LUKE nº 82

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Arte

Bestiario

josé morella

Si menges una llimona sense fer ganyotes

No resulta fácil hablar del último libro de Sergi Pàmies, "Si menges una llimona sense fer ganyotes". Gran parte de la crítica lo alaba, pero algunos acusan a su autor de ser poco comprometido, elusivo, mediático. Todas las cosas son un monstruo de como mínimo dos cabezas. El amor, la soledad, la comida biológica, la Cuba de Fidel, los libros de autoayuda, un balneario, un cigarrillo. Cualquier cosa. Se dice que, cuando un escritor novato le pidió consejo, Gabriel García Márquez le dijo simplemente esto: lea usted a Rulfo. Esto significa, al mismo tiempo y sin contradicción alguna, dos cosas: a) vaya, el pesado número trescientos mil que me pregunta lo mismo; le digo que lea a Rulfo y santas pascuas, y b) Rulfo escribe tan bien, su prosa es tan apabullante, tan indiscutible, que el consejo que te doy es -puedes estar seguro, joven escritor- el mejor que nadie podría darte. A y B son dos cabezas del mismo monstruo. Algo parecido ocurre con los cuentos de Pàmies, que explotan muchas veces la estructura típica del chiste. El chiste amplificado en cuento. Chistes amargos y delirantes. Freud ya usó los chistes como mecanismos que revelaban algunas de las estructuras del inconsciente. Los chistes destensan, relajan. Cuando nos angustia algo, una de las cosas que más nos alivia es reírnos de ello. Al reír podemos ser subversivos, pero también conservadores, porque la relajación que nos provoca la risa nos ayuda a regatear una verdadera autocrítica, más sincera. El típico machote ibérico cuenta un chiste de homosexuales, y el racista cuenta uno de moros o de gitanos. Así rebajan la tensión que les produce la idea, más o menos consciente, de la posibilidad de ser ellos mismos homosexuales, en el primer caso, o, en el segundo, de ser de algún modo extranjeros, exiliados por algún motivo, dados de lado por la sociedad. Pàmies es algo así como un burgués progre que cuenta chistes de burgueses conservadores para relajarse de la tensión que le produce la idea de ser, en realidad, uno de ellos. Hace que nos riamos y nos asustemos, porque como lectores somos capaces de vernos reflejados en los dos tipos de burgueses, si es que es posible hablar de ellos como aquí lo estamos haciendo. La lectura nos relaja del miedo, nos hace evadirnos, pero no elimina su causa. En ese sentido, el chiste de Pàmies es un monstruo de dos cabezas: Liberador/perverso, frívolo/conservador. Un cuento paradigmático de todo esto es El joc: ¿saben aquel del hombre que al morir sube al cielo y San Pedro le dice...? Pues eso. Confieso que hacía mucho tiempo que no me reía tanto, con una risa tan nerviosa, mientras leía. Sólo con esta última frase está justificado el paseo a la librería, el gasto y el tiempo de lectura. Ese cuento es en mi opinión el mejor del volumen, el que mejor libera-y-angustia a la vez. Me traía constantemente a la memoria una película que me encantó: Man on the moon, de Milos Forman. Cuenta la historia del cómico norteamericano Andy Kaufman, cuyo humor también explotaba conscientemente esta relajación de la angustia metafísica. Andy Kaufman era una de esas figuras que dividen a las personas en dos tipos: los que se dan cuenta de hasta qué punto Andy Kaufman es uno de los mejores humoristas que han existido -y la ansiedad que el pobrecillo invertía en serlo- y los que no lo entienden y nunca van a entenderlo.

El primer cuento del volumen, L'altra vida, es el reverso del fantaseo, ya muy descrito por la psicología, que consiste en desear, o mejor dicho imaginar, la muerte de nuestra pareja. La señora aburrida que sueña despierta con un accidente fatídico de su marido, etc. Pàmies introduce ese fantaseo en la narración, pero cuando ya no es fantaseo. El hombre muere de verdad. Y su familia, también de verdad, es más feliz sin él. El monstruo de lo cómico nos enseña su otra cara, su otra ganyota, sin dejar de ser extrañamente cómico. En otro cuento, Sang de la nostra sang, una adolescente se siente discriminada socialmente por ser la única estudiante de su clase cuyos padres no están separados y son relativamente felices. Dicho así, de un modo tan esquemático, se ve perfectamente que es un chiste. Los padres son ese tipo de padres que solo existen hoy en día, unos padres nuevos, unos superpadres. Han hecho de la educación de su hija un work in progress, una obra de arte que dura toda la vida. La han modelado. Se han preocupado de que la nena no sea demasiado pija ni demasiado cumba, que lea pero que se divierta, que estudie mucho pero que no sea carca: han querido esculpir un ser digno pero no sufriente, un ser profundo pero no oscuro. Alguien, en suma, feliz. Ellos son la personificación del progreso del mundo, los padres más adelantados de la historia. Pero cada progreso social provoca un desajuste en la realidad, porque se necesita un tiempo para digerirlo culturalmente. Vamos más rápido de lo que somos capaces, y nos pasa como a un piloto de carreras que viaja a velocidades cuyo organismo no soporta: los músculos de la cara, como si fueran liviano cabello, se le van hacia atrás por la fuerza del rozamiento, dejándole una expresión entre cómica y lastimosa: exactamente como las ganyotes del título. Lo que hace Pàmies en ese cuento es amplificar ese preciso momento en el que la velocidad te pone cara de monstruo. Lo hace de tal modo que tanto lo cómico como lo penoso pueden ser examinados a placer por el lector. Pàmies es como un científico que nos invita a asomarnos a su microscopio y a disfrutar de ese cine básico, de ese movimiento de las bacterias que se bañan, alegres, en su minúscula piscina de plasma. Somos nosotros, las bacterias. Cada cuento es una fiesta para el observador curioso. Pero las fiestas, como todo, son un monstruo de como mínimo dos cabezas.