ARTE: "Del interés del arte por la vanidad" kepa murua

El artista se cree el hombre más importante de su tiempo, pero no hace falta ser muy inteligente para verlo sometido como un títere que responde con una sonrisa bobalicona a las más variadas torturas del psicoanálisis. El artista que no tiene los pies sobre el suelo convive con el insignificante hombre que reivindica la figura del arte en el mundo moderno. La vida del arte pasa de refilón por la del artista, se ríe de él, lo aniquila, lo destruye con el paso del tiempo, pero, pese a su desconcierto, el artista piensa que está en el centro del universo. El artista se siente protagonista interminable de un proceso que confunde su vida con la historia del mundo. ¡Pobre idiota! Como un narciso que rejuvenece ante un futuro prometedor que nadie comprende en su verdadero eco siente su incomprensión como una afrenta. Si creer en el más allá después de la muerte es difícil, el artista cree en la muerte de su cuerpo como una prueba de la salvación de su alma. Cree en la bondad del tiempo, en su visión premonitoria, en su soberbia creadora. Más allá de los objetos representados por su habilidad, su seducción se refleja en la mera existencia del arte, pero la realidad es otra: el artista revive cuando su vanidad enfermiza le retrata ante sus semejantes. El artista piensa que nadie ve lo que él ve. Y aunque todos veamos su desconfianza, el desequilibrio, único patrimonio de la locura, retrata la sociedad en un espejo múltiple que nos traspasa los pensamientos y los deseos más ocultos. Pero así como la realidad es un reflejo de lo que acontece en un espejo donde mirarse, el artista es siempre diferente. Ante el silencio de sus semejantes, él alza su orgullo. Ante el aplauso de la gente, su desprecio. Ni rey ni soldado, ni esclavo ni libre, siempre el único capaz de entender el milagro, el elegido para descifrar lo que fue de pocos. Es el gran dilema de la vanidad ante la creación solitaria: cómo escribir después de lo que escribieron otros, cómo esculpir después de la escultura realizada por el hombre, cómo pintar tras la pintura del siglo veinte, cómo renovar el arte que mira para adelante, sin dejar de mirar atrás. Cómo ser artista sin dejar de ser hombre, es la pregunta que desconcierta al mirarse al espejo. A falta de una respuesta, el artista sondea en una interrogante que embellece las posibles interpretaciones de la vida. La confusión es tremenda: aflora el ensimismamiento del arte a condición de que el artista sea el objeto representado. En esta tentación, el artista se siente diferente porque se aleja del comportamiento mayoritario como una metáfora aparte que el tiempo coloca con un nuevo significado a nuestros pasos. Y aunque le veamos desnudo, con la sombra de la locura a un lado y la perdición a otro, volverá a adorarse en un espejo sin fondo que es el arte, donde no se ven las sombras de lo reflejado. La vanidad que está por encima del hombre tiene en el arte su doble juego: hace ver al artista lo que él necesita creer como cierto.



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