LUKE nº 82

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Literatura

"La ciudad de las croquetas congeladas"

Alberto García-Teresa

Antonio Orihuela
Título: La ciudad de las croquetas congeladas
Ed. Baile del Sol, 2006

Antonio Orihuela

Una de las citas que abren el poemario es de Umberto Eco: «El Infierno es el Paraíso visto desde la otra parte». Antonio Orihuela, poeta de la conciencia crítica, autor de una docena de poemarios, de ensayos vibrantes como La voz común: una poética para reocupar la vida y coordinador de los encuentros de poesía crítica de Moguer «Voces del extremo», vuelve a esgrimir su voz lírica para descubrir el Infierno que se esconde tras el Paraíso de la sociedad de consumo con este contundente y afilado La ciudad de las croquetas congeladas, uno de sus mejores libros.

Orihuela no sólo «des-invisibiliza» los problemas y conflictos sociales, aquellos que son silenciados, ocultados y desarmados, sino que pone al descubierto las contradicciones de un sistema económico y social excluyente, para que sea el lector quien intente extraer una conclusión de este absurdo y cruel mundo de la mercancía. Su mirada es radical, pues los ejemplos concretos que utiliza (las recuperaciones de fábricas de Argentina, el tsunami asiático, las industrias onobenses) son sólo representaciones simbólicas de la maquinaria capitalista, y a los engranajes, y no solamente hacia sus productos, dirige Orihuela su atención.

Por ello, desde una primera persona insertada en el conflicto, el poemario está plagado de paradojas. Su objetivo primordial es la expresividad y el discurso, no el juego retórico, y supedita a aquella todo el poema. Así, en los poemas más extensos yuxtapone las épocas (para plasmar que todo sigue igual) o mensajes publicitarios entre sucesos cotidianos paradójicos (para expresar el aturdimiento), donde bien parece que El Poder se burla de nosotros. Los versos, libres, sintéticos, siempre impactantes, con frecuente uso de los paralelismos, están cargados de ironía, de hechos desnudos, de cierto sarcasmo dolorido de encajar los golpes y continuar manteniéndose erguido.

Por su parte, los títulos de los poemas son una parte fundamental de las piezas, un elemento que enfoca (o desenfoca) el sentido de los versos, normalmente como un chispazo de ingenio crítico muy irónico («Que se queden todos», «Víctimas del terrorismo», «Desarrollo sostenible»).

Así, la ironía, que no logra desprenderse de un amargo desencanto, es la mecha que dispara la acción. Porque Antonio Orihuela enarbola una poesía encendida (ni muerta como practican los formalistas ni falsamente tibia como escriben los experiencialistas), que toma partido explícitamente, lejos de pretender disfrazarse con lo políticamente correcto o con falsas capas de conformista apoliticismo.

En otra ocasión, el poeta escribió «vivimos en el tiempo de las alambradas». Bien, esta ciudad de las croquetas congeladas es una perfecta metáfora de las consecuencias de esas alambradas. Denuncia la criminalización de la miseria y la lucha social, la pérdida de derechos laborales y la precariedad y la angustia generada por ello. Arremete contra la globalización capitalista, la destrucción del medio natural por fines económicos y la farsa de la publicidad, los medios de información y la propaganda manipuladora política (como es el caso del invento del «desarrollo sostenible») y su poder anestesiante. También aborda la pérdida de conciencia de clase y la hipotética desfragmentación de las mismas o la propia construcción de la Historia, su disciplina («todo lo que se levanta como Historia / lo hace sobre montones de cadáveres, / y se levanta como Historia / para dejar de ver los cadáveres»). Sin embargo, el poeta no se queda en la denuncia, sino que pretende construir, ofrecer medios de insurrección. No hay resignación. Abre un hueco para la ilusión; pero para una ilusión enérgica y activa. De este modo, Orihuela es consciente de la fuerza del pueblo y busca agitarlo, hacerle recapacitar para activarlo. Trata de incomodar al lector, para que apague el televisor y enjuicie lo que le rodea. Orihuela aboga por la revolución de las conciencias como primer paso para la revolución social, aquella que pueda construir justicia, dignidad y libertad y, efectivamente, como dice, consiga que «la gente vuelva a ser la que decida qué hacer / con sus vidas y con las palabras». Porque la revolución no se hace con consignas, y menos aún con urnas; «la revolución es otra cosa, / un modo distinto de vivir». Y Orihuela la lleva diariamente a su práctica poética.