LITERATURA: Luna del Este - "Opio" javier martín ríos

Fue en aquel tiempo de injerencias coloniales cuando las noches de Shanghai se adormecían con el humo que desprendían las pipas de opio en aquellas oscuras habitaciones alumbradas por la pálida luz de las lámparas de aceite. Todo comenzó entrado el siglo XIX e Inglaterra miraba al mundo con ojos de capitán, cuando los barcos de la Compañía de las Indias Orientales descargaban a su antojo las cajas de la droga en los muelles del río Huangpu. Miles y miles de shanghaineses, y no pocos extranjeros, quedaron atrapados rápidamente en los sueños artificiales de la adormidera. En aquel entonces había hombres que llegaban a asesinar a sangre fría en solitarios callejones, sólo por conseguir unas cuantas monedas apresuradas y fumarse unas dosis de opio tumbados en un camastro ruin hasta altas horas de la madrugada.

Es difícil comprender los secretos de la noche y los senderos bifurcados del lado oscuro del alma. Es difícil buscar explicaciones a la caída en el abismo. Cada época tiene sus propias formas de autodestrucción. En las redes del opio cayeron muchos hombres perdidos en las sombras de la vida y nunca pudieron escapar de ellas hasta que la muerte les cerró los ojos para siempre. En cada familia hubo alguien que no pudo resistir la tentación de caer en aquella telaraña tejida de humo y dulce placidez. El opio hace tiempo que desapareció de las calles de Shanghai, pero hoy día mucha gente sigue buscando por otros medios los sueños artificiales que la realidad les niega soñar, aunque no tantos como en aquella lejana época de barcos extranjeros atracados en los muelles del río Huangpu.

Ahora el opio es un ensueño lejano que de tanto en tanto rescatamos de los libros de historia y de esas viejas fotografías en blanco y negro acumuladas en las tristes y frías hemerotecas de los museos. Pero hubo un tiempo en Shanghai en que el opio fue el acompañante fiel de muchos hombres que no sabían cómo combatir la soledad de la madrugada. El opio significaba la renuncia y la huida de la realidad, el vuelo interior hacia el vacío, el sueño dulce de la tristeza. Entonces la noche se detenía en el centro de una gran espiral teñida por el humo que desprendían las largas pipas de madera y se hacía eterna en aquellas habitaciones oscuras, lúgubres y somnolientas, alumbradas por la pálida luz de las lámparas de aceite. Afuera pasaba el tiempo, la vida, los coches, las ilusiones, los corazones rotos, y la ciudad seguía viviendo con las horas que marcaban los relojes y los horarios del trabajo.



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