LUKE nº 87

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Literatura

El ciclo de Hipermuriel

María Eloy García

La cajera Muriel

estoy pensando en la cajera sedente
ella es lo verdadero de la sincronía del mundo
con su rayo láser ávido de códigos
me murmura complacida las ofertas
y cómo suma los dígitos arrastrando
entre lo dócil y el hastío
el tesoro precioso de mi dulce integral
a través de la máquina que le computa
el precio exacto de toda mi tarde
dice tres
y nunca nunca fue este número más mágico
la cajera extraordinaria teclea el sumatorio
de la monotonía y dice tres
y mira entonces justo antes de que se produzca
el cotidiano milagro de que mi dulce integral
sea mío para siempre
de repente ella mira otra tarde
sale de lo mío a lo del otro
le susurra las mismas ofertas
le marca el tetrabrik con el ojo de su láser
abriendo en fin el cajón místico del hiper
con un movimiento suyo de mercado
los billetes ordenados repiten la cara de ella sin gestos
y me voy por esas puertas
que se abren sólo con el aura
dejándola mientras su láser que suena
va marcando otra tarde

La reponedora Muriel

sólo tú haces de un día vacío todo el día
eres el demiurgo sencillo de un universo diminuto
arrastrando en el círculo sexto sección láctea
todo el palé de la tristeza
repones el ansia con el ansia
y el tiempo con el tiempo
sólo tú tienes la contradicción misma
de los dioses
te vanaglorias de un orden
que será siempre destrozado
y al levantarte con el cuerpo tan antiguo
miras los pasillos inexactos
sección deseo llena de realidad
sección verdad llena de historia
a una simple voz tuya todas las bandejas dicen carne
los mostradores revelan la verdad subconsciente de sus 10ºC
se alinean las hileras
surgen anaqueles rebosantes de todo lo que pueda desearse
sólo tú tienes como todas las mañanas
tres horas justas para crear un día

La carnicera Muriel

entre las vísceras y los tendones de la carne
me rompes la cadena del frío
me aplicas a los ojos hinchados
la sanación de tu ternera de primera
respiro sólo si me dejas
con las costillas puestas en tu bandeja terrible
haces de mis entrañas la más fina casquería
y buscarte
buscarte
entre las piezas retiradas del mercado
en ese contenedor de recortes y de restos
que conforman tu yo hecho pedazos
pero en el que adivino exquisito
el cadáver de tus ojos
la línea desigual de tu cuchillo
y el golpe seco de un tórax recién abierto

La charcutera Muriel

yo te cedí mi ansia vital
pero tú la pasaste por el cortador en el que los clientes
quieren el pavo muy fino
no hubo gesto ni palabras
sé que sabes detectar la muerte
porque eres experta en el fiambre
experta en desnudar la pieza hasta el final
para luego seccionarla
eso mismo hiciste con tus manos fragmentadas
las líneas de la vida como tiras de salami
hacia ninguna parte
nunca un queso fue tan blanco
ni una pieza fue tan digna
como cuando la pesabas tú
en tu balanza egipcia hacia el más allá
sabías el peso exacto de las cosas
con tan sólo mirarlas
pero justo cuando el turno se hizo mi número
tu hora ya había llegado
no miraste
pero mi corazón embutido ya estaba en el vaso
donde te dejaste el alma

La encargada Muriel

con el gesto decidido pones cara de importancia
sabes que eres un atlas con un mundo hecho de equívocos
tu trabajo es contentar a los que compran
cambiar los precios hacerte oferta
en la punta de la pirámide de tu sistema
tan templo palacial eres la sacerdotisa
adivinas qué se esconde tras los dioses
con tu nombre destellándote en el pecho
alguien te llama en off desde la altura
voz impersonal que sólo tienen
las encargadas tristes de la megafonía
tu cara se adivina religiosa
llegas al departamento nivel alto
a la capilla sixtina del consumo
el dios acerca su índice euríbor
a tu índice machacado por todos los trabajos del mundo
te toca con su verdad y los precios tiemblan
el suavizante marca tan blanca
sube cincuenta
tu pistola que dispara los precios se carga de nuevo
con una tinta más nueva que nunca
sobre el pecho indefenso de las botellas

La pescadera Muriel

vives del hielo para conservar lo que muere fácilmente
en tus manos se deshacen las espinas dorsales del mundo
me sacaste del océano
capté el anzuelo de la muerte
comí el gusano que me diste
en el cubo en el que iba sedal al cuello
tan invertebrada por tu mano
otros gemían en estertores finales
golpeaban con todas las aletas
pensaban en sangre sólo en sangre
nos pusieron en el hielo mostrando abiertamente
el espectáculo subacuático del desastre
pasamos a ser ya muertos los tan perecederos
y con esa misma mano que cortó la cabeza
y que arrastró nuestra espina tan frágil
ofrecías gentilmente la terrible mercancía
porque la muerte reciente es para ti
una garantía de la máxima frescura

La panadera Muriel

sólo discutimos el precio de la barra
-una baguette es como el alma -dijiste
se despedaza por la mitad con sólo mirarla
por eso siempre es mejor integral
-¿el alma? -dije yo
-la baguette -dijo ella
su cara llevaba toda la temperatura del horno
el delantal reflectaba el blanco todavía no inventado
en ninguna cosa blanca
a la temperatura justa en la que se hacen las palmeras
yo ya pedía los trozos que ella dejaba
para internar en su bosque a todos mis pulgarcitos
pero cuando llegaba a la casa de lo eternamente dulce
chilló el horno sus trescientos grados
de repente
yo era un cruasán recién nacido
levantado sólo por su propia levadura
tranquilamente me tapé de azúcar glaseada
y olvidé que un día para hacerme
me pusiste en bandeja
los trescientos grados de tu tristeza