LITERATURA: Luna del Este - "Aquella fría noche de 1928" javier martín ríos

El barco había atracado esa misma mañana en el puerto del río Huangpu. Era febrero, quizás martes, miércoles... o quizás jueves, y el frío reinaba con toda su crudeza en las calles de la ciudad. Dos jóvenes de veintitantos años descendieron las escaleras del barco atraídos por la mala reputación de las noches de Shanghai. El viaje había sido muy largo y el cuerpo les pedía alejarse cuanto antes de aquel maltrecho camarote de tercera en el que habían dormido durante pesados días.

Frente al puerto se extendían el barrio de las Concesiones extranjeras. Los dos jóvenes recorrieron las calles sorprendidos por la arquitectura del lugar. Se encontraban en una ciudad china, aunque por un momento pareciera que pasearan por el centro de París, Londres o Nueva York. Fueron de cabaret en cabaret buscando el exotismo nocturno de la mujer oriental, pero sólo encontraron tristes y esqueléticas rusas pidiendo caricias a cambio de una copa de champaña. Esa noche era fría como el reflejo de la luna llena en el estanque de un jardín, quizás era martes, miércoles... o quizás jueves, y las pistas de baile bostezaban de aburrimiento y soledad.

Habían bebido algunas copas de más. El sueño exótico de la mujer oriental se había desvanecido en la noche. Entonces decidieron regresar al barco y solicitaron el servicio de dos rickshas. Comenzó a llover y los portadores chinos taparon los asientos de los vehículos para que sus clientes no se empaparan con la lluvia. Aquellos carruajes humanos trotaron sin descansar por las calles de Shanghai y poco a poco se fueron alejando del barrio de las Concesiones extranjeras. Uno de ellos se dio cuenta de que se habían salido del centro de la urbe y comenzó a inquietarse. Presentía que algo no iba bien. De pronto sufrió un golpe en la nuca y cayó al suelo, quedando medio inconsciente sobre la frialdad del barro. Su amigo había sufrido la misma suerte. Habían sido atracados impunemente. No les dejaron ni un céntimo en los bolsillos y parte de sus ropas, aunque por fortuna no les robaron los pasaportes.

Volvieron a Shanghai dejándose guiar pos las luces que se divisaban como luciérnagas heladas en la lejanía. Por fin llegaron al puerto y ascendieron sin aliento la escalinata del barco. Cuando entraron en su camarote de tercera, se dejaron caer abatidos sobre las camas, llenándolo todo de barro y escupiendo culebras y sapos por las boca. Aquella fría noche era mejor arrojarla cuanto antes en el olvido. Uno de aquellos jóvenes se llamaba Pablo Neruda, diplomático chileno en el sudeste asiático y poeta en ciernes, y el otro, Álvaro de Silva, vividor empedernido. Años más tarde Pablo Neruda pisaría de nuevo tierras chinas en dos ocasiones siendo recibido como uno de los poetas más prestigiosos y admirados del mundo. Ya eran otros tiempos y en las calles los rickshas tirados por hombres habían pasado a formar parte de la historia.


Pablo Neruda


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