Literatura

Zarzalejo Blues

La tele y los libros

Sergio Sánchez-Pando

Javier Rioyo

Es sabido que los libros nunca han encajado en la tele, excepción hecha del posible uso del aparato receptor a modo de repisa. Basta el anuncio en la tele de un nuevo programa de libros para evocar el destino de una pareja un tanto amorfa cuyo matrimonio arranca sepultado entre las dudas y el escepticismo.

Me sorprendió por ello la resonancia que hace ahora año y medio obtuvo el lanzamiento de un nuevo programa de libros en el segundo canal de la televisión pública. No sólo inició su andadura impulsado por una publicidad generosa sino que los medios escritos se hacían eco en sus páginas especializadas de los invitados que en él aparecerían y, aún más importante, al programa se le ofrecía un horario digno. Llegué a pensar que aquello constituía una declaración de intenciones, un gesto destinado a enfatizar el valor de la cultura pocos meses después de producirse el cambio de gobierno. Confieso también que llegué a ilusionarme.

El presentador elegido para conducir el programa resultó ser uno de esos personajes vagamente conocidos que, de repente, adquieren una extraordinaria ubicuidad: televisión, prensa escrita, radio. Optó por un estilo ligero, como si se esforzara en resultar ameno, asequible, apto para todos los públicos, evitando los anhelos de rigor, de densidad, de intensidad, que supuestamente caracterizan a los amantes de los libros. El contenido del programa, su formato, recordaban al vistazo que se da a los estantes de una librería cuando no se dispone de mucho tiempo, bien porque se nos echa encima un compromiso fijado previamente o porque vamos acompañados y no queremos resultar pesados o egoístas. Eché de menos una dedicación más pormenorizada a ciertos autores, a los que no se brindaba la oportunidad de ahondar en su obra ni en sus inquietudes. El programa ofrecía además dos actuaciones musicales que, sin entrar a debatir su mayor o menor interés, ocupaban un tiempo precioso, el único dedicado en exclusiva, al menos sobre el papel, a la literatura en televisión.

Hoy, cuando no se han agotado siquiera dos cursos televisivos desde entonces, el programa navega a la deriva, su horario varía entre una semana y otra pero parece ya anclado de forma irremisible en la franja de madrugada, los medios escritos no se molestan en anunciar a los posibles invitados y de los iniciales sesenta minutos de duración al programa se le han desprendido ya quince.

Lo sucedido contribuye, sin duda, a alimentar las teorías que equiparan la tele y los libros con el agua y el aceite. Acerca del fracaso evidente del programa nadie ha dicho nada, nadie ha levantado la voz, parece haber sido aceptado con la mayor naturalidad, como si se tratara de un fenómeno inexorable, ya sabido, mil veces anticipado. Uno de esos fenómenos ante los que no cabe buscar responsables, causas, explicaciones. ¿Para qué?, si ni siquiera los presuntos interesados parecen darse por enterados.