Literatura

Luna del Este

Vista del Lago del Oeste desde la pagoda Leifeng

javier martín ríos

A Lou Yu y Sun Xintag

Lago del Oeste

El Lago del Oeste dormita bajo los rayos del mediodía del sol del invierno. La Fiesta del Año Nuevo está a punto de finalizar y algún que otro murmullo de petardos llega hasta tus oídos desde la lejanía como un eco extinto. En el cielo no se divisa una sola nube que rompa con la tranquilidad del fondo azul. De tanto en tanto una pareja de gaviotas se cruza frente a la pagoda con sus alas extendidas bajo el sol.

Las islas del Lago del Oeste flotan en el agua como si fueran sueños de esmeralda surgidos de un profundo mar. Las barcas bogan en el lago dejando a su paso una leve estela de escamas plateadas. En el dique Su los puentes de piedra cobijan bajo las sombras de sus arcos el sueño de los peces. Los sauces desnudos esperan con loable paciencia la llegada de la primavera. En la otra orilla, la pagoda Baochu domina con su solemnidad de piedra todos los confines de la ciudad. Hangzhou se estremece en el lado este con sus rascacielos de cristal resplandeciendo bajo el cielo.

El viento sopla fuerte con las frías garras del invierno en la última planta de la pagoda Leifeng. Tú contemplas el Lago del Oeste y sientes que la belleza de este paisaje es imperecedera y sublime, que desde hace siglos lleva cautivando el espíritu de poetas, calígrafos, pintores y sabios eremitas, y que siempre estará ahí, atrapado entre verdes montañas, como un sueño de paz y armonía detenido en la rueda del tiempo, como un espacio místico que los hombres de este lugar conservarán como si fuera el tesoro más preciado que se encuentra sobre la faz de la tierra.

El Lago del Oeste dormita bajo los rayos del mediodía del sol del invierno. Desde la pagoda Leifeng contemplas el paisaje y una inefable calma se ha apoderado de tu cuerpo. El gélido viento sopla fuerte contra tu rostro, pero no importa, la naturaleza palpita ante tus ojos y tú te sientes parte de ella. Siempre que regresas al Lago del Oeste piensas que en realidad siempre estuviste aquí, como las montañas, el agua, los puentes de piedra, los sauces, las gaviotas, las barcas y las esbeltas pagodas soñando desde las raíces de la tierra con los confines del universo. Tú siempre estarás aquí, aunque te encuentres muy lejos, en el otro extremo del mundo, en el lejano Occidente; sí, tú siempre estarás aquí, a la orilla del lago, confundido en el interior de su paisaje, en la armonía de la naturaleza.