MUSICA: "Cooper: ¡mil canciones diez!" pedro r. tellería

Cualquier seguidor de pop informado en España sabe quién es Alejandro Díez Garín. Los Flechazos fueron para los seguidores del pop de raíces mod y sixties una referencia que iba más allá de lo meramente musical. En efecto, hablar de Álex y su grupo leonés era hablar de un universo estético (música, grafismo, indumentaria...) que el buen aficionado –mod o no, retro o no– también sabía apreciar por sus fuertes dosis de pasión, riesgo y calidad.

La desaparición de Los Flechazos se hizo pública en 1998. El buen aficionado acusó entonces el golpe porque le parecía como si una veta inagotable, como si un estilo necesario, se hubiera agotado de pronto sin aparente justificación. De nuevo apretó los puños con rabia por la mala suerte que siempre corre la música de verdadera calidad en un país con carencias culturales graves.

Por eso la noticia de que Alex tenía un nuevo proyecto llamado Cooper ilusionó a todos los buenos aficionados al género. La veta reaparecía, rejuvenecida y a pleno rendimiento, como si el filón jamás se hubiera secado del todo.

Fonorama (2000) fue la primera entrega de la nueva aventura. En él no había rupturas abruptas, sino una continuación que profundizaba en todas las virtudes de Los Flechazos más alguna que, por aquello de las circunstancias, quizá no había habido ocasión de llevar a la práctica.

Fonorama fue recibido como se merecía, e incluso la radio comercial (¡Los 40!) se hizo eco justificado de las once canciones del álbum. Tras él, una cascada de CD-singles encauzó la creatividad de Álex, quien al hilo de la aparición de 747 (marzo de 2003) confesaba que el disco de larga duración no era el formato que más convenía a su evolución creativa.

Con el tiempo fueron viendo la luz nuevas entregas como Cierra los ojos (2003) y Oxidado (2004). Retrovisor fue el disco retrospectivo que reunió parte de ese material disperso en un nuevo trabajo publicado en noviembre de 2004. El CD incluía tres vídeos de los temas 747, Cerca del sol y Cierra los ojos, y varias remezclas para disfrute de sus siempre exquisitamente bien tratados fans.

Como ha reconocido el líder de Cooper, el pop es “un arte menor”. Sin embargo, habría que replicar que, en manos sabias, esa forma de expresión puede transmitir alguna que otra verdad sobre los seres humanos. Este arte menor se asocia a menudo a quejidos adolescentes, zozobras sentimentales al filo de la juventud, dudas existenciales en el tránsito hacia la madurez… sin que parezca que su semántica pueda ir más allá. ¿Si te haces adulto ya no puedes seguir tocando (o escuchando) canciones pop?

En las letras de Álex se encuentra la respuesta a esa pregunta multiplicada por mil. Basta con repasar despacio los textos y dejar que sus canciones nos conquisten por su estructura, sus estribillos, sus estrofas y su instrumentación.

En efecto, Álex demuestra su don para pintar situaciones, como en esa estrofa que inaugura Fonorama de manera magistral: “Entran en el bar, se saludan sin hablar, para luego ir a sentarse en un rincón. Y se miran a los pies en silencio intentando despertar de un mal sueño”. El medidísimo tempo del tema, la interpretación aguda y clara de Álex y el emocionante estribillo dan unidad a ese tríptico de escenas que al desplegarse nos va conduciendo por un paisaje sucesivo de tedio, pasión y tristeza.

Esta capacidad para imaginar una escena y transformarla en música y palabras sigue viva en Retrovisor. Por ejemplo, en Cierra los ojos descubrimos esta joya: “La carretera se estrecha otra vez / Y las ramas chocan contra el cristal / El sur se acerca, la costa se ve / no tenemos prisa por llegar”.

Con el tiempo ha madurado en el músico otro punto muy fuerte: la de urdir todo un tejido de palabras a partir de un fogonazo inicial que en otras manos se hubiera quedado en sólo una metáfora inspirada. Así sucede, por ejemplo, en Buzo (“Aguantando la presión como un buzo bajo el mar, cada vez me aprieta el corazón más fuerte. Con el agua alrededor, sin poder ni respirar, así es como yo me siento por no verte”) o en la magistral Silverstone, recuperada en Retrovisor, y donde Álex se mete en la piel de un conductor de bólidos para hacer metáfora de la propia carrera artística y personal.

Otras veces, es la situación de partida la que rige todo el avance de la canción. ¿Alguien se ha preguntado por qué resulta tan bella En el parque? Por las modulaciones, claro. Y por los riffs poderosos del comienzo y en los cambios. Pero también porque habla de olmos (¡olmos en una canción pop, Dios mío!), de rayos que caen al agua poco a poco, de chicas en bicicleta corriendo por el parque… Y sobre todo porque crea una tensión entre sujeto y realidad a partir de los sentidos de la vista, el oído y el olfato, en la que el diálogo con el entorno se interioriza hasta llegar a cimas sólo aparentemente sencillas.

Como ésta: “La realidad asoma sin que me dé cuenta y me quiere convencer de que siempre estuvo aquí cuando yo perdía la cabeza”. La contemplación de la realidad da paso a la introspección perpleja del interior, para dejar solamente sugerida, como velada entre la niebla, una historia cuyo desenlace cada uno deberá completar con su imaginación.

En ese final casi a capella, Álex adelgaza su voz para decir esto: “Ya no sé qué pensar. Todo esto me hace dudar. Y ya no sé que creer, algo tengo que responder”. El arrullo de la guitarra recuerda –¡oh, milagros de la sinestesia!– al reflejo de los rayos de sol sobre la quieta agua del parque. Supongo que una canción así podría gustar a un adulto, ¿no?

Las complejas relaciones entre Álex y la realidad no terminan aquí. Un tema clásico de la discografía de Los Flechazos es El hombre que confundía los sentidos, aparecido en Preparados, listos, ya! (1991). Alguien, de la noche a la mañana, y como si hubiera sido víctima de un extraño conjuro, cuenta esto: “Hace dos meses que me ocurrió / y desde aquella vez no he vuelto a ser el mismo / Jamás pensé que pudiera pasar, que llegara a cambiar, confundir los sentidos. / Poder oler la televisión, saber el gusto de una canción. Poder oír tus ojos llorando, poder tocar lo que estás pensado”.

El protagonista comienza a tener problemas imposibles de explicar correctamente a su chica, consulta a médicos y expertos, y termina con este desamparado estribillo que quizá demuestre que el desorden sensorial tenía su raíz más adentro, en el interior de su corazón: “Si pudiera lograr que sintieras así, te sabría explicar por qué soy infeliz”.

Pues bien, Vértigo, canción de Fonorama, retoma años después este tópico de la deformación sensorial patológica, ahora manifestada tras un sueño efímero y misterioso: “Me dormí por un segundo y al volver a despertar nada estaba en su lugar y me extrañó. Y sentí que el universo se cansaba de girar y algo dentro de mi piel se estremeció. [...] Y al mirar en el espejo tuve dudas de ser yo, me costó reconocer mi voluntad. Y sentí como algo ajeno el sonido de mi voz, me dio vértigo pensar en nada más”. El mito del hombre arrojado a un mundo que ya no reconoce como suyo es tan viejo como el arte. Nuevamente, el pausado tempo de la canción deja que letra y melodía, en fusión perfecta, se vayan desgranando lentamente, hasta lograr que quien la escuche quede sumido en la misma confusa impre(ci)sión que el anonadado cantante.

Pero la lírica de Álex depara más sorpresas inolvidables. Retrovisor recupera Oxidado, una canción con un primer rapto de profunda fuerza poética (“Cielo gris, transparente, que me va salpicando el corazón / Corazón oxidado de escuchar el murmullo de tu voz / Con palabras que me hicieron ver destellos en la oscuridad / Como el brillo de farolas en el boulevard”) que, tras un puente descriptivo y evocador (“veranos”, “arena”, “tardes”, “perezas”), culmina con una dolorida recriminación cargada de intención: “Si seguís hablando a media voz, callando en vez de protestar / Pronto ya no quedará más luz en el boulevard”. De fondo, el sol se refleja en el Kursaal donostiarra, y los hierros oxidados que nacieron de la imaginación de Chillida se recortan contra ese horizonte rojo. ¿Estamos hablando de política?

El intimismo hace acto de presencia en temas de Cooper como A oscuras o Lejos, ambos en Retrovisor. Aquí la dicción se vuelve cercana, cotidiana, explotando esa otra veta que siempre ha tenido el pop de decir lo más complicado con frases simples, coloquiales. En la segunda de ellas, el ambiente acústico y la voz de Álex, más desamparada que nunca, refuerzan el tono de triste despedida sentimental. Retrovisor también recupera una sensible canción de amigo, Yo sé lo que te pasa: “Te conozco y veo que estás asustado / Y no se me ocurre nada que decir / Pero cuando mires estaré a tu lado / Yo no te voy a mentir”.

Hay otros registros. Así, la explosión inconformista en Rabia y Sin respiración; el peso de continuar, la carrera de fondo en mitad de la intemperie y la rebeldía insatisfecha en Diciembre, o el homenaje vitalista a la radio en Techicolor –y en concreto a “El diario pop”, ese programa de Jesús Ordovás tan querido–. Y la crónica más o menos desengañada del éxito aflora en Avenida de cristal y Rascacielos, donde de nuevo una metáfora continuada sirve para desarrollar otro tema clásico: el espejismo de la voluntad, la paradoja de conquistar un objetivo y sentirse después decepcionado.

La paleta de estilos musicales recoge desde las canciones de colores puros y claros como Buzo, Cierra los ojos o Avenida de cristal a los tonos más densos y psicodélicos de Imposible o Vértigo, o los sudorosos riffs de Rascacielos. Cooper es un viaje por la historia del género que bebe de todas las fuentes clásicas (The Who, Kinks, Small Faces, The Jam, etc.), pero con un sonido contundente y poderoso que pone al grupo en la estela de las propuestas menos revisionistas del pop independiente.

El pasado julio, Álex Díez –y sus Flechazos– recibieron el reconocimiento a su trayectoria (¡de más de dieciocho años!) en el festival extremeño Contempopranea (Alburquerque). Fangoria, Sunday Drivers y muchos otros grupos interpretaron sobre el escenario versiones de sus canciones favoritas. Creo que alguien dijo alguna vez que, en otro país, Álex tendría ya un hueco reservado en los altares del pop español. Hay grupos y solistas españoles de música ¿pop? con sólo media canción buena, pero que venden miles de copias sólo porque su compañía tiene dinero suficiente para invertir en productores y publicidad. Todos conocemos sus nombres, y no merece la pena recordarlos.

Desde el estereotipo hablan de quejidos adolescentes, zozobras sentimentales, dudas existenciales..., y ahí se quedan. Pero el aficionado verdaderamente avisado siempre tendrá en Cooper, lo mismo que en Los Flechazos o en cualquier aventura que emprenda el leonés, un lugar donde texto y música, arte y emoción, intención y actitud, creatividad en fin, sirvan para acompañar a cualquier alma solitaria y hambrienta de canciones directas e inolvidables.


Cooper publicaron el LP/CD Retrovisor (2004) en la discográfica madrileña Elefant Records (www.elefant.com), donde también vio la luz Fonorama (2000). Vértigo (2001), 747 (2003), Cierra los ojos (2003) y Oxidado (2004) son sus cuatro CD-Single hasta la fecha.


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