OPINION: "Las cenizas del jefe indio" enrique gutiérrez ordorika

Siempre escribimos sobre los mismos temas, siempre confeccionamos variaciones sobre las mismas obsesiones, siempre. La condición humana es demasiado duradera para que las diferencias entre futuro y antigüedad, por citar sólo dos sitios que nunca hemos visitado, resulten tan irreconciliables como para que  nuestros desvelos definitivos sean absolutamente novedosos. Y es que vivir, hasta la fecha, en la mayoría de los casos, ha consistido en perder la inocencia y luego lamentarlo.

Hace tiempo escribí un cuento, titulado Yol, en el que aparecía un viejo vendedor de burros, llamado Ahmet Cemil, que, mientras caminaba pesadamente con su terco asno gris por las laderas nevadas del Tepesi, renegaba, enfurecido, de la falsedad de aquellos versos de un antiguo poeta persa que decían: “La muerte es justa, ostenta la misma majestad cuando fustiga al emperador y al pobre”.

El pasado diciembre, los teletipos de las agencias informativas emitían una noticia que exhibía este curioso titular: “DECLARADO ABSUELTO 150 AÑOS DESPUÉS DE SER AHORCADO”. La noticia, que a primera vista aparentaba ser un buen hilo para enhebrar algún cuento fantástico sobre fantasmas, tenía sin embargo un aire realista de triste y tardío consuelo. En ella se daba cuenta de que al jefe Leschi, líder de una tribu indígena estadounidense, condenado en 1858 por un tribunal y ahorcado en el Estado de Washington tras ser encontrado culpable de la muerte de un soldado blanco tres años antes, había sido recientemente declarado absuelto por un “tribunal histórico”.

No sin un tinte de irremediable y dolorosa ironía, en el apunte del teletipo se decía que un tribunal especial, compuesto por siete magistrados presididos por todo un juez del Tribunal Supremo de Washington, venía a otorgar una “victoria simbólica” al ajusticiado al declarar inocente por unanimidad al jefe Leschi, ya que la muerte del mencionado soldado se produjo en un lance de guerra entre un destacamento del ejército y los guerreros Nisquallys que se resistían al injusto destierro dictado por los blancos.

La lectura de esta noticia me recordó los versos del antiguo poeta persa que figuran en el relato de Yol, quizás porque, después de todo, esos versos también se refieren a una victoria simbólica, también representan un intento de consuelo: “DECLARADO ABSUELTO 150 AÑOS DESPUÉS DE SER AHORCADO”.

Los falsos consuelos siempre cuentan con la cínica rúbrica de aprobación de los vencedores. Los vencedores de las otras victorias, no de las simbólicas sino de las reales, los que hoy anudan la cuerda al cuello y mañana reconstruyen la Historia con revisiones Post Mortem, los que hoy prenden la hoguera y pasado mañana avientan las cenizas del jefe indio.

Pero la muerte no hace justicia, no iguala la vida, no, no iguala a la víctima y al verdugo. La muerte únicamente consagra las injusticias de lo vivido convirtiendo todo en irreparable al ponerlo fin. Por eso querido Ahmet Cemil, viejo vendedor de burros, usted no se enfurecía en vano, por eso tenía usted razón cuando, un día tras otro, mientras pisada a pisada rehacía el camino en la nieve, decía que para que la muerte sea justa ha de ser justa la vida.


"El ahorcado" Toulouse Lautrec


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