LITERATURA: El Quintacolumnista - "Citas: amor y pedagogía" luis arturo hernández

(Reseña de La educación de las chicas en Bohemia, de Michal Viewegh, Metáfora, Madrid, 2000)

Miembro destacado de la generación post-Kundera, la de los años 90, el joven escritor checo Michal Viewegh es autor de La educación de las chicas en Bohemia, novela de humorismo desaforado y un auténtico éxito de ventas en la novísima República Checa.

La novela narra la relación entre un joven y atrabiliario profesor de instituto y escritor que, por medio de un taller de escritura, lleva a cabo la terapia antidepresiva de Beata, la hija del magnate Kral –“rey”, en checo-, surgido de la liberalización de la economía; su posterior pasión y finalmente la deriva alternativa de ella que se rubrica con su suicidio.

¿DOCENCIA O DECENCIA? EL CURRÍCULUM OCULTO

Con estos mimbres Viewegh construye un relato en el que la sátira de la enseñanza -y la crisis por la que atraviesa en un mundo globalizado- se cruza con la historia de amor, postmoderna y desenfadada, entre el preceptor y su joven alumna, que vivirán un idilio como profesores en el mismo gymnázium, antes de abandonar definitivamente el centro.

En efecto, La educación de las chicas en Bohemia es la caricatura de la educación pública en Praga, inspirada en la experiencia del autor como profesor de lengua checa en un instituto de Praga, vista con el escepticismo de quien va a abandonar el barco y el cinismo de quien asume la inutilidad del esfuerzo en un sistema en permanente reforma, y lo hace con un estilo grotesco, hilarante y desmesurado, festivo y tragicómico, propio de Hrabal –“conté algo sobre Hrabal (naturalmente oculté mi debilidad por la antología Os saludo, ventanas)”-, donde lo patético y lo ridículo se confunden en lo bajtiniano: la defenestración cómica–“Por la ventana de una de las clases de sexto, en el segundo piso, se cayó a la calle Vladimir Havranek, quien sin embargo no sufrió el menor daño”-; el humor negro del apedreamiento de los alumnos de la escuela de discapacitados o el de horca –“seguro que no habéis estado cuarenta minutos colgados cabeza debajo de unas anillas de gimnasia como nuestro colega Strbrny”; el uso inadecuado de los objetos–así, el caso del material militar yankee reciclado como material escolar-, entre vomitonas y el desenfreno carnavalesco del claustro, son algunas muestras de esta narración vitalista –“porque sólo una broma nos puede reconciliar con lo grotesco de la vida (S .J. Lec)”-.

Y es que “La mentalidad centroeuropea se caracteriza por dos emociones básicas: el agobio y la exagerada alegría. Lo uno sin lo otro apenas es posible. De la melancolía nace lo grotesco, lo grotesco deja tras de sí melancolía”, como afirma Josef Krouptvor, en esta lúcida síntesis de lo grotesco festivo de Bajtin y lo grotesco siniestro de Kayser.

VERANO DEL 92 o SÉ LO QUE HICISTEIS EL PENEÚLTIMO VERANO

Sin embargo, es en el lenguaje donde se aprecia de forma más explícita lo grotesco y, en especial, donde cunde la ironía que tiñe de espíritu burlón, cuando no de cachondeo, los amores ridículos entre el profe y la princesa de un rey del cuento –con casa de citas-, su “pequeña pornografía checa” –el cuento La intelectual, escrito por el narrador para el Penthouse-, o de sarcasmo respecto de las paradojas terminales del mundo occidental –régimen político, economía, cultura, espiritualidad, artes o movimientos alternativos-, mediante un autor-narrador de filiación kunderiana que tejerá el ensayo de una novela.

CASA DE CITAS

Y es “la insoportable levedad de la escritura” la que dicho narrador “autobiográfico” –cuyo currículum vitae se confunde con el del propio Viewegh- transmite al lector por medio de la reflexión metaliteraria a medida que rescribe el manuscrito jalonándolo de citas de autores que van avalando cada nueva secuencia y salpicándolo de desenfadado relativismo narrativo –“Bromitas y citas”-, dándole vueltas a la verdad de la Literatura –“hilvano alegremente fundas con la que cubrir el crudo dolor verdadero”, ¡Mañana por la mañana volveremos a decir la verdad!; o Papá y yo, cuento de Beata, una auténtica puesta en abismo de la novela y praxis del arte de verdad-, en una supuesta y verosímil historia ambientada en Zbraslav (Praga 5), en que realidad y ficción se retroalimentan –las expresiones de su hija se metabolizan en literatura y sus cartas y confesiones pasan por literatura- en un juego ida y vuelta que se resuelve en la pirueta de la ambigüedad.

Autoirónico y guasón hasta el hartazgo, en estado de humorismo clínico permanente, Michal Viewegh dedica sus dardos más envenenados a la invasión norteamericana de Praga tras la Revolución de Terciopelo –“las redacciones de los periódicos americanos preguenses Prague Post, Prognosis y Yazzyk”; “la Praga actual era para los americanos el París de los años veinte. (...) (y me quedé pensando que a lo mejor no se trataba de una explosión de creatividad sino de una explosión de alegría interior debida al curso de la corona respecto del dólar)”-, a los profesores de inglés, uno de los cuales será su rival –“Steve daba clases de inglés en nuestro colegio, porque durante el curso 1991-92 a los lectores norteamericanos todavía no los metían en la cárcel por dar clases de inglés”- y al american way of life , mientras que en su obra parece beber de autores anglosajones y de su desgalichado sentido del humor en un relato excesivamente localista, con guiños a una actualidad social efímera y un anecdotario de circunstancias propias de los años 90, si bien no carece de interés sociológico, haciendo a la vez una apuesta por una literatura simpática, que reniega de la atormentada complejidad de generaciones anteriores y hace bandera de la diversión de la escritura –habiendo dado, por lo que parece, en el clavo del mercado-.



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