LUKE nº 91

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Opinión

Escrito sobre turba (postal desde Irlanda)

Gabriel Rodríguez García

Al noroeste de Irlanda los condados de Donegal y Mayo se precipitan hacia el Atlántico en vertiginosos acantilados. El agua salada, como un presidiario paciente que contara los días de su reclusión, va esculpiendo el paso del tiempo sobre la roca; y esa roca permanentemente húmeda se abraza a la tierra carnosa de hierba y turba, tal vez en un vano intento de escapar del azote del agua.

Puede que debido a esos combates geológicos en Irlanda no sea tan sencillo precisar dónde comienza el océano. El viajero lleva siempre pegada una humedad densa que le recuerda que, vaya hacia donde vaya, no tardará en toparse con alguna de las sinuosas costas que circundan el mar. Una vez que uno se acostumbra, lejos de molestar, la humedad embriaga y remite a esos tiempos primordiales en los que se libran los lentos combates geológicos. Y en ellos sólo se percibe calma y suavidad, como bien saben las apacibles ovejas que no se sorprenden de nuestro paso.

Las noches también transcurren sin sobresaltos. La música en vivo de banjos, flautas, bodhrain y violines y la textura de la Guinness local, que parece perder densidad en cuanto toca el paladar, son un excelente lenitivo contra cualquier forma destructiva de melancolía. Sólo la desagradable hora del cierre logra enturbiar el ánimo, si bien la tristeza de verse empujado hacia la cama dura poco ante la seguridad de que mañana será un día muy parecido.

Los días van pasando sin prisa. Como no tengo lecturas a mano, me pregunto si la escritura no serán los surcos que los riachuelos ferruginosos trazan suavemente sobre las laderas ocres.