Opinión

El oso y el rey

Inés Matute

El oso y el rey

Como muy bien dice Miguel Angel Mellado, hay monárquicos congénitos, como Ansón, monárquicos Juancarlistas, como Peñafiel, monárquicos "felipistas", como la familia de Letizia, y hasta monárquicos "apícolas", que son los que se admiran del trabajo de las reinas - las hay que incluso se lo curran- en el sorprendente mundo de las abejas. ¡Qué les voy yo a contar! A los republicanos de toda la vida nos encanta que el rey se dedique a cazar osos borrachos, ciervos autistas y rebecos cojitrancos, prestándose a la escenificación de "peligrosas" cacerías de peluches en remotos países del Este: a más deslices reales, más detractores y más columnas hipercríticas, como viene ocurriendo tras hacerse público el "affaire Mitrofan". Incluso quienes dicen pasar de política pero gastan conciencia ecologista han encontrado, en la práctica escopetera del monarca, un fructífero filón. Sí, sí, no hace falta que nos recuerden que al bueno de Fernando VII le colocaban las bolas para ponerle la carambola a huevo. También sabemos que a Don Juan Carlos le chifla la caza, y que en octubre del 2004 abatió (término sinónimo de matar pero con menor carga moral) a nueve osos jóvenes, a una osa gestante y a un lobo en Rumanía. Esta matanza causó escándalo público y mediático en el país anfitrión, organizándose un debate televisivo en el cual administración y cazadores "defendieron" la batida alegando el exceso de osos que pululan por los bosques rumanos. En la Russia de Putin, deduzco, también deben de andar sobrados. Puestos a saber, tampoco ignoramos que los chicos de ERC cuestionaron, ante el congreso, si el rey tiene o no tiene licencia de armas, y, de paso, la trasnochada imagen de España monárquica y cañí que vamos repartiendo por ahí. ¿De qué vamos a sorprendernos si los hay que aseguran que la "conspiración republicana" entró en palacio de la mano de doña Leti, la amiga de Sabina? No sé yo qué gracia tendrá pegarle un tiro a un animal narcotizado; tampoco le veo la gracia a beneficiarse a un cadáver, a sacudírsela ante una colegiala o a meterse polvos por la nariz, pero hay gente adicta a todo tipo de barbaridades. Las hay que incluso nos quedamos colgadas del Doctor House. Moraleja: Las emociones fuertes enganchan y de todo tiene que haber. Hasta reyes sin conciencia y osos con tutú, puestos a desbarrar. ¡En fin! Damos por hecho que Don Juan Carlos, real abuelo de una nutrida prole, regalará a sus nietos Teddy Bears comprados en Harrods, leerá a los niños el entrañable cuento de los tres ositos o visionará al lado de Froilán las aventuras del Oso Yogui y las andanzas de Winnie de Pooh. ¡Ojalá su relación con el mundo animal quedase ahí! En lo que a mí respecta, me sobra con los reyes de la baraja. Por cierto... Mi próximo chupito de vodka, lo beberé a la salud de Mitrofán.