdes sobre un techo y cuatro paredes blancas ". Lo cierto es que esta consecución, comparable a la idea del decorativo de un papel mural, podría catalogarse como un mero ejercicio de destreza, de obstinación o pura visualidad sino fuera porque aquí está en juego un cuestionamiento a la reproducción en serie. Andrea utiliza 10 motivos vegetales distintos que según su desenvolver multidireccional hacen que cada elemento no pueda tener réplica alguna. Sin embargo, en el conjunto se vuelven una cobertura homogénea. Por el contrario, la serialidad de un motivo mural decorativo (en apariencia idénticos los unos a los otros) consigue un rango homogeneizante pero sin necesidad de pensar en lo heterogéneo, ya que las diferencias entre uno y otro motivo tienen que ver con pequeñas fallas naturales del proceso maquinal. Son procesos radicalmente opuestos.

Sobre el porqué de los vegetales... por varias razones. Por creer que no puede existir nada más importante al primer impulso que la naturaleza misma. Por creer que si la verdad de la línea está en el movimiento, entonces el punto no es otra cosa que esa semilla reposando hasta germinar... finalmente, en la obra, los vegetales no existen, solo existe su contorno, la planta es un vacío... lo que importa no es la botánica del asunto, sino la esencia de crecimiento y expansión... El dibujo cubre las superficies como la capa de liquen .

Inflables, dibujo - instalación, 2004-2005 [ Ampliar +]
Andrea Ugarte

Luego de realizar el monumental trabajo de la habitación vacía, la artista es invitada a participar de "Comercio Ambulante", una muestra colectiva itinerante ideada por el filósofo Jorge Sepúlveda, en el verano de 2004-2005. Cada participante debía colocarse en el papel del vendedor callejero ilegal que durante su jornada de trabajo sobrevive bajo dos perspectivas: vender sus exiguos productos y burlar la detención de los carabineros. El comerciante reparte sus productos sobre paños cuadrados o rectangulares en el pavimento que facilitan un escape rápido al unir las cuatro puntas de la tela. Entonces, la obra artística debía contemplar esa dicotomía presencia-ausencia como estado permanente de sujeto y objeto.

Andrea presentó para aquella ocasión "Inflables" considerando motivos vegetativos similares a los utilizados en anteriores trabajos y que ahora dibuja sobre un plástico que hace de soporte de la 'mercancía': unos conos de pvc transparente hechos para inflarse y desinflarse con facilidad y que recuerdan la indiscriminada venta callejera de objetos plásticos. Como algunos de los conos estaban igualmente ilustrados, su volumen y liviano peso les permitían desplazarse y jugar con el fondo vegetativo, logrando un efecto de profundidad y dinámico equilibrio entre producto y sostenedor. Hablamos de una disposición azarosa que libera y hace interactuar las líneas sobre distintos planos y en que los dibujos vegetales se nutren de otras especies dibujadas en las superficies. Es la resolución de un producto llevado al punto de lo improbable por las carencias del comerciante no apto para realizar ese tipo de alteraciones. Pero a la vez, considero que éste último, ya sea en la disposición de los objetos e incluso en su espeso amontonamiento, pareciera tener mucho sentido del encuadre y la composición, lo que volvería más dúctil una experimentación artística de este tipo.

Casi un año después de aquella presentación reaparece como parte del colectivo 'Los bártulos del boquete' que integra junto a Rebeca Peña, Fernanda Urrutia y Javier Jurado. Realizan la exposición "Los objetos en la puerta" en galería Concreta del Centro Cultural Matucana 100. Andrea colabora con "Observaciones al borde del borde - tres - (festín)", quizás su obra más valiosa hasta el momento. Un mantel de género a ras de suelo de casi 12 metros de largo, más de doscientos objetos de mesa pintados de blanco y luego dibujados con motivos vegetales, un banquete para cuarenta invitados que parecen brillar por su ausencia, son parte de un montaje avenido a la sobriedad y frialdad del lugar de exposición. Hablamos de un trabajo vigoroso, con un grado de minuciosidad que impresiona y que, sin embargo, a falta de un desarrollo crítico, nos pareciera haber sido un regalo para el olvido. Platos, cubiertos, alcuzas, botellas, fuentes, broquetas, mantequilleras, ollas, saleros, sacacorchos, etc., elementos de muy diverso diseño y calidad son anulados y armonizados ante la intervención de la pintura y el dibujo. Sea cual sea el objeto, ninguno contiene alimentos o bebida, por lo que se crea un rasgo de imprecisión temporal al no estar el banquete servido. La mayoría de los espectadores - al enfrentarse a esa ambientación de aura clásica - contextualizaban el festín hacia el pasado, pero saber "realmente" si la cena tuvo lugar es asunto de la imaginación de cada uno.

Un aspecto relevante de la instalación es la aplicación uniforme del grafito sobre una zona del mantel quedando plasmada una gran mancha negra en una de sus cabeceras, lugar donde la artista aprovecha de colocar su firma sobre una servilleta. Con ello se busca ilusionar un quiebre, desconcertar nuevamente el contenido. ¿Qué pudo ocurrir en aquella zona oscura para que nos encontremos con un banquete perdido en el tiempo, desmemoriado e impoluto? No habrá respuesta. Sólo la presencia de una puerta interpretativa anudada, nuevamente, a los confines provocados por las líneas.

Observaciones al borde del borde - dos, dibujo, 2004 [ Ampliar +]
Andrea Ugarte

Quisiera relacionar esta serie de obras de Andrea Ugarte con un cuento de Julio Cortazar que se llama, atinadamente, "Las líneas de la mano":

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hacia el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola .

En este pequeño escrito presenciamos el trayecto de una línea que no se detiene ni da vuelta atrás, pero que en el camino depende de muchas circunstancias para llegar a destino. Nace desde las líneas de una mano que tira una carta sobre la mesa y culmina en las manos de un hombre que está a punto de suicidarse. El problema es el nudo. Las líneas de la mano parecen enlazar comienzo y fin de una historia y posibilidad de inicio y culminación de otra: "El último punto del dibujo y el punto final del texto, son tanto una puerta de salida como de entrada" . Trazan el margen entre la vida y la muerte: "Parecía inevitable la necesidad de detención y recorrido - como una sola acción - en la búsqueda de una presencia a ambos lados de la línea. - uno - es aún la libertad, las esperas recorriendo las muertes repetidas de la orilla en la orilla..." . Como ya sabemos, el dibujo de Andrea está ligado a la ampliación sostenida de territorio. Los motivos vegetales implican resoluciones, pero permiten pensar siempre en su progresión (como la condición de la naturaleza vegetal). La artista nunca borra lo que dibuja. Este accionar implica algunos errores de precisión, pero ésta se adquirirá en el mismo continuo de los segundos, minutos y horas de trabajo.

No es de aquellas artistas que buscan ponerle la soga a sus proyectos. Pareciera que el fin llega por un compromiso curatorial determinado y no porque la obra lo esté exigiendo.

La poética de Andrea Ugarte determina un paralelo en el que, en primer lugar, pensamiento creativo y acto de dibujar llegan a un punto de total cohesión, sin medidas contaminantes. Luego, está la posibilidad de que el espectador desarrolle un encuentro perceptivo a través de la neutralidad formal que otorga la grafica, cualidad que resulta clave al momento en que éste desea resolver la obra escudriñando en las gavetas de su propia fantasía.

El dibujo se ensancha por una corriente mental que reescribe el motivo vegetativo. Los ojos circundantes dibujan y construyen un rango de apropiación de sentido y mecánica. Y no tenemos noción de cómo fraguan los diagramas de aquel festín perdido, de aquella habitación vacía, de la inacabada orilla de mar y playa, de aquellos inflables rotativos. Encontrémosles un lugar de comprensión psíquica en la ciudad de nosotros mismos, y observemos, al borde al borde, las cercanías y lejanías en la ruta sin pronóstico del dibujo.