LUKE nº 81

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Arte

Bestiario

josé morella

Anri Sala

En la Tate Modern de Londres, estos días, hemos tenido la oportunidad de ver Dammi i colori, un video del artista albanés Anri Sala. En un cuarto de hora, Sala nos muestra una ciudad peculiar. Calles astrosas, sin asfaltar a veces, con restos de obras, basura, tráfico caótico, polvo, tierra, suciedad. Pero el artista quiere enfocar otra cosa que está allí mismo: las fachadas de los edificios. La ciudad tiene los edificios pintados de colores, formando escandalosas figuras abstractas y chillonas que contrastan de un modo intrigante y ¿hermoso? con el desastre en curso que se sucede en las calles. La mayoría de fincas todavía están siendo pintadas, y por eso hay tantos andamios precarios hechos con simples tablas de madera, frágiles mecanos de cerillas. Se ve trabajar a los pintores, que cubren de rojo o azul o verde o amarillo, indistintamente, un balcón y el siguiente y el siguiente. Nada de blanco, gris o colores apagados. Uno no puede dejar de mirar las imágenes que pasan en cámara rápida del día a la noche, mostrando cómo los colores se matizan con la oscuridad. Nos preguntamos qué ciudad puede ser esa, pero no conseguimos encontrar ningún referente que sirva de ayuda. Se trata, ahora lo sabemos, de Tirana, la capital de Albania. ¿Qué sabemos de Albania? Sabemos que allí nació Santa Teresa de Calcuta. Conocemos a un escritor del que se ha dicho tantas veces que merece el Nobel que es casi como si ya lo tuviera: Ismael Kadaré. Los intelectuales, como los futbolistas, son señales de carretera de la geografía global. Del mismo modo que ahora se oye hablar de Turquía un poco más, y de un modo distinto, porque Pamuk ha ganado el premio (¿o es al revés, y le han dado el Nobel para poder hablar de Turquía?), cuando se lo den a Kadaré la gente empezará a oír hablar un poco más de Albania, aunque sea tan solo como un rumor de fondo. De momento, Albania suena a inmigrante y a guerra ("albanokosovar", "Kosovo"). Un buen indicador del grado de ignorancia sobre Albania es el hecho de que en la última película de Spike Lee, que narra de comienzo a fin el atraco perfecto a un banco, el atracador despista a los policías del siguiente modo: cuando los agentes, en las cajas de unas pizzas, consiguen introducir micrófonos en el banco, lo único que reciben son palabras en un idioma que nadie reconoce. A los policías no les suena a nada. Resulta ser un discurso, sacado de Internet, de Enver Hoxha, sanguinario dictador estalinista de Albania, que proclamó un estado ateo y que, en sus persecuciones contra cualquier forma de religión, asesinó a decenas de miles de personas. Para Spike Lee el albanés, y por contigüidad Albania, es ese lugar del que nadie sabe nada. Nadie sabe que es el segundo país más pobre de Europa después de Moldavia. En Dammi i colori aparece Edi Rama, alcalde de la Tirana y responsable de su nueva estética. Rama, antiguo jugador de baloncesto y antiguo pintor diletante en París, ha decidido combatir la decadencia arquitectónica poscomunista (ese desastre en curso, ese caos de construcción sin reglas crecido sobre la base gris y uniforme de los edificios del antiguo régimen) con el color. Cada persona puede elegir de qué color pinta su casa, y cada casa debe tener muchos colores. El alcalde ha dicho: "Diría que aún soy un artista, y que estoy intentando usar la política como un instrumento para el cambio". Para él Tirana es un lienzo sobre el que trabaja. Pinta. Es un tipo, dicen, con una energía impresionante. Trabaja sin pausa, se le oye por todas partes, se le ve en todas partes. Crea grandes polémicas. La oposición dice que no hace nada tangible, tan solo cambia la estética de la ciudad. La principal discusión en los bares, en las casas, en la calle, es la pintura de los edificios. La gente discute si es buena o mala, qué significa, si da una buena imagen del país, si es infantil, si es artística, si es populista. Rama ha dicho: "La ciudad no tenía órganos, y nada funcionaba ("Kandahar" es la palabra que usa normalmente para describirla), así que pensé: Mis colores reemplazarán a esos órganos. Fue una intervención." El cuerpo de la ciudad necesita ser intervenido por el médico-artista-alcalde porque ha estado enfermo. Tirana sería, entonces, la figura exagerada de una nueva tendencia en la ciudad postmoderna: mientras en lo político hay intervenciones quirúrgico-estéticas, lo económico va por otro lado, y sigue su marcha con disimulo, agazapado detrás del ruido que los políticos arman siguiendo sus órdenes. Los políticos parecen ser, hoy en día, las grandes pantallas puestas por el verdadero gobernante de facto: el mercado. Los políticos están para inventar pequeñas historias que nos entretengan y nos despisten. El Fórum de las culturas de Barcelona, por ejemplo: especulación urbanística y enriquecimiento a espuertas de algunos mientras el resto discute sobre multiculturalidad o sobre qué es el dichoso Fórum. El arte y la cultura como excusa técnica y disfraz de grandes movimientos financieros. Los famosos guerreros de Xi'an del Fórum encarecen tu vivienda y agrandan tu capital. Si no tienes vivienda, peor para ti. El alcalde de Tirana que pinta su ciudad cree ser un artista, pero ya no pinta cuadros. A nosotros nos parece que en realidad él ya no cree en el arte, y por eso lo usa con tanto desparpajo en su programa político. Jean-François Lyotard lo explicaba así: la condición posmoderna consiste en no creerse ya ninguna "gran narrativa", ninguna solución total para la vida, ningún sistema político o creencia del tipo comunismo, cristianismo o república. Ya no tiene sentido la frase "vivir para el arte", porque "arte" suena a algo demasiado grande, y por eso no creemos en él. Sólo tenemos pequeñas historias, pero muchas, muy diversas, que hacen hincapié en la diferencia y no en la uniformidad. Exactamente lo que pasa en Tirana: la antigua uniformidad del comunismo (todos vestían igual, todas las casas eran idénticas) contrasta con la capacidad de elección de hoy en día: puedes elegir de qué color pintas tu balcón y criticar, en público, a tu alcalde. Muchísimo en comparación con lo anterior, pero poco de todos modos. Así es nuestro mundo: de una gran pequeñez, de una gigantez minúscula.