LITERATURA: Entrevista a "Mercedes Abad. Escritora" - josé luis garcía

Mercedes Abad siempre se ha movido a placer en el terreno de lo breve, genero literario intenso donde los haya. "Los cuentos son mágicos. A diferencia de la novela, o te salen o no, pero de poco sirve reescribirlos". Quizás por ello, tras su paso por la novela, ha regresado al género con el volumen Amigos y fantasmas (Tusquets).

Luis García.- Presenta nueva obra, en esta ocasión el libro de relatos Amigos y fantasmas, tras un más que meritorio pero prudente paso por la novela. ¿En que terreno se encuentra mas a gusto Mercedes Abad?.

Mercedes Abad.- Yo diría que, como creadora, prefiero no sentirme nunca demasiado a gusto. La comodidad es mala consejera, porque puedes llegar a hacer cosas complacientes. Y, por otra parte, aunque he escrito bastantes cuentos, cuando empiezo uno nuevo, siempre siento que parto de cero, que no sé nada. Cuanto más me lleva por territorios desconocidos, más me interesa la aventura de escribir. Y más placer encuentro también.

L.G.- Aunque hay quien opina que Sangre no era sino un relato breve extenso.... ¿Qué diferencias encuentra entre ambos géneros?.


M.A.- Me cuesta establecer límites entre una cosa y otra. Pero en el cuento, desde luego, no hay momentos muertos ni remansos. Es un género mucho más intenso, desprovisto de esas escenas de transición, puramente rutinarias, que tanto abundan en cierto tipo de novelas y que dan a veces la impresión de que el autor quiere estirar la narración para llegar a cierto número de páginas. En ese sentido, Sangre era una novela muy intensa, que no concedía demasiadas treguas al lector.

L.G.- ¿Es el relato breve un laboratorio de pruebas?

M.A.- La verdad es que es un género muy libre. Permite hacer cosas muy traviesas y muy audaces. Su brevedad hace que uno se sienta más proclive a experimentar cosas disparatadas. Recursos narrativos que tal vez en una novela no se sostendrían (o le pondrían grilletes al autor) funcionan muy bien en el cuento. Aunque yo creo que la novela también debería ser un laboratorio de pruebas. Pero, a la hora de la verdad, hoy en día te encuentras novelas muy convencionales, con poco riesgos, escritas rutinariamente y sin demasiadas “ideas literarias”, sin riesgo formal. Los años setenta dieron grandes novelas en ese sentido, desde Si una noche de invierno, un viajero, del gran Calvino, a La vida instrucciones de uso, de Pérec, pasando por La verdad del caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Creo que entonces los narradores se permitían ser más gamberros y divertidos.

L.G.- Háblenos de su nuevo libro.... ¿Cómo nació Amigos y fantasmas?.

M.A.-Son cuentos escritos a lo largo de cinco o seis años, algunos incluso antes de Sangre, y de tonos y estilos muy diferentes que, sin embargo, dibujan muy bien mis obsesiones como narradora. El distanciamiento irónico, los juegos con el lector y los juegos con el lenguaje. Temáticamente, me di cuenta de que en cierto modo todos los plantean, casi siempre desde un punto de vista humorístico, las pequeñas miserias de la gente, esas indignidades que todos cometemos, microfelonías las llamo yo, cosas que no confesaríamos a un cura si fuésemos católicos, pero que perfuman nuestras conciencias con cierto olor a podrido…

L.G.- ¿Qué le exige Mercedes Abad a un relato breve?

M.A.- Que me emocione, que me sorprenda. Que deje entrever densidades inusitadas, que deje tras de sí cierta estela de misterio.

L.G.- ¿Qué balance hace de su experiencia como escritora?. ¿Qué queda de aquella Mercedes Abad de Felicidades conyugales y Soplando al viento?

M.A.- Balances, uf. Parece que cuando haces balance, cierras una puerta y yo las tengo todas abiertas; tanto es así que ahora mismo noto una corriente de aire tremenda…
Lo único que puedo decir es que últimamente me hicieron dar una charla sobre A guisa de epilogo, el último relato de Felicidades Conyugales. Fue gracioso porque casi no lo recordaba. Pero también fue una experiencia brutal porque me di cuenta de que había escrito una poética, una declaración de intenciones que todavía suscribo punto por punto. Creo que la obra es una maraña. Que como escritora tengo un número limitado de obsesiones y que reaparecen de libro en libro. El tema de la amistad, por ejemplo, aparece ya en el cuento Amigas, de Soplando al viento.
Me gustaría pensar que ahora sé más que antes, pero ni siquiera estoy segura de eso. Creo que siempre estoy buscando, que he manufacturado muy pocas certezas a lo largo de estos años.

L.G.- Es una autora que no se prodiga excesivamente, de hecho su carrera literaria es breve aunque intensa.... ¿Por qué?.

M.A.- Es difícil decirlo. No me veo escribiendo un libro al año. Las cosas tienen su ritmo. Para escribir un cuento bueno, a veces escribo dos o tres mediocres, que van a parar a un cajón, cuando no directamente a la basura. Me daría mucha vergüenza publicar ciertas cosas. Retrato de Emma en el jardín, por ejemplo, tiene muchas precuelas. Es un tema que me obsesionaba desde antiguo y tengo escritos sobre él un par o tres de cuentos imparcialmente horribles. O, bueno, puede que no sean tan horribles, pero, desde luego, no son lo bastante buenos. Lo que quiero decir es que hay un proceso de sedimentación lento y complicado. Las ideas, como el vino, tienen un tiempo de maduración, y si pretendes acelerar el proceso, te arriesgas a publicar basura.

L.G.- ¿Coincide conmigo en que su carrera mantiene ciertos paralelismos con la de Cristina Fernández Cubas?. El gusto por lo breve, ese barroquismo en el lenguaje....

M.A.- La verdad es que la pregunta es un bonito elogio porque, casualmente, Cristina y yo nos hemos hecho muy amigas. Aunque creo que literariamente somos muy distintas. Es cierto que ambas partimos en nuestros relatos de situaciones cotidianas. Pero Cristina lleva los suyos hacia registros más inquietantes y amenazadores, más fantásticos también, mientras que en los míos predomina una mirada tragicómica. Ahora bien, las dos somos cuentistas, publicamos poco y, desde luego, compartimos ese amor por los juegos del lenguaje.

L.G.- ¿Qué nos depara para el futuro Mercedes Abad?

M.A.- Ahí sí que me pillas desprevenida. No me gusta hablar de proyectos concretos, porque algunos se malogran. Pero me veo alternando cuento, novela, periodismo e incluso teatro, como hasta ahora.

L.G.- ¿Cómo ve la narrativa española actual?.

M.A.- La verdad es que hay de todo. En las librerías, las novedades absolutamente convencionales, que repiten formulitas de éxito (algunas procedentes, por cierto, del siglo XIX) conviven con cosas más estimulantes. Aunque, como ya he dicho, echo en falta obras más gamberras y audaces, más radicales.

L.G.- ¿Y ese auge del relato breve tras su involuntario e injusto ostracismo?

M.A.- No sé si puede hablarse de auge. Yo más bien creo que agentes literarios y editores aún miran el cuento como un género menos comercial. Y como de entrada tienen menos fe en él, también se esmeran menos en promoverlo. Fíjate que podemos contar con los dedos de la mano los libros de cuentos que se han encaramado a las listas de los más vendidos. En Estados Unidos, Lorrie Moore y Baxter se ponen las botas, pero aquí no hay tantos que puedan decir lo mismo, aunque ciertos indicios son esperanzadores.

L.G.- ¿Cuáles son sus referentes literarios?.

M.A.- Soy muy ecléctica en mis gustos. Me encantan los escritores gamberros como Pérec, Queneau y Calvino, y de joven devoré mucho Vian y a muchos de los surrealistas. Pero también me entusiasman Saki, Maupassant, Graham Greene. Y Cheever, que es un cuentista gigantesco. Entre los escritores de mi generación, me encantan Imma Monsó y Tibor Fischer, dos escritores insolentes.



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