LITERATURA : "Hay Festival" david torres

En Deià, Mallorca, se inició el pasado día 28/Oct un festival literario cuya característica más destacada es el cruce de lenguas. La palabra «festival» unida al adjetivo «literario» casi da en un oxímoron, una de esas simbiosis imposibles en los que los significados chocan sus testas cual carneros en celo. Tal y como anda el patio, lleno de melendis y triunfitos, nada parece más alejado de la idea de un festival que la literatura. Por desgracia, la imagen del tedio todavía sigue asociada a la literatura como un buey a un arado. Sin embargo, la palabra «festival» viene de fiesta, y desde luego yo (al igual que muchos otros que siguen resistiendo en las barriadas y barricadas de la cultura) siempre he vivido la literatura como una fiesta. Quizá no tanto el escribir, que tiene bastante más de arado y de yugo, como el hecho puro de leer, que es el que importa. Al fin y al cabo, como dijo Juan Benet, la escritura no es más que una lectura a la enésima potencia, un análisis textual tan pormenorizado e intenso que desemboca en una crítica que acaba siendo la escritura misma. Lo demás (las conferencias, los encuentros con escritores) pertenece más bien a otro ámbito, tal vez el de la mitomanía, porque leer es el placer más solitario que existe. A veces uno intenta ponerle una cara, una voz, un cuerpo, al tipo que escribió unas páginas inolvidables, sin caer en la cuenta de que lo que debe ser inolvidable es el libro, no el tipo. Aun así, yo, si hay tiempo y ocasión, me acercaré a estrecharle la mano a Ian Mc Ewan, el autor de esa novela formidable llamada Expiación, únicamente por curiosidad, por respeto, por ver si se me pega algo. Pero hubo otro motivo para acercarse a Deià ese largo fin de semana con puente incluido, y es el carácter multilingüe del festival, la posibilidad de oír a los escritores en su lengua autóctona, de saborear la música suave, los ritmos que impone una gramática. La posibilidad de ver que el catalán, el castellano y el inglés, pueden convivir en paz, sin imponerse unas sobre otras, sin rasgarse las vestiduras sintácticas ni salirse de madre. La certeza de que las lenguas son, ante todo, instrumentos de comunicación, no panaceas, ni patrimonios culturales, ni monumentos, ni mucho menos el código secreto de un ejército o un club de fútbol. La lengua es algo mucho más grande que la nación, y eso es algo que habría que explicar a tanto político meapilas, tanto filólogo aficionado que todavía no se ha enterado, el pobre imbécil, que mientras los imperios español e inglés ya se han desmenuzado, sus idiomas no sólo siguen vivos en América o en África, sino que vuelven renacidos con la savia nueva de Carpentier, de Sábato, de García Márquez, de William Boyd, de Coetzee. Sumar siempre fue una operación aritmética mucho más rentable que restar. Incluso en cuestiones de lingüística.



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