Opinión

Cómplice lector: Preparémonos para la revolución

El Golem

"me han recordado que dije
y es verdad
que CREAR ES QUITAR"
Jorge Oteiza, Itziar  elegía y otros poemas.

Remington

Hace pocos cientos de años, la lectura -y no digamos la escritura- era accesible a una reducidísima élite cultural. La lectura de lo escrito por los antiguos y el intercambio entre escritores estaba reservada a escasísimos reductos y las limitaciones eclesiásticas en cuanto a temática, permitían que mucho de lo que se narraba tuviera un aire de novedad, siéndolo en muchas ocasiones. En 1400 nacía Gensfleisch, más conocido como Gutenberg. Sus 180 Biblias publicadas provocaron el surgimiento del mundo editorial. Durante un largo período las bibliotecas fueron creciendo exponencialmente. La tarea más ardua del creador literario dejó de centrarse en la creación absoluta -descubrir temas, sentimientos y circunstancias que nadie había puesto jamás por escrito (o al menos no se tenía la posibilidad de comprobarlo)- para mudar a perfeccionarlo; tarea hercúlea, ya que por la autarquía social y geográfica de la época, el contacto real entre los creadores era poco común. La técnica de escritura, en general, había variado escasamente desde la aparición del pergamino.

El surgimiento de la burguesía, la industrialización y el comienzo del desarrollo de las urbes, los transportes, las universidades y las bibliotecas públicas, lograron por fin que los escritores tuvieran a su alcance gran parte de lo ya escrito y que el contacto entre ellos fuera fluido y masivo. Lo impensable: un escritor podía alcanzar popularidad y renombre. La hoja impresa lograba cambiar mentalidades. Eso sí, para escribir algo que supusiera un paso adelante en cualquier ámbito, se requería un conocimiento enciclopédico, siendo una tarea de titanes el crear una idea que no fuera repetición de otra anterior o que no hubiera sido ya refutada y denostada en el pasado. En cuanto a la técnica, un escritor debía ser un exhaustivo conocedor de su lengua, su gramática e incluso de las lenguas muertas. La primera señal del cambio, aunque pequeña, vino con un avance tecnológico, la máquina de escribir, cuyo primer usuario célebre, León Tolstoi, sería precursor de un ejército de literatos que podían olvidar la ropa en un viaje pero no su Remington. La corrección comenzó a ser factible con el borrado de las palabras o sus anotaciones, especialmente tras la aparición del papel carbón. No obstante, ser escritor seguía exigiendo una cultura elevada lo que hacía que a ese Olimpo sólo llegaran los tocados por los dioses, tras años como galeotes estudiantiles. El siglo XX apareció en escena con el principio del fin del ESCRITOR. La masificación del ordenador con su procesador de textos se deshizo primero del perfeccionismo; hacer las cosas bien a la primera era fútil por la súbita facilidad de corregir, aunque durante una divertida etapa nos hicieron reír los ocultamientos de su uso por parte los más puristas. En una segunda fase, en la que aún nos hallamos inmersos, está la desaparición de la exigencia del conocimiento de la lengua. Los procesadores rozan la perfección en cuanto a corrección de palabras primero y de gramática ahora mismo. Los programas de reconocimiento de voz pronto serán algo instalado de serie. La técnica ha muerto... ¡viva la técnica! Ahora lo único que se necesita es creatividad. Actualmente se publican más de 50.000 libros al año en España. El lector, de ser un devoto de los escritores pasa a ser objeto de codicioso deseo de los escritores. Todavía la letra impresa logra a duras penas ser económicamente rentable. En los albores del siglo XXI vemos el final de la aventura romántica. De un lado, la letra impresa comienza su inevitable declive. Internet es la editora. Cualquiera publica en blogs, grupos de noticias, páginas web, etc. Ya se vislumbra lo apuntado en el título: lo importante pasan a ser las visitas, los lectores, en fin. Por otro lado, no falta mucho tiempo para que los procesadores de texto vayan más allá de lo meramente gramatical. Bastará dictar la idea básica para un escrito y elegir el estilo literario que deseemos: Joyce, Quevedo, Huxley o una mezcla de varios autores. Elegiremos la extensión, el contexto y la situación geográfica, la extensión deseada, el género de la obra y... en pocos minutos de trabajo cibernético tendremos la obra completa.

Y ahí llegamos nosotros, los revolucionarios. Poco a poco, lo realmente valioso será, no escribir, sino leer. Se comenzarán a crear grupúsculos de lectores que marcarán la pauta y el devenir del mundo de la creación literaria. Se les pagará, se les sobornará y serán definitivamente los artífices de la historia. Lo importante no será crear el mundo, sino dar fe de su existencia. Aquí te espero, cómplice lector. Se acerca la era de nuestro reinado. Ser escritor será algo tan meritorio como ser comedor de chuletón. Tú, yo, Isabel Pantoja... todos tendremos una biblioteca entera con nuestras obras. Lo impagable será formar parte de un grupo de lectores que acuerde qué leer, e incluso qué comentar, qué criticar. Aquel libro que haciendo frente a las NILD (Normas Internacionales de Lectura Demostrada) pueda demostrar tener más de diez lectores, pasará a engrosar las listas de los más leídos. Los demás, como escribió Philip K. Dick, se perderán como lágrimas bajo la lluvia.