Arte

Pequeñas sugestiones

Borja Criado

Hay un cuadro del pintor W. Lambert, uno de esos pintores americanos casi desconocidos de la época de los años cuarenta, en el que se nos muestra la esquina de un café cuando la tarde casi ha declinado. De la puerta sale uno de esos jóvenes que tanto abundan en las grandes ciudades y que gustan de jugar a ser dandys. Se dirige hacia la calle más concurrida, mientras en la otra calle una anciana atiborrada de bolsas se mueve lentamente. Justo en frente una figura permanece quieta a cubierto en la negrura de un soportal. En el interior del establecimiento puede verse a una mujer joven, vestida con un abrigo negro y una boina del mismo color que contrasta con su larga y electrizante melena rubia saludando o abrazando a un tipo sentado junto a la barra que da la espalda a la mirada del pintor. Al otro lado cuatro hombres enfrascados en una partida de póquer que bien podría llevar semanas en curso.

Aunque a primera vista el cuadro no parece desvelar otra cosa que el costumbrismo acelerado de aquella época, flota en éste una tensa neblina que me lleva a pensar en las intenciones de cada uno de los personajes, y en especial la de la figura escondida en el portal, que me recordó indudablemente al mítico fotograma de O. Welles en El tercer hombre. No sabemos si espera o si acecha. Tal vez persiga al joven por una deuda contraída con una personalidad inexistente en el cuadro (con el propio pintor, por ejemplo). Quizás intente encontrarse con la anciana unas calles más allá, a solas, haciéndose con una fortuna escondida bajo los tablones de alguno de los caserones semiderruidos, y así poder pagar la deuda que contrajo con el juego. Pero a mí más bien me parece que a quien espera es a la mujer que acaba de entrar en el café, y que incluso ella sabe que esa noche el destino le depara lo terrible.

Esta especie de insinuación pictórica podemos encontrarla también en pintores de la talla de E. Hopper y, si algunos quieren, en la pintura impresionista. Yo creo sin embargo que el Impresionismo se basa en el claro estudio de la luz, si bien autores como Degas podrían contradecir este dogma. Sucede que la intención del autor en este caso se asemeja más a una incitación al descubrimiento de una trama secreta por parte del visualizante o lector, una suerte de cuadro detectivesco en el que se ve implicada la voluntad del que observa. Se podría hablar entonces de un observador activo, muy relacionado con el lector activo de Rayuela de Cortázar. Aunque por otro lado, ese detective está obligado a participar. Imposible escapar de la trama, incluso siendo uno el lector. De hecho, ese lector ha sido engañado para entrar en el juego, como sucede en el Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández. No obstante prefiero pensar que se trata del mismo recurso que prevalece sobre la literatura erótica, llevado un paso más allá; La sugerencia.

Ciertos autores exponen una trama aparentemente sin conflicto pero en el interior de dicha historia llega a intuirse un misterio o un horror latente que nunca sale a la luz. Bolaño es, a mi juicio, un magnífico escritor de relatos de terror (si a su maestría literaria le incluimos el factor de la realidad, el resultado es verdaderamente estremecedor). La historia, aún en contra de los dictámenes de E. A. Poe, se forja desde el principio. Sencillamente no hay final preconcebido. Puede ser uno o muchos. También puede ser ninguno. El otro gran ejemplo que me viene a la cabeza es un relato de Borges en homenaje a Lovecraft (There are more things) en el que la historia termina repentinamente en el instante en el que el protagonista sube las escaleras que le encaminarán hacia el horror desconocido. En este caso el Horror desconocido (que escribo en mayúscula y en cursiva para subrayar que en Lovecraft el horror sí tiene forma, aún siendo ésta innominable, incomprensible e ignota) es ciertamente desconocido para el lector, que ha de suponerlo o imaginarlo. Otorgar al lector el papel de Dupin haciéndole partícipe de la obra es llevar el arte de la sugestión a un nivel mucho más amplio. También resulta así para la lectura. Tal vez, sólo tal vez, este texto no sea más que el resultado de una jugada maestra por parte de aquel pintor casi desconocido que ha logrado salvaguardar su obra unos instantes más en el reloj de la memoria artística.