OPINION: Con el tiempo en brazos - "La llama" ana marquez

“Ni el sol ni la muerte pueden mirarse
fijamente”
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F. de la Rochefoucauld

Creían mis mayores que el bailoteo de una llama escuálida podía acobardar a esa arrogancia de ciprés de que hacen gala las sombras. Una lamparilla de aceite, prendida en honor de cada alma que exfoliaba sus pecados en la estación de paso del Purgatorio, adornaba con su ceñuda esperanza aquellas lejanas noches de los Fieles Difuntos. Como si el fuego se hubiera erigido alguna vez en embajador de honor, entre los vivos, de los espíritus enclaustrados. Nunca fue fácil, desde luego, digerir que la muerte no es susceptible de escudriñar a cara descubierta, sin escudos protectores.

Tanto era así que, cuando noviembre asomaba por los tejados su hocico de perro moribundo, el abrazo ausente de los espectros familiares escapaba de la cárcel carcomida donde las fotografías sepias padecían la lepra del olvido. E invadían terrenos vedados. “Si ves que la llama de la lámpara tiembla o se apaga”, me decía la abuela en un susurro lúgubre que no cobijaba más que un miedo telúrico y ancestral a lo insondable, “es porque el alma del tío Fulano ha llegado al Cielo”. Y yo miraba fijamente la lamparilla como si se tratara de un diminuto oráculo que me revelaría amablemente los movimientos migratorios del mundo ultraterreno.

Quizás fue por aquella época cuando adquirí mi rara habilidad –tantas veces exhibida- para apagar llamas escuálidas... soplando desde lejos.

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Ilustración: Ana Márquez


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