Literatura

Bestiario

josé morella

Si el poema no sirve para volver a quien lo lee un fanático
que el poeta entonces se calle.

António Ramos Rosa

Otto Gross En el interesantísimo libro de Roger Bartra El duelo de los ángeles aparece tangencialmente la historia de Otto Gross, psicoanalista austriaco, asistente de Freud y uno de sus discípulos más interesantes. Gross intentó aunar el espíritu libertario que se respiraba a principios del siglo pasado con el nuevo gran descubrimiento: el psicoanálisis. Fue anarquista, más tarde comunista, y luchó por la liberación de la mujer (a la que el hombre debía seguir, puesto que su libertad era la pieza clave de la sociedad futura) y la anulación de todo tipo de jerarquía social, familiar y política. Su tarea era la de despertar a la sociedad patriarcal de su letargo, darle conciencia de que su propia existencia como sociedad, basada en lo masculino y encarnada en la figura de Bismarck, apisonaba el erotismo básico y liberador de lo femenino. Reclamaba una sociedad matriarcal, basada en el concepto de lo erótico. Lo erótico era la idea que debía subyacer bajo la revolución anarquista, del mismo modo que lo igualitario y lo fraterno subyacían bajo la revolución francesa. Por supuesto, la sociedad burguesa aplastó a Gross. Como no era el típico hombre de ideas, que da sus clases o hace sus trabajos científicos sin relacionarlos con su vida real y cotidiana, Gross llevaba una vida absolutamente coherente con su conciencia. Quién sabe si, de haber tenido una discreta vida burguesa, sus ideas habrían sido más duraderas. La cuestión es que sus actitudes eran cualquier cosa menos convencionales. Promulgaba, por ejemplo, que su mujer (Frieda Gross) pudiera decidir por su propia cuenta con quien quería disfrutar de su sexualidad, e incluso con quién quería tener sus propios hijos. Fue el mismo Gross el que le presentó a uno de sus discípulos, más joven que él, que se convirtió en padre de uno de los hijos de Frieda. Por supuesto, la sociedad burguesa de la época no pudo (pero, ¿acaso podría la nuestra?) soportar semejante semilla subversiva en su seno, y sometió a Gross a un calvario insoportable. De hecho, Franz Kafka, que conoció y se interesó mucho en las ideas del médico, se inspiró en su caso para escribir la novela El proceso. Para entender el proceso de Gross hay que entender a su padre, Hanns Gross, académico muy influyente en su tiempo. Papá Gross fue el creador de la criminología moderna, y sus libros son, todavía hoy, obras de referencia en la materia: cómo husmear, cazar y tratar a los maleantes para hacer del mundo un lugar más higiénico y virtuoso. Compartía todos los valores de la sociedad centroeuropea de su tiempo. La fe en los líderes, en el trabajo duro, en los valores de la religión, en el estoicismo, en la disciplina. En la represión, en definitiva. A medida que su hijo iba fascinando a cada vez más gente, psicoanalizándola o simplemente trabando contacto con ella, y su fama se extendía, el padre movía todos los hilos que era capaz (que no eran pocos) para detener al fenómeno social que tenía por hijo, que iba a mancillar el buen nombre de su familia y todos los valores que él, durante una dura vida de militar y académico, había defendido. La adicción a la cocaína de Otto no le ponía las cosas más fáciles, aunque el mismo Freud había experimentado con ella en sus estudios sobre el análisis. Tampoco faltaron otros escándalos, como el suicidio de dos mujeres, amantes de Otto, envenenadas con fármacos que él mismo les había facilitado, puesto que creía en el poder liberador de la eutanasia. Hanns Gross consiguió que el mismísimo C.G. Jung, compañero de disciplina de su hijo, lo tratara y lo declarara mentalmente enfermo. Todo ello con el beneplácito de Freud, para quien Otto se estaba convirtiendo en un problema, ya que al relacionar el psicoanálisis con el anarquismo ponía en peligro la existencia misma de la, por entonces, aún nueva disciplina. Y fue así como, entre todos, consiguieron encerrarlo en un sanatorio mental.

La figura de Gross influyó enormemente en grandes intelectuales y escritores de su tiempo. La relación entre Gross, Max Weber y D.H. Lawrence está estudiada en un fantástico libro de Martin Green que se llama The von Richthofen Sisters, (Las hermanas von Richthofen). Estas dos hermanas, Else y Frieda von Richthofen, simbolizan las dos distintas opciones que, en aquel fascinante momento de descubrimientos que fue el principio del siglo XX, en el que un ejército de fantasmas creados por Nietzsche, Marx y Freud se infiltraron en la carne y el espíritu de las gentes, eran posibles. Por primera vez en mucho tiempo, tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, había opciones reales. La liberación, el conocimiento de la verdad que hay detrás de las costumbres, estaba al alcance de la mano. Las dos hermanas eran terriblemente conscientes de ello, y cada una eligió algo diferente. Las dos significaron mucho para la historia de la liberación de la mujer. La mayor, Frieda, se casó, pero pronto, imbuida de las ideas de Gross, se escapó con el novelista británico D. H. Lawrence e intentó vivir la vida libre en la que creía. Tanto Gross como el mismo Lawrence la veían como a la nueva Eva, esa mujer que representaba el mundo futuro en el que acabaría la represión y la jerarquía masculina, una especie de profeta. Gross estaba totalmente enamorado de ella. Else, la hermana menor, dejó a su marido (Edgar Jaffe, un judío adinerado, inteligente y generoso que comprendía perfectamente, y admiraba, las ideas de Gross. Jaffe participó en la revolución contra la monarquía que lideró Kurt Eisner, y fue el ministro de economía de la fugaz República Bávara que éste proclamó en 1918) para convertirse en la amante de Max Weber, personaje que es una antítesis de Gross. Else apostó por modificar el mundo desde la universidad y la cultura, y Frieda, en cambio, optó por la revolución práctica, rehusando toda intelectualidad y sumergiéndose en el erotismo, en la vida misma. Pero detrás de las dos bascula la figura del genial Otto Gross. Gross, que en su momento fue considerado por Freud su alumno más brillante, y el que más futuro tenía en el campo de la psicología, es casi un desconocido hoy en día en el campo del análisis. Aquí entraría lo que Erich Fromm llamaba "estalinismo de la historiografía": el que se encarga de borrar de la historia a los disidentes.