Opinión

La profesión de los suicidas

enrique gutiérrez ordorika

"Resulta curioso que las peores obras sean siempre
las que se llevan  a cabo con las mejores intenciones,
y que la gente nunca sea tan trivial como cuando
se toman demasiado en serio a sí mismos."

Oscar Wilde

 

En toda escritura existe un afán de perdurar, incluso en la nota que deja el suicida un segundo antes de quitarse la vida. Quitarse la vida y escribir, de alguna manera, ambos son gestos desesperados, ambos son abandonos radicales de la acción y toma de partido por el testimonio. Esto no lo invalida el que en un caso uno escriba dos líneas y en el otro quinientas páginas. En un renglón también cabe el mundo. Desde luego el mundo del suicida cabe o se pierde en él. Si acierta en su propósito, no tiene otro.

Del escritor se puede decir algo parecido, no entrega su vida en el sentido de que sus pulmones dejen de respirar o el corazón de latir, pero su principales alientos se entregan también a su propósito, o dicho de otra manera, puede que tenga dos vidas pero una sólo es su propósito. Así, al igual que los familiares y los amigos del suicida intentan rescatar la vida del que salta desde un puente o se pega un tiro en la sien, de su pequeño testimonio manuscrito, los lectores y los críticos buscan la vida del escritor en las páginas de sus libros. Pero al igual que al principio fue el verbo, al final es siempre el silencio, y no se pueden recuperar las vidas de los que las han perdido.

No se puede recuperar la vida del Sergei Esenin ahorcado en una habitación del hotel Angleterre de una pequeña nota escrita con su sangre, aunque ésta diga: "En esta vida no es nuevo morir, pero vivir tampoco es más nuevo". Como tampoco es posible recuperar la vida de Kafka de sus escritos, aunque éstos quizás nos permitan a sus lectores coincidir con Augusto Monterroso en la apreciación de que en el pleito de Kafka contra su padre nosotros estábamos de parte de este último. Darle la razón al progenitor no invalida nuestro interés por leer al hijo, nadie lee al padre de Kafka.

Pero a pesar de que lo perdido no tiene remedio, la curiosidad termina venciendo y el lector acaba buscando explicaciones en las habitaciones de la intimidad del escritor como los amigos lo hacen en la del suicida y, como dice el poema de Wislawa Szymborska, una vez dentro, siempre se descubre que ésta nunca está vacía, y que hay estanterías con libros y un cajón con una agenda llena de nombres, y "no parece que de esa habitación no hubiera salida, al menos por la puerta o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana". Y entonces uno vuelve a la búsqueda y siente que algo se le escapa, y busca desesperadamente un último renglón donde esté escrita la fórmula que permita recuperar lo perdido. Busca y busca, hasta que totalmente extenuado por el esfuerzo encuentra, oculto en la entretela de un jergón, un sobre vacío que perpetúa los enigmas e invita a releer lo leído y comprobar que no se pueden vivir más vidas que la que se tiene entre las manos.