OPINION: Mirando hacia otra parte - "Confucio" vicente huici

En el denominado El Justo Medio, último de los cuatro libros de la tradición confuciana, hay un conjunto de aseveraciones que sorprenden por su lucidez.

Así, se parte del principio, postulado por el propio Confucio en las Analectas, de que un ser humano que aspira a ser sabio – o sea, a convertirse en junzì y apartarse del mundo de los shùmín - debería mantenerse indiferente ante el gozo, el furor, la tristeza o la alegría. Pero, a continuación, y ante la constatación de la imposibilidad de una indiferencia absoluta, más propia de dioses que de seres humanos, se afirma que, manteniendo una distancia suficiente frente a estos sentimientos, se consigue la armonía “ que es el gran objetivo del mundo”.

No es de extrañar la aparición del concepto de armonía en este contexto cultural, ya que, como ha señalado Grenet en su obra La pensée chinoise, el pensamiento oriental parte de la base común de que , siendo el ser humano fundamentalmente naturaleza, debe aspirar a un equilibrio semejante al que observa en los astros o en los ciclos estacionales, pero la lucidez del planteamiento reside sobre todo en su pragmatismo y en la equidistancia con doctrinas más radicales y pretenciosas.

No hay, en efecto, en esta teoría nada de apertura a un ser oculto, armonioso de por sí más allá de toda educación, como sugieren los taoístas. Ni nada tampoco de elusión forzada de los sentimientos y deseos mediante la ascesis y la meditación para alcanzar el nirvana, como postulan los budistas. Y nada, por fin, de represión culpable y culposa de un ser humano enfrentado al mundo, el demonio y la carne, como predican los semitas.

Frente a todo ello, por el contrario, se postula la armonía. Pero una armonía lograda, construida. Obtenida a lo largo de un perseverante esfuerzo equilibrador por medio del estudio y la introspección. Algo que por estos lares mediterráneos ya defendieron griegos como Sócrates y romanos como Séneca.



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