LUKE nº 83

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Literatura

Conversaciones en el jardín del fin del mundo

Javier Cánaves habla con Ben Clark

Javier Cánaves

Ben Clark

JC: Para romper el hielo, una pregunta que seguramente nunca le habrán hecho: ¿Qué supone para un poeta de 21 años ganar un premio como el Hiperión?

BC: Esta pregunta tiene múltiples respuestas. Tantas como el número de emociones que pueda llegar a sentir un ser humano. Un año antes de 'ser Hiperión', junto a David Leo García, no me lo podía ni imaginar. Era algo que estaba fuera de mi alcance. Ahora me preguntas qué supone estar donde quise estar, y no sé qué decirte porque significa conquistar un sueño y, por lo tanto, que este sueño muera. Igual te podía haber contestado mejor antes de ganar. Llevo el peso de los autores que han publicado en Hiperión sobre los hombros, y pesan, te lo aseguro, por otro lado la difusión del libro -del libro que más quiero- me ha hecho muy feliz. He recibido correos electrónicos de personas que no conozco, con puntos de vista, preguntas y agradecimientos, ese es el verdadero premio. Creo yo. La edad es lo de menos, me hubiera acongojado igual a los 31, seguro.

JC: De su libro, Los hijos de los hijos de la ira, se ha dicho que aúna la grandeza y la osadía de quien respeta a sus predecesores sin dejarse tiranizar por la camisa de fuerza de la tradición. ¿Qué opina de eso? ¿Le fue difícil alcanzar ese equilibrio?

BC: Para empezar yo diría que no es osado no dejarse tiranizar, más bien diría que es lo natural. Lo osado, lo anómalo, es precisamente adoptar y aceptar la tiranía. Quien entienda la tradición, si es que esa palabra remite a algo, no la sentirá nunca como una camisa de fuerza. ¿Equilibrio? Puede que exista un equilibrio, pero yo hablaría antes del equilibrio que toda obra debe tener en sí misma, de coherencia interna, no de equilibrio entre un tema actual y una forma clásica. Hablar de eso es hablar de algo vago, porque no queda claro ni lo que es un tema actual ni lo que es la forma clásica. Sin embargo debo decir que me halaga profundamente el comentario. Creo que acabo de destrozar todo lo dicho anteriormente. Mejor.

JC: También se ha dicho -lo dijo el mismo crítico en la edición de 28 de diciembre de 2006 de El País-, que Los Hijos de los hijos de la ira es un libro en clave generacional. ¿Qué cree que significa tal aseveración? ¿Resume el libro, de algún modo, el sentir mayoritario de los jóvenes nacidos a principios y mediados de los 80?

BC: Si alguien considerara mi libro un libro generacional lo tomaría, sin duda, como el mayor de los cumplidos. Porque podríamos dejar de hablar de mi libro y empezar a hablar de nuestro libro. Sería algo maravilloso. Quise ponerle voz a un sentimiento propio, pero que intuyo comparten otras personas nacidas en los ochenta. Esto es arriesgado y, sin duda alguna, pretencioso. Sin embargo el libro se ha leído, creo, con los mismos ojos que yo utilicé para escribirlo. Algo que no suele suceder y es una suerte. Creo de todo corazón que somos la generación de la paradoja: que ha crecido en una sociedad de bienestar sin estar bien. Lo creía, lo creo, y por eso escribí el libro. Por tener estas ideas disfruté inmensamente de Urbi et orbi, de David Leo García, y considero una suerte que se presentara al Hiperión en la misma convocatoria que yo. Pero los libros no pueden forjar generaciones, deben partir de ellas.

JC: Abramos el objetivo, pasemos a temas más generales. Dígame, ¿está de acuerdo con los que opinan que estamos en un momento de transición en la poesía española, después de que en los 80 y 90 se impusiera lo que todos conocemos como "poesía de la experiencia"? ¿Es ésta una época de mayor apertura a nuevas corrientes? En fin, ¿cómo ve usted el momento que atraviesa la poesía en este país?

BC: Evaluar en qué estado se encuentra la poesía actual es siempre difícil, yo diría que casi imposible. Se necesita poder analizar desde la distancia y, por desgracia, la distancia también implica analizar con cierta melancolía, corriendo el riesgo de ensalzar lo que no lo merecía tanto. Sí que creo que se están rompiendo bastantes moldes, sobre todo se está experimentando con la poesía visual, sin embargo sigo leyendo muchos poemas de poetas jóvenes y actuales que mantienen una línea que fue radicalmente distinta a la llamada poesía de la experiencia, y que yo creo venía de antes. Son los poetas que a mí, y con todo el respeto, me gusta llamar trascendentalistas, en recuerdo al movimiento americano, y que hablan de la naturaleza, de la muerte y de lo metafísico. Y muchos de ellos son muy buenos, y miran hacia Gamoneda y, ya con menos distancia temporal, hacia Colinas, autores a los que admiro mucho y que parecen haber creado una escuela que no se apaga. Y espero que no se apague nunca. Por otro lado creo que, con la excusa de la modernidad y la vanguardia, se está descuidando mucho la forma y, sobre todo, el ritmo. Algo que no ocurrirá nunca con los seguidores de Colinas o Claudio Rodríguez. Como siempre creo que hay que encontrar un punto medio y, sobre todo, y en mi opinión, escribir sobre lo que le preocupa a la gente. Hay que reflejar el tiempo de uno, así se estaría siempre en transición.

JC: Dentro de estas preocupaciones, están las preocupaciones universales, atemporales (amor, paso del tiempo, muerte...) y luego están las preocupaciones propias y características del tiempo concreto que le toca vivir a uno. En este sentido, ¿es posible escribir un poema sobre la problemática de la vivienda, por poner un ejemplo? ¿No sería un poema con fecha de caducidad? ¿Cómo puede solventarse este inconveniente, si es que realmente lo es?

BC: Me gustaría pensar que cualquier tema es susceptible de ser transformado en poema No hay, en principio, ninguna razón -fuera de las limitaciones del propio autor- que haga de la vivienda un tema imposible de tratar. En cuanto a la fecha de caducidad de un tema, yo diría que hay dos opciones; o bien todos los temas tienen fecha de caducidad o ninguno la tiene. Lo importante es universalizar lo circunstancial. No importa tanto que sea algo de un tiempo concreto, lo que importa es que sea algo con que puedan identificarse otras personas. Puede que sea más fácil ser abstracto, y más fácil criticar a quien escribe sobre el microondas. Pero, claro, por otro lado hay que saber escribir sobre tu microondas, y el de él y, sobre todo, el de ella. Y eso ya no es tan fácil...

JC: Seguro que no... Como tampoco es fácil abordar temas sociales. Me he fijado que usted lo hace en ocasiones y, la verdad, me sorprende en alguien de su edad. Dígame, en la idea de progreso que nos imponen, ¿se hace necesario cada vez ir más arriba, hasta que las cajas de cartón / y sus ignominiosos inquilinos / no sean más que puntos en el cielo?

BC: El modelo de progreso que nos han inculcado se basa en un progreso económico, ni siquiera es un progreso socio-económico, sino en el económico, a secas. No progresamos sentimentalmente, y con esto quiero decir que cada vez somos más indefensos ante los traumas. El 11 de septiembre fue un día negro para occidente, pero Indonesia está viviendo días negros todos los años y la sociedad lo asume. Vivimos en nuestros rascacielos, viajamos en nuestros potentes coches y vemos el mundo a través de nuestras películas de presupuesto millonario. Y sin embargo cada vez sabemos menos de la vida, de lo esencial. Cada vez nos alejamos más de los animales, con el resultado de que hoy, a mi entender, somos más animales que nunca.

JC: Para ir acabando, ¿tardaremos mucho en volver a tener un libro de Ben Clark en las manos?

BC: En estos momentos estoy trabajando en un poemario marcadamente carveriano que intenta hablar del mundo tras la caída de las torres gemelas, del miedo, del proceso de escritura de la poesía y, claro, del amor. Suena un poco a libro 'sandwich', pero en su planteamiento no dista mucho de 'Los hijos de los hijos de la ira'. Intentaré tenerlo listo para antes del verano, pero con estas cosas nunca se sabe. Creo que no hay que tener prisa, pero hay que escribir. Escribir siempre que no se lea.

JC: Ya para finalizar, ¿es posible la poesía en el S. XXI?

BC: Tengo claro que la poesía es posible, siempre. La poesía será posible en el siglo XXIV y en el XXV. Lo que no está tan claro es si alguien llegará a leerla. Puede que lo único imposible sea nuestra propia existencia.