LUKE nº 91

a a a

Música

Narrativa policial

Victoria Salvador

andy summers

"Lo que mantiene vivos a los grupos es la chulería".
Ya lo dice en El País Gay Mercader, amigo personal de Sting y promotor musical barcelonés, a propósito de la reunificación de The Police, banda alquimista de pop, rock y reggae que imprimió el sonido de principios de los 80 y que se ha marcado una gira "retrovisor" alrededor del globo para demostrarlo. Demostrar que siguen siendo muy chulos, claro está.

Pasaron por el Estadi Olímpic de la Ciudad Condal en septiembre. Los fans contentos, los críticos también -por aquello de poder hincarle el diente a un clásico con achaques- y los protagonistas del vodevil, Sting, Stewart Copeland y Andy Summers hinchando las arcas y el ego a edades en las que a la gente de la calle se le anuncia la jubilación anticipada. O a tiempo, como ocurre con el señor Veranos -Summers-, que ha soplado 65 velas a golpe de escenario. Este guitarrista imitado hasta la saciedad por todos los aspirantes a grupo de moda de los 80, incomprensiblemente apeado de diversas listas con "Los 100 mejores guitarristas de la historia", -en las que sí figura su gran seguidor Dave Evans, el hombre del gorrito de lana conocido como The Edge, guitarrista de U2, y en las que también se echa en falta a un prodigio como Prince o a Carlos Alomar, artífice de uno de los riffs más estremecedoramente bellos de la música pop, el de "Heroes", de David Bowie-, es un culo inquieto y polifacético. Desde la separación del exitoso trío, allá por 1984, ha publicado una larga serie de discos en solitario y en colaboración con músicos tan variopintos como Robert Fripp, Herbie Hancock o la mismísima Deborah Harry. Se podría ganar la vida fácilmente como fotógrafo; entre otros, ha editado un libro de imágenes de la banda, "I'll be watching you: Inside The Police, 1980-1983" (Taschen, 2007), una selección de 600 fotos entre las 25.000 que disparó en la época y que presentó en Barcelona también en septiembre, y en su página web www.andysummers.com hay una amplia muestra de muchas otras colecciones fotográficas suyas de excelente calidad no siempre relacionadas con The Police. Aunque éstas dan más morbo, y no sólo por ver el perfectamente torneado torso del vocalista desde varias perspectivas.

Andy también le da a la pluma. En un estilo suelto y empapado de un humor cáustico de lo más británico, delata los delirios de grandeza y de otros pecados cardinales que impregnaron la carrera de The Police. Para entender mejor que él supo mantenerse a flote en un entorno hostil a la normalidad haciendo prevalecer su amor por la música, nos lleva a revivir a su lado una infancia extraña, una adolescencia marcada por sus estudios de guitarra clásica en la Universidad de Berkeley, California, y un inicio de carrera salpicado de encuentros profesionales con Eric Burdon, Joan Armatrading o Kevin Ayers, en el que coincidió ya en algunas ocasiones con Sting y Stewart Copeland. "El tren que no perdí" (Global Rythm Press, 2007) da nombre a una narración en presente y en primera persona que gira alrededor de un viaje en el metro londinense como otro cualquiera, en el que el adagio de "estar en el momento justo en el lugar correcto" se hace realidad cumpliendo su latente promesa de cambiar por entero la vida de quien lo experimenta.

"El tren se detiene con una sacudida y al bajar en Oxford Circus veo a Stewart (Copeland, red.), que también baja allí. Nos miramos, nos reímos y hacemos el comentario tópico de que el mundo es un pañuelo." El resto es historia y se relata subrayando los -efectivamente- tópicos típicos que se pueden esperar de un libro escrito por una (¿ex?) estrella del rock. Summers tuvo que firmar su particular pacto con el demonio y como un Fausto cualquiera pagó el precio que la fama mundial le exigió: trabajar con otros dos descomunales egos ensimismados en sí mismos, hacer el paripé a todos los niveles para vender la imagen que concordara con el hecho de ser la banda más popular del planeta, aceptar no ser nunca reconocido en aras del mayor lucimiento de un vocalista sumamente atractivo, enormemente dotado y constantemente ocupado en demostrar y mantener su liderazgo pisando sobre los cadáveres que hiciera falta, un divorcio inesperado a golpe de teléfono y el consiguiente distanciamiento con su hija, la tentación de las drogas y la desaparición de muchos que la compartieron con él, como John Belushi... Y sin embargo, Summers consigue dejar un regusto de autenticidad en los labios. Y no sólo por el delirio de canción incluida en el álbum de The Police "Synchronicity" (1983), una de las poquísimas de su puño y letra que le permitieron grabar con el grupo, llamada "Mother", y que ofrece, en un estilo personalísimo alejado del de la banda, una desgarradora letanía a voz en grito, mientras nos cuenta que todas las chicas con las que sale acaban convirtiéndose en su madre y pide a su progenitora, en una devastadora súplica, que le deje en paz. Summers es el abuelo del trío, la fama le llega con una cierta madurez, habiendo estado a un paso de renunciar a ser músico profesional, y se le nota cierta filosofía vital. Cuenta sus vivencias desde el filo de las emociones y con un genuino sentido del humor, destila la soledad de la fama, la vacuidad del éxito y, ante todo, reflexiona certeramente como el observador privilegiado que es, desde su jaula dorada. Nos situamos en 1981: "Esta noche tocamos en El Poliedro de Caracas, un estadio en las afueras de la ciudad (...) Tras el concierto, (...) nos percatamos del alboroto que tiene lugar en la entrada del estadio. Unos soldados con uniforme verde y marrón están acorralando a unos adolescentes para meterlos a punta de pistola en camiones del ejército y conducirlos a la guerra que se libra en la frontera entre Colombia y Venezuela. La mayor parte de los chicos parecen tener dieciséis o diecisiete años y, con sus camisetas de vivos colores y el pelo en punta, se asemejan a mariposas masacradas por cornejas negras. (...) Me quedo rezagado en medio del asfalto y lanzo mis trastos en la parte trasera de la ronroneante limusina sintiéndome inútil frente a este atropello. (...) En Norteamérica, Reagan es Dios y su presidencia provoca un nuevo escenario que conducirá, veinte años después, a un gobierno al servicio de contaminadores, extractores de combustible fósil y fundamentalistas religiosos de todo tipo (a excepción de los islamistas); un gobierno que será hostil a la ciencia y abrazará la insolvencia fiscal y transformará la solidaridad mundial en antiamericanismo mundial. Pero los ochenta serán vistos retrospectivamente como una era dorada."

"El tren que no perdí", "One train later" en su versión original, llega a España un año después de su presentación. Quizá para coincidir con el concierto que la banda daba en nuestro país y aprovechar el tirón. Sea como sea, nos alegramos por la iniciativa de Global Rythm Press -los lectores amantes de la música agradecemos su dedicación a la edición de libros interesantes y hechos con esmero- y recomendamos su lectura a quien desee descubrir que uno de los tres rubios de The Police es, simplemente, un tipo enamorado de su guitarra al que la fama sacudió como a un pelele sin desmembrarlo, un superviviente del negocio centrífugo y antropófago de la música. Su aventajado alumno The Edge, a quien Summers regaló su guitarra en 1986 ante 65.000 personas en un acto en que el guitarrista de U2 vio algo más que un toque de simbolismo, así nos lo describe en el prólogo de "El tren que no perdí": un músico de pura raza que nunca se traicionó a sí mismo, anteponiendo su pasión y su fe en la música al éxito y a los altibajos a lo largo del camino. "May we be lucky enough to see his likes again."