OPINION : "Memento mori" inés matute

"Discusión bastante dura, vía Radio Euskadi, con Gonzalo Herranz, médico, probablemente del Opus, sobre el tema ya fatigoso de la eutanasia. Dicen siempre lo mismo; que si se abre una puerta, por ahí se colarán asesinatos de ancianos y disminuidos psíquicos / físicos. Yo replico que no hay que guiarse por el miedo, que queremos una legislación pluralista con todas las garantías para que no haya abusos, para que se respete siempre la voluntad del enfermo. Y denuncio su hipócrita coartada: porque si hubiese garantías de que no iba a haber abusos – lo que se llama “la pendiente deslizante”- ellos se opondrían igualmente a la eutanasia por razones exclusivamente ideológicas. Porque todos esos católicos integristas siguen siendo premodernos, prekantianos, y no creen en la autonomía del sujeto. Para ellos la libertad no es primordial, sino algo supeditado a la ley natural y a la voluntad divina. Tiemblan ante la posibilidad de que el ser humano pueda ser dueño de su destino. ¿Y por qué tanto temor? Pues – en el caso que nos ocupa- porque si los seres humanos se acostumbran a ser los dueños de su propio destino, la Iglesia pierde poder, pierde el viejo monopolio de las postrimerías, la manipulación del miedo a la muerte. Curioso, por cierto, mi cambio de actitud en relación con el Opus, de unos años a esta parte. Influyeron, supongo, algunos episodios: la mezquindad de P.A, esos debates sobre la eutanasia, el fanatismo de algunos, su mediocridad intelectual, su hipocresía maniobrera. Menos mal que estamos en democracia y uno puede decirles a la cara lo que piensa. A ellos, los del Opus, les resultaba mucho más connatural la teocracia franquista, un régimen de verdades absolutas”.

Salvador Pániker


Soy una cabeza pegada a un cadáver” Ramón Sampedro

Con el Oscar en manos de Amenábar, no puedo evitar recapacitar sobre el revuelo que se ha formado, durante con los últimos meses, con la muerte de Ramón Sanpedro – por no hablar de las sedaciones letales de cierto hospital de Leganés o de los kits eutanásicos que ya venden en Bruselas. 62 Euros cuesta el invento-. Los hay que defienden a Ramona Maneiro, la mano negra que proporcionó a Sampedro el veneno necesario para acabar con su calvario. También los hay que defienden la postura de los hermanos, postulando que el amor verdadero no consiste en jugarse el cuello por el potencial suicida, sino en desoír su voluntad y continuar lavándole y alimentándole – de por vida, eso sí- sin hacer nada definitivo por paliar su sufrimiento. Pero, ¿qué hacer con la dignidad del enfermo? ¿Dónde queda confinada su libertad, su libre albedrío? Personalmente me encuentro más cerca de Ramona, la responsabilidad de cuyo “crimen” afortunadamente ha prescrito, pues siempre creyó que el verdadero amor se fundamenta en el respeto; respeto hacia la voluntad de quien deseando morir ni siquiera es capaz de procurarse una muerte digna. Entiendo que el meollo de la cuestión es que cada cual pueda decidir por sí mismo, desde su plena capacidad jurídica y mental, o, en su defecto, a través de un previo testamento vital, cuando quiere y cuando no quiere seguir viviendo; que la vida no es un valor absoluto, que el concepto de vida debe ligarse al de calidad de vida, y que cuando esta calidad se degrada más allá de ciertos límites, uno tiene todo el derecho a “dimitir”, sin olvidar que en un Estado supuestamente laico deben respetarse todas las opciones. La desesperación del enfermo puede proceder tanto del cansancio de ser persona como de la incapacidad para serlo.

Entremos ahora en la parte abstracta: Ser Ana Márquez o Santos, ser Luis Arturo o Enrique, ser Luzu, un mero accidente biológico dentro de la trama única y plural de las cosas. Lo más disparatado es curiosamente lo que la gente acepta sin rechistar: pasarse la vida dentro uno mismo, no cambiar de máscara, encapsularse en la precaria identidad de unos genes, unos tics y quizás una enfermedad que nos lastra. Desde el punto de vista del ego, escalofriante resulta pensar que cuando te mueres tienes que despedirte para siempre, y no de los demás – que a ello ya te acostumbra la vida- sino de ti mismo. Adiós para siempre a esa discutible identidad única: yo. Adiós para siempre a ese ser ensimismado y alegre, a su alergia a los ácaros y a sus desvaríos nocturnos, a unas manos buenas para el dibujo e inútiles para el piano, a esos ojos que todo lo ven teñido de política, de religión, de sexo o de narcisismo. Adiós para siempre a la divinidad pretenciosa que habita dentro de uno mismo. Ya nadie, nunca más, será yo. Habrá otros miles de millones que se verán a sí mismos como yo, pero, ¡ay!, serán otros. De este contrasentido, han brotado todas las “creencias” en la inmortalidad. Trascender el ego, salirse de la jaula. No sólo vivo yo. Vive todo. Metáfora de la no-separabilidad cuántica. Polémica Einstein- Bohr. Teorema de Bell ratificando la validez de la física cuántica en contra de Einstein: el universo entero como globalidad indivisible. ¿Y qué? A Ramón Sampedro, cabeza cosida a la impotencia, nada le costaba despedirse de su yo aborrecido, enterrar al sujeto condenado a una cama y a una ventana en toma fija. ¿Quién le ayudó más, los abnegados hermanos o la imprudente Ramona? Yo ya he dicho que estoy con Ramona, con todos los que se la juegan incluso ante Dios, que tal vez contemple el suicidio como un desafío. Quién sabe, tal vez tengamos un ego demasiado grande, tanto que nos impulsa a creer que nuestra vida, y todo lo que en ella acontece, nos pertenece. Tal vez, llevados por la enajenación de la soberbia, nos creamos dueños de nuestra muerte, pero, si esto es un error, ¿Cómo saberlo?



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