Otros: CINE

Zarzalejo Blues

Alatriste, o de cómo el cine español aprendió a hacer los deberes

Sergio Sánchez-Pando

Alatriste

Tras años de postración, de impotencia y humillación; conjurado al fin para romper de una vez por todas las cadenas de la espiral de amor y odio en la que le tenía secuestrado, llegado el momento de sacudirse su complejo de inferioridad, el cine español desenvainó con arrojo la espada dispuesto no ya a enfrentarse contra holandeses y franceses sino a batirse en duelo con el mismísimo Hollywood hasta vencerle valiéndose de sus mismas armas: grandes sumas de dinero, fastuosa producción, historias basadas en un autor de grandes ventas, promoción a gran escala.

Tamaña decisión u osadía no era algo nuevo en el panorama internacional (ya los franceses habían adoptado hacía años idéntica iniciativa vía Luc Besson) pero, más que en la capacidad de sorpresa, sus responsables avalaban su intentona en la confianza de que Hollywood aún no sabía lo que era enfrentarse a un equipo español aguerrido y bien adiestrado. No obstante y por si acaso, buscando obtener las máximas garantías en el embate, se optó porque su cabeza visible fuera un mercenario formado en el campo enemigo.

Cómo acabó la intentona es asunto que desde entonces se discute ampliamente sin que a día de hoy quepa la posibilidad de alcanzar un veredicto definitivo. Numerosos e influyentes cronistas de reconocido prestigio al servicio de los más poderosos señores alabaron sin dudar el resultado de tanto empeño y el pueblo pareció avalar sus opiniones acudiendo en masa a su recibimiento. Pero tampoco faltaron quienes consideraron que la iniciativa había supuesto un rotundo fracaso, como se pudo comprobar recurriendo a los múltiples foros en los que el vulgo gustaba de exponer y contrastar sus opiniones. Los escépticos argumentaban que el multitudinario recibimiento tributado al equipo no era sino consecuencia de las expectativas generadas, hábilmente promovidas con abundantes medios por los propios interesados, prácticas por cierto aprendidas del mismísimo enemigo al que se pretendía combatir.

La opinión de este humilde cronista es que bajo tanto fasto y alharaca la iniciativa carecía de consistencia y se desplomaba por la misma base. En ningún momento sintió la menor empatía hacia las motivaciones que parecían impulsar a los elegidos en sus actos y decisiones, así como tampoco respecto de las emociones llamadas a justificar sus intrincadas relaciones. Precisamente el elemento que a priori daba por descontado al haber destacado hasta entonces el máximo responsable del equipo en su calidad de muñidor de historias y de personajes. Por si ello no fuera suficiente, las acciones y manejos de los protagonistas despertaban una multitud de interrogantes a los que nunca se daba respuesta, como si constituyeran un estorbo o el interesado hubiera tenido que procurárselas de antemano. La indignación ante lo que consideró un desaguisado fue proporcional a la expectación que se había generado, esto es grande.

Aunque bien pensado quizás sea justo reconocer que el empeño mereció la pena y sus objetivos fueron alcanzados, en especial si nos atenemos a cuál era su referente. Al fin y al cabo la aventura había costado grandes sumas de dinero, arrancado entre gran fanfarria, arrastrado a numerosa gente, pese a que los resultados no se hallaban a la altura de lo prometido. Precisamente la misma práctica que tantas veces se había imputado al enemigo y sobre la cual se decía que había fundamentado su dominio.

Los más mordaces aseguraban que a partir de entonces habrían de ser algunos menos quienes en justicia podrían seguir criticando las prácticas del pérfido Hollywood