OTROS - Cine: Sueños en la caverna - "Million Dollar Baby" alex oviedo

Esperaba la resolución de los premios Oscar para escribir este artículo. Quería comprobar si la Academia era capaz de arrebatarle a Clint Eastwood el premio a mejor película y mejor director. Scorsese no era rival, lo sé. Pero estoy acostumbrado a que en América se vanaglorien de sus estruendosos fuegos artificiales o biopics de personajes que sólo tienen el interés de un documental y dejen de lado al cine de verdad. Cine con mayúsculas.

Porque “Million Dollar Baby” es eso. Simplemente. La demostración de que Eastwood es capaz de ponerse tras la cámara y crear otra película hermosa, dura, repleta de recovecos en los que profundizar una vez has salido de la sala.

En mis ojos, como imagino que en la mayor parte de los cinéfilos inteligentes, quedan durante horas las imágenes de veinte minutos gloriosos, los últimos de esta gran obra. Hasta entonces, Eastwood ha estado jugando con nosotros, nos ha llevado de un lado a otro del ring, ha esbozado los rasgos de su particular pelea a favor del buen cine. Pero la última media hora es un enorme derechazo a la mandíbula, que culmina con un golpe recio, directo, que nos deja definitivamente en la butaca preguntándonos la razón de tantas cosas, pero sobre todo la razón de que una película como ésta haya tenido problemas para convertirse en tal. Veinte minutos que quedan colgando en la memoria a modo de lágrima. De hondo suspiro.

“Million Dollar Baby” es una demostración más de que sólo unos pocos directores pueden mantener la etiqueta de clásicos. En este mercado actual de uso y disfrute, en el que la mayor parte de las películas están hechas para olvidar, sólo ciertos autores nos devuelven a la mejor época del cine americano. Del cine en blanco y negro, aquél que con poco dinero y unas semanas construía una obra maestra.

Obras cimentadas en grandes actores, en guiones que planteaban problemas y que los dilucidaban sin trampas, sin juegos malabares y sin efectos que les diesen vistosidad.

Personajes con los que te sentías identificado porque podían ser uno mismo. Perdedores que construían su particular mundo en un aire hecho de sueños, y con los que tú también soñabas porque sin duda sabías que podrías convertirte en uno de ellos.
Argumentos que mostraban dilemas morales resueltos en la individualidad personal de cada uno. Seres cotidianos, reales, llenos de verosimilitud por obra de actores en estado de gracia (aquí, Hilary Swank, Morgan Freeman o el propio Eastwood). Da igual el tema, que hable de boxeo o de superación personal, de deseos o ilusiones perdidas. Es cine en estado puro.



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