Arte

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Tadeusz Kantor

Inés Matute

NOTA BIOGRAFICA

Tadeusz Kantor (1915-1990)

Tadeusz Kantor Pintor, escenógrafo, autor y director teatral polaco, creador del teatro de la muerte. Nació en Cracovia, hijo de padre judío y madre católica. Se crió en la sacristía de su tío cura, en un pueblo llamado Wielopole, de fuerte concentración judía. La tensión entre estas dos religiones siempre impregnó su obra. Entre 1934 y 1939 siguió una formación como pintor y escenógrafo en la Escuela de Bellas Artes de Cracovia y allí recibió la influencia del constructivismo ruso y alemán, del dadaísmo y del surrealismo. Durante la II Guerra Mundial, y en plena ocupación nazi de Polonia, fundó y animó en Cracovia un teatro clandestino, el Teatro Podziemmy. En la estela de Marcel Duchamp, se interesó por el ready-made y por los objetos de desecho. Después de la guerra, centró su actividad en las artes plásticas, realizó varias exposiciones de su obra y trabajó como escenógrafo en varios teatros de Cracovia y Katowice. En 1955 fundó el grupo Cricot 2, que dirigió hasta su muerte y en el que colaboraron tanto gentes de teatro como artistas plásticos. En 1963 publicó el Manifiesto del teatro cero, donde explicaba los principios que animaban su dramaturgia: trabajo en sordina de los actores, ruptura con los sentimientos y despojamiento de todo significado de las palabras. El periodo de los embalajes y los happenings se cerró con la publicación del Manifiesto 70, en el que defendía la creación de obras de arte desprovistas de sentido y sustancia, imposibles de consumir. En 1975 presentó su obra maestra, La clase muerta, que marcará la ruptura con su periodo experimental y dará nacimiento al llamado teatro de la muerte. En 1979, después del montaje en Roma de ¿Dónde están las nieves de antaño?, se instaló en Florencia. Allí creó el espectáculo Wielopole-Wielopole (1980), en el que llevaba hasta sus últimas consecuencias su idea de un teatro desnudo, de un teatro de la muerte: figuras evocadoras de su infancia en Polonia se agitan en un baile desarticulado, al ritmo de una música chirriante y nostálgica al mismo tiempo. Después vendrían, entre otros, ¡Que revienten los artistas! (1985) o Nunca más volveré aquí (1988), una especie de testamento teatral en el que se presentaba a sí mismo rodeado de personajes de sus obras precedentes.

ARTE Y DESTRUCCIÓN: Apuntes de resaca

Se supone que el arte es una de las manifestaciones del intelecto que nos separa de las bestias. Quizá por ello de vez en cuando alguien armado con un martillo cargue contra La Pietá o contra un dedo del pie del David: para demostrar que eso que supuestamente nos separa de las bestias tiene el tamaño de un alfiler. La historia de las catedrales góticas es también una historia de pedradas y bombardeos. Saber en cuál de ellos se perdió tal o cual vidriera, un trabajo en el cual una mano muchas veces anónima no buscó otra cosa que plasmar la gloria de Dios, es tarea de historiadores, conservadores y otros vigilantes del patrimonio artístico; para los demás queda su deterioro, su destrucción, el rascado a navaja de unas iniciales a pie de columna. Según nos cuenta el historiador Isidro G. Bango, en el siglo IX, al pintor de iconos Lázaro le quemaron las manos con un hierro al rojo vivo en una época en que los emperadores bizantinos prohibían el culto a las imágenes. ¡Qué revienten los artistas! En febrero del 2005, quienes creen que la sangre de los demás puede verterse en nombre de los delirios propios hacían estallar treinta kilos de cloratita en las inmediaciones del recinto donde se inauguraba la feria ARCO. ¡Que revienten los artistas! Unos años atrás, los mismos personajes quisieron dejar su huella siniestra en la inauguración del Museo Guggenheim de Bilbao. El ertzaina José María Aguirre dejó su vida sobre el asfalto para "salvar" al museo. ¡Qué revienten los artistas!. En la película "El tren" que John Frankenheimer dirigió hace más de 40 años, Burt Lancaster interpreta a un ferroviario enrolado en la Resistencia francesa. Su personaje no entiende por qué motivo él y otros compañeros tienen que arriesgar el pellejo por conservar los cuadros que los nazis quieren arrebatarles. "Es que es el patrimonio de Francia" le responde el conservador del museo con los ojos como platos. Por azares de la violencia ejercida por un pueblo contra otro, las grandes colecciones de las capitales europeas rebosan de obras de arte robadas de su lugar de origen. ¡Que revienten los artistas! De la destrucción del patrimonio artístico de Irak se ha hablado relativamente poco. Tampoco se recuerda ya a los budas gigantes de Bamiyán, los mayores del mundo, esculpidos en arenisca durante los siglos III y IV y destruidos por la pólvora talibán. ¡Que revienten los artistas! En comparación con otros países y otros continentes, la guerra nos ha respetado bastante. En realidad, nos hemos bastado nosotros mismos para irlo destruyendo todo. Al menos, los ferroviarios franceses que nos mostró el cine sí entendieron lo que significa arriesgar la vida por salvar un Miró. Veremos qué sorpresa nos depara el ARCO de este año, pero, hasta entonces, ¡Que revienten los artistas!.