LUKE nº 86

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Opinión

Libertad asegurada

El Golem
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De unos años a esta parte, parece que la libertad, auténtico buque insignia de las democracias, está aún más amenazada que durante la guerra fría. El 11-S, el mundo se acordó de algo que en España teníamos presente desde hacía más de 30 años. Existe una minoría cuyo modo de lograr sus fines carece de imaginación, y lo intenta aniquilando indiscriminadamente a la mayoría. Nosotros éramos un charco en el océano político mundial y, la verdad, a nadie le preocupaba mucho, al igual que nos sucede a nosotros con oriente próximo y, no digamos, el lejano oriente.

Pero USA es mucha USA y aquel fue un ataque certero contra la conciencia de superioridad tecnológica del país. Entre las muchas -que las hubo, las hay y las habrá- consecuencias, hay una que a mí me preocupa especialmente. La sensación de total inseguridad frente a la amenaza terrorista dio el pistoletazo a un crecimiento exponencial de las acciones de prevención. Los controles aeroportuarios, de punto esquizofrénico, se ven incrementados sin cesar. Los sistemas de seguimiento telefónico e Internet son casi totales. Y sin embargo, de vez en cuando, otro 11 cae en Madrid, Londres, etc.

Parece ser que los controles sobre los individuos no son nunca suficientes para tener una eficacia del cien por cien. Comienza a no gustarme nada. En nuestras ciudades y carreteras estamos vigilados por cientos de cámaras. Las vemos en postes, bancos, organismos oficiales, bares, tiendas... Google earth nos ha hecho comprender que la película Enemigo Público no es una ficción. Si a nosotros nos dan libre acceso a esas imágenes, podemos hacernos una idea exacta de qué imágenes tienen los poderes fácticos. Está claro que si alguien con poder suficiente lo desea, puede -o podrá en poco tiempo- hacer un seguimiento en vivo de las actividades de cualquier persona o grupo. La propaganda oficial afirma que eso preserva la democracia y nuestro modo de vida. No estoy de acuerdo.

A pesar de los pesares, no veo que todos esos medios de control sobre la población tengan ningún efecto real. Los delitos aumentan cada año. Las cárceles multiplican su población reclusa. La gente que confía en los medios se siente cada vez más insegura e indefensa ante ladrones, violadores, pandilleros, etc. Y se van filtrando más y más casos -véase 11M, por ejemplo- en los que las fuerzas de orden trapichean con los delincuentes; protegen a unos, negocian con otros. La disculpa para tanto control es nuestra defensa y, sin embargo, en todas nuestras ciudades hay guetos donde la policía no se atreve a entrar más que un par de veces al año y como si se tratara desembarco de Normandía.

Estamos llegando a un punto en que la libertad va camino a una extinción segura. Antes o después, alguno de nuestros políticos, que no destacan a nivel local, ni regional, ni nacional, ni mundial precisamente por sus motivos altruistas, van a llegar a la conclusión de que lo mejor para nosotros, rebaño descerebrado, es tenernos controlados las veinticuatro horas. Es lo que nos conviene, reflexionarán desde su altura.

No cabe duda de que si lo llevan a cabo hasta sus últimos extremos, las calles serán más seguras o, al menos, se identificará a todos los culpables de acciones... que no interesen a nuestros gobernantes. Pero la libertad desaparecerá.

¿Dónde está la delgada línea que separa seguridad de libertad?

No lo se. Odio esas cámaras. Proliferan como las ratas en las cloacas. Se supone que no pueden enfocarlas sobre las casas, sobre los dormitorios y salones. La tentación de abuso de unos medios cada vez más poderosos es cada vez mayor. Aún los detiene del saqueo libertario el poder judicial, pero es fácil apreciar cómo los políticos atacan sin descanso ese fortín y lo van conquistando metro a metro, toga a toga.

A Golem le gusta vivir con seguridad pero no sin libertad. Y libertad quiere decir poder salirme de las normas de tanto en cuando. Alguna noche, me gusta escaparme sin pagar una copa, tumbarme con mi amante en la playa a dar rienda suelta a mi pasión -ni eso es legal hoy en día-, poder llamar cabrón a un político que lo merezca -o yo lo crea- y, en fin, saltarme un poco las asfixiantes reglas. Si para ello tengo que pagar el precio de algo de inseguridad, lo pago gustosamente. Para lo contrario, me encierro en mi habitación del pánico y ya está. La existencia es riesgo, error, castigo y dolor. Quiero poder sufrirlos. No tener una vida absolutamente segura en una cárcel que abarque todo el planeta.