OPINION: Con el tiempo en brazos - "La joven de la perla" ana marquez

Vermeer debía creer en la posibilidad de la permanencia. Debía pensar que es posible sobrevivirse a sí mismo desbaratando, una a una, las viejas argucias del Tiempo. Sólo así se puede vislumbrar el secreto de la simbiosis perfecta entre luz y melancolía que, desde hace tres siglos, se enciende a fuego lento en la inocencia circular de esos dos iris. Quien la comparó con la otra bella extraña, la de Leonardo, agredió la frescura perenne de esa boca donde se diluye en saliva cierto resplandor nórdico, procedente de una ventana, no visible en el cuadro, pero que, aún así, nadie podrá cerrar jamás.

El hombre es el único ser con anhelo de persistencia. Quizás porque es, también, el único ser que sabe de arrogancias y vanidades. El arte es uno de los escasos aliados que le sirven en su ancestral empeño por enraizarse en la historia con la firme tozudez de una catedral románica.

Consciente o no de ello, Vermeer aspiró también a la trascendencia. Pero al maestro le bastó la luz sombría de Delft, el auxilio dócil de sus pinceles, y el guiño cómplice de una perla para firmar su particular convenio con la eternidad.

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Ilustración: Ana Márquez


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