Opinión

Zarzalejo Blues

John Cheever

Sergio Sánchez-Pando

John Cheever

¡Pobre John Cheever! Toda una vida de ardua batalla con su conciencia, la existencia al modo de un cuadrilátero, pugna estéril ante un contrincante siempre escurridizo, el esfuerzo extenuante en pos de cumplir los códigos de buena conducta, seguido de reproches inevitables, el sufrimiento de la derrota inflingida por un rival demasiado poderoso, pero ya se levanta, vuelve a soltar los puños inasequible al desaliento, para acabar tendido una vez más en la lona. Tanta energía, teñida con el paso del tiempo de inevitable melancolía, cuando no de abierto tormento. Demasiados combates que librar de forma simultánea: la pugna diaria con la botella, medida primero en horas, más tarde en minutos, hasta infiltrarse en sus sueños en la madrugada; el maltrato psicológico inherente a su matrimonio, el recurso a los reproches verbales primero, la ausencia de reproches después; sus profundas dudas, sus temores e inseguridades como escritor, engañosa su propia valoración siempre un peldaño por debajo, su lugar aparente en el podio aceptado con deportividad; el acecho constante de la homosexualidad, de la bisexualidad, cortándose con sus ángulos más siniestros e hirientes hasta hacerse sangre. Entre asalto y asalto más vida en los suburbios en forma de lecturas, de desplazamientos periódicos a la gran ciudad, de misas semanales, de trato distante con los hijos, de viajes a Europa, de paseos con los perros, de licencias extramaritales, de reuniones sociales, de recuerdos y evocaciones, el dolor de las visitas fraternas; sin olvidarse en ningún momento de contemplar el cielo, regar el jardín, atender la correspondencia, llevar el coche al taller, constatar la temperatura tanto en el exterior como en el hogar. Al final, ante la proximidad de la decrepitud todo parece precipitarse, muy especialmente lo que continúa igual.

Los diarios de John Cheever podrían llevar como subtítulo: ¨Tribulaciones de un ser humano que aspira a llevar una vida respetable e inevitablemente se deja la piel en el intento.¨