LUKE nº 86

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Opinion

Riaño: 20 años de pantano y silencio

Inés Matute

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Riaño

Arriba es como abajo. Y lo es porque las aguas transparentes del pantano reflejan los picos con una exactitud enfermiza. Pero antes no era así. Antes de que Riaño fuese sepultado por un artificial mar muerto- inútil, como tantas otras cosas- las montañas parecían el doble de altas, y se reflejaban en pequeños guiños impresionistas sobre las cantarinas aguas del río Esla, donde mi tío Ángel mataba truchas y salmones de una certera pedrada en la cabeza. Un tío que en realidad no lo era, pero en aquella aldea en las inmediaciones de Riaño todos andábamos emparentados, y el que no era Villarroel de primer apellido llevaba la V en el vagón de cola. Todos primos, tíos, hermanos.

Linda, la perrilla del tío Ángel, recogía los peces con una habilidad asombrosa. En verano, de más está decir que cenábamos truchas todas las noches. Y de postre, fresas o higos del sombrío huerto de mi abuela. Ahora arriba es como abajo, y si hay vida no lo parece. Lo que sí parece es que la vida quedó atrás, congelada en el tiempo o sepultada por cientos de metros cúbicos de agua, junto al campanario fantasma de la iglesia, la plaza de la bolera y el estanco de Paco "El orejas". Un pueblo fantasma al más puro estilo Lovecraft: la gente ha cambiado el carro de bueyes por las Zodiacs, y los nuevos Villarroel ya no son rubios ni dicen "la mi casa", pues sus padres se casaron con jacarandosas cubanas, colombianas, forasteras.

En los Picos de mi infancia los chavales se llamaban León, Alejandrino, Adelfo, Cornelio y Cipriano (por los patronos), Toñín o Balbino. Ahora se llaman Johnattan.

Hay sitios a los que no es posible volver, y por eso pienso que morir es algo que vamos haciendo poco a poco. A medida que vamos cerrando puertas, clausurando etapas, que dejamos atrás sitios que se borran del mapa mucho antes que nosotros. Cartografías del recuerdo, asesinatos por etapas. Sólo las fotos me quedan, fotos que apuntalan los recuerdos, que sirven para comparar, para saber que una vez existió lo que ya sólo se dibuja, temblorosamente, en la cabeza. Yo no puedo volver a Riaño, sumergido bajo el pantano, y tampoco puedo volver a casa de mi abuela, la misma mujer que me cedió el nombre y unas cuantas sortijas de oro y azabache. La casa de Horcadas la heredaron mis primos, y donde antes hubo una leñera ahora hay un jacuzzi; donde hubo cuadras y vacas se guardan flamantes motos, y donde antes fresales, ahora cemento.

No puedo volver a ese pueblo del mismo modo en que no puedo volver al Bilbao que abandoné hace veinte años. Ese Bilbao ya no existe, y una enorme alcachofa de titanio ha surgido de las aguas para reclamo de unos turistas que llegan, la fotografían y se largan. Y no puedo volver porque, quizá, tampoco yo soy la que era y el retorno sea un fraude, una ilusión, una quimera.