Literatura

Paseos desde Praga

elena buixaderas

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Krkonose

Algunos lugares deberían quedar alejados de la mano del hombre, porque todo lo que toca lo convierte en polvo, o en vacío, o en desierto.

Dice la leyenda que en las montañas de Krkonose, en el norte de Bohemia, habitaba un hombre, tal vez un loco, de cabellos largos y barbas blancas, embutido en unas botas altas, con capa y sombrero, al que llamaban Krakonos. Con aspecto de profeta, se paseaba por los prados y bosques cuidando de cada planta y animal, como si fuese un extraño híbrido entre nigromante y dios, el guardián de un reino montañoso e inaccesible. Sabía hablar con los animales y repartía justicia en sus dominios, reajustando el frágil equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Eso pudo ser en la Edad Madia, o tal vez no. La leyenda se extendió en el siglo XIX, a decir por las vestimentas del mencionado druida, cuando existían los Sudetes y en las montañas se hablaba checo, polaco y alemán; porque hay fronteras que no existen más que en los mapas.

Hoy, las suaves cimas de Krkonose, aún cubiertas de nieves (este año parece que perpetuas) están en el mismo lugar, pero uno no halla más rastro de Krakonos que los folletos turísticos, los suvenires y el nombre de la cerveza local. En mitad de una naturaleza encajonada en las fronteras del parque nacional, uno se topa en vez de con Krakonose con la civilización en sus ropajes invernales: las motos de nieve desprendiendo olor a nafta; los esquiadores luciendo sus esquís Atomic, sus gafas de moda, y el grog y la adrenalina corriendo por sus venas; las pistas de slalom iluminadas por la noche haciendo que en los bosques colindantes parezca de día...

Aquí una vez vivieron lobos, zorros, águilas, incluso osos, y los destinamos al exilio de los zoológicos o a la simple extinción. Cualquier animal más grande que una liebre o un búho ha desaparecido de los dominios de Krakonos. La mano del hombre, la que todo lo toca pero nada convierte en oro, se extiende sobre Krkonose como una sombra amenazadora, estrechando cada vez más sus límites.

Pero Krakonos no está para repartir justicia. Ojalá existiera.