LUKE nº 81

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Opinión

Pinochet al servicio de las letras blancas

Rafael R. Valcárcel

Pinochet

Pinochet fue amado por los egoístas y odiado por los allegados de sus difuntas víctimas, pero, para otros como yo, Pinochet fue simplemente alguien que vale la pena recordar.

Hace más de una década, publiqué -fotocopias engrapadas, vendidas junto a libros usados- una serie de poemas, entre los cuales creo oportuno extraer el que incluí en una página en negro:

negro
negro en letras blancas
negro en letras blancas sobre fondo negro
sin ellos
no te vería.

Estas líneas eran y son una forma poética de expresar nuestra enrevesada percepción, en la que un concepto por sí mismo tan sólo nos da una idea parcial de su significado. De hecho, para comprender el valor real de algo, hace falta conocer su opuesto... y no siempre es una grata experiencia.

En 1971, cuando varios países del sur de Latinoamérica estaban siendo comandados por militares, Alfonso Velarde tuvo que abandonar Bolivia y refugiarse en Chile. Allí, todavía, los defensores de las ideas comunistas podían tomar un respiro. Pero con la caída de Salvador Allende, en 1973, Alfonso fue capturado junto a Cecilia, su esposa embarazada, y conducidos al estadio Nacional, lugar del que nadie solía regresar.

La pareja y otros prisioneros fueron transportados en la parte posterior de un camión militar, que estaba al descubierto y poseía unas barreras laterales bajas. Por eso, los soldados les sugirieron echarse para evitar las balas que venían por doquier. Cecilia, debido a indicaciones médicas, no podía ponerse totalmente horizontal porque pondría en peligro la vida de su hijo. Así que prefirió dejar su propia cabeza a la vista, sintiendo el zumbido de las balas. Esa acción, aparentemente contradictoria, fue una forma simbólica de propugnar un camino distinto al de Pinochet. Ella manifestó su visión del futuro bajo un criterio colectivo y no selectivo.

Ya en el estadio, en uno de los vestuarios, Cecilia y Alfonso esperaban su turno para ser interrogados. Una espera que sin duda formaba parte de la tortura, ya que mientras aguardaban, veían un hilo de sangre que iniciaba su recorrido al otro lado del biombo, del que provenían preguntas, golpes secos y ruidos de dolor cada vez más apagados. Al llegar la madrugada, cuando les tocaba su turno, el hombre con guantes negros ensangrentados se retiró de la habitación -no se sabe dónde- para tomar un descanso. Minutos después, se produjo el cambio de guardia. Y más por reflejo que por razón, Cecilia cogió la mano de su marido, saludó al guardia como quien termina una visita y salieron por la puerta principal. ¿Suerte, milagro, destino? No perdieron tiempo en explicárselo; lo utilizaron para llegar a la embajada Suiza, donde a las pocas horas fueron asilados.

Tres años más tarde, ellos tuvieron su segundo hijo, que fue una niña, con la que mucho después yo tuve a Santiago, mi primer hijo. Éste hecho me hace desear que nuestra memoria colectiva no olvide a Pinochet, para que otras nuevas vidas no dependan de la buena fortuna de quienes vieron la luz en la oscuridad.