LITERATURA: CREACION - "Sueños que quizás no tuve" marila lázaro olaizola

Una niña de muletas acaricia suavemente las hojas de un árbol. Minuciosamente lo recorre, a veces desaparece en el árbol que es muleta, o niña. Y de las hojas brota otra niña que acaricia el tronco y lo transita mientras pasa el sol por el árbol y por los ojos que miran. Las niñas bailan una danza de silencio dentro del árbol, pasa el sol pero no pasa el tiempo. El tiempo mira hacia el árbol y se queda mudo entre las niñas. Parece que se quedó de boca abierta y no respira, entonces no pasará hasta el próximo suspiro. Porque el sol se oculta y aparece, se mueve y quema, y se enfría, gira y gira, destempla, nos asola y nos deja. Pero la niña de muletas acaricia las hojas para siempre, del envés, la más verde y también la más nueva o una a punto de caer. Esta hoja no puede caer dice el árbol con muletas de niña, y se esfuerza, se contiene el árbol, aprieta las hojas, tensa el tronco y allí queda, rodeado de niñas sin tiempo.

2-

Ellas comenzaron a invadir mi piso, rápidas, fugaces y conmovedoramente negras, se agitaban erráticas entre mis pies. Salían de todas partes pero sobre todo salían por él. Él había venido de paso, de beso de fin de año, y aquí estaba yo sin espera, entre las frutas jugosas de un agasajo materno. Furiosas y veloces desafiaban su mano mortal, paseándose con indecencia ante sus ojos. Miles de patas aparecían sin excusas, sin motivos aparentes, sin migas, sin miel, sin cáscaras. El piso se teñía de negro en movimiento continuo, como una alfombra preventiva, como el peor sueño o el mejor. Nuestros pies no se veían, ocultos bajo el manto animal. La canela en el aire fue cambiando por olor ácido de antenas, olor a ellas que aumentaban. Cuando al fin se fue, las hormigas comenzaron a irse.

3-

Soñé que no soñaba ayer. Toda la noche sin soñar, me preocupé dormida de mi noche sin sueño. Pero hoy estoy soñando con una eñe mequetrefe que se interpone entre un círculo vacío con bordecitos ribeteados, y yo. La eñe arrastra una pata y exhibe desdeñosa un palito en la cabeza, como un sombrero de plumas francés para una eñe de boñato. Pobre ilusa, cree que protagonizará mi sueño así revoleando su sombrero, riéndose de mí y de mi círculo vacío una noche más. –Quién te llamó, ñata– le susurro en sueños, mientras se viste aniñada una pollera a margaritas. Ella sacude su pollera mirando al vacío de mi sueño, el círculo no tiene más fondo que un abismo perpendicular a mí y la eñe flotando al medio. La eñe se pone odiosa y me dice niña mala, niña mala y se supone que debo comprenderla, o a mí, o a los demás, la eñe dice verdades. Eñe de sueño que no tengo, ahora me saluda con un pañuelo amarillo, adiós dice la eñe que se va, se evade de mi sueño, me deja sola con un círculo vacío ribeteado y un abismo que no recordaré.

4-

Es la primera vez que veo esa puerta. Esta puerta nunca estuvo y aquí estoy, asomada por ella, con los pies del otro lado y la cabeza acá en donde no hay nada. Acá es importante porque la puerta no es de madera ni metal, no es cemento ni tampoco papel, la puerta es solo un lugar a atravesar, para estar acá mirando con los pies abandonados a un lado. Los ojos negros me dejó la puerta o la puerta es negra y no se ve de lejos. De repente acá se extraña, o me extraño y no veo, pero por suerte tengo pies del otro lado. Qué sustancia tendrá la puerta para cambiar los ojos, dejarlos trémulos, agazapados en el estómago o bajo cobijas, muchas cobijas tapando el marrón del ojo. De dónde salió esta puerta y a dónde quiere llevar, me pregunto con los dedos del pie tan abiertos y adheridos como garras o ventosas de rana. Con miedo a la nada están los pies. O seré yo. Aquí de nuevo otra vez y empiezo a ver. Acá se mueren los muertos una y otra vez, cada vez que alguien muere los que ya lo hicieron, esos que duelen, lo vuelven a hacer. Entonces siembro puertas o portones que se cierran con candado, que se plantan contundentes al final del pedregullo, y gritan no pasarán, hasta acá está bien y nadie tiene la llave, el portero se mudó o lo maté, aquí, del lado oscuro que deja los ojos negros, o el estómago vacío, o a uno mirando con el pie aferrado al otro lado de la puerta.

5-

El se derrite despacio y tenazmente. En el piso rojo del frente de mi casa el derretido brilla con sus partes idas. Por el camino empedrado a la playa una cama enorme y apurada se desliza hacia el mar como a un abismo. Qué tendrá que ver con el derretimiento esta cama de agua con jinetes despeinados. Un hombre viejo y arrugado, puro pellejo y huesos va parado desafiando el ritmo del colchón; unos niños van colgados como velero derrapando olas. La cama va llegando al mar en donde creo brillará feliz del encuentro. Él, sigue derritiéndose en el piso rojo, se convierte en puro titilar de gotas transparentes. Mi piso brilla de él mientras la cama toca el mar, las olas festejan, la cama salta, los invitados cabretean sobre el colchón, ya no hay rastros de él en el patio de mi casa. Me duermo en el vaivén del mar bajo mi colchón.

6-

¿Si? Digo en el contestador. Soy yo contestan tres pisos más abajo y me doy paso. Comienzo a subir las escaleras al ritmo lento de la última canción. Vengo a visitarme porque estoy mal. Anoche me desperté transpirando en una gran cama de agua sin sostén en donde apoyar la cabeza y el corazón que golpeaba fuerte. Se desbordaba de mi boca el corazón, como un aliento o la tos. ¿Pudiste pasar? pregunto desprendiendo el dedo del interruptor; intento escuchar los primeros sonidos que conduzcan hasta aquí. En medio de una nube negra me dejé anoche repitiendo alguna frase para no olvidarme o perder el hilo de palabras repetidas que ya olvidé. Las dije. Cuánto demoro en subir, voy al baño, prendo velas, acudo a una fragancia de naranja, espero. Aunque repetí un par de veces alguna palabra que olvidé, me senté en el borde otra vez. Dejar de hablar, inundarme con olor a miedo y desprendida. Me vengo a visitar y voy subiendo demasiado lento por entre estas latas de pintura blanca. Te necesitaba aquí anoche y ahora demoras tanto, me miro al espejo esta cara cansada. Anoche al fin seguí durmiendo, no me perdí, no hubiera sabido a quien llamar para que entendiera. Te necesitaba anoche y sin embargo no quise molestarte, o no se llamar, o los botones de números jugaban al tatetí de lentes puestos y distraídos. Se que estoy jugando ahora, contigo. Estás llegando, dentro de poco tocará la puerta ya con los zapatos quitados. Me vas a mirar buscando algo. Te espero, me preocupo, sigo en la escalera y estoy llegando. No tengo aspirinas ni consuelo, una compresa de hielo o una bufanda colorada. Tocaré la puerta si no encuentro la llave, llego. Debajo de ningún felpudo está la llave. Sin zapatos le pego a la puerta 3 golpes de nudillo. El corazón late fuerte, debería haber traído algo, una bebida refrescante aunque sea. Golpeó al fin, voy a abrir, te necesitaba diré cuando me vea. Gira la llave, la puerta siempre fue difícil, solo un tirón con energía abre desde adentro, y estoy débil. Con un golpe de cadera le ayudo a abrirme. Paso, me veo, al fin viniste me permito un reproche que nunca le dije, tan cuidadosa de no molestar y otra vez juego contigo. ¿Cómo estás hoy? pregunto con la mano extendida cerca de su cabeza, un poco nerviosa por mis ojos tristes. Estamos bien.

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Foto:Cabo Polonio (Uruguay)
Nacida en Chile hace 33 años pero de padres uruguayos. Vivo en Montevideo desde los 3 años. Estudié Biología y Bellas Artes en la Universidad de la República. Trabajé en la Facultad de Ciencias en comportamiento animal, específicamente con mamíferos marinos. Mis publicaciones son de ese ámbito de la biología. Ahora curso un doctorado en Filosofía de la Ciencia en la Universidad del País Vasco por lo que vivo en San Sebastián esporádicamente. Desde el año 2000 comencé a participar en talleres de literatura, siendo los escritores uruguayos Sylvia Lago y Mario Levrero fundamentales para que descubriera en mí la necesidad y el placer de expresarme por escrito. Mi email: marila@fcien.edu.uy. La foto es de uno de los lugares más lindos del Uruguay, el Cabo Polonio.

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