OPINION: "De nana a himno de guerra" enrique gutiérrez ordorika

(Hablando de plagios)

A Jayson Blair, aquel conocido reportero del New York Times que hace un par de años estuvo de actualidad porque había logrado un elevado prestigio profesional a través de la invención de noticias y la publicación de plagios y entrevistas jamás realizadas, un editor le pagó la estimable cifra de150000 dolores en concepto de adelanto para que escribiera un libro de memorias contando la historia de sus falsificaciones periodísticas. En dicho libro, que lleva el curioso título de Arrasando la casa de mi amo, Jayson Blair, quizás para dejar constancia de que puede engañar a otros pero no a sí mismo, afirma varias veces: “Mentí, mentí y volveré a mentir”.

 
Recientemente, en una de esas secciones periodísticas que recogen noticias curiosas, se podía leer que el líder de la producción de cerillas en La República Checa, que no es otro que la fábrica Solo Sirkárna, había comenzado una batalla en los mercados extranjeros contra los plagios de sus marcas registradas. Al parecer, éstas son plagiadas sobre todo en Pakistán y China, lo que a decir de su director comercial, Veroslav Puchinger, reduce sus ventas de fósforos y perjudica su imagen, dada la mala calidad de las copias. “Este es el  caso, por ejemplo, de Israel”.

 
George Harrison, el más místico de los Beatles, fue condenado por un juez a pagar medio millón de dólares por “plagio inconsciente” a los muchachos del grupo The Chiffons que le habían acusado de apropiarse de unos compases para componer el conocido tema de  “My Sweet Lord”. K. d. Lang consiguió unos emolumentos aún más generosos de sus deidades los “Rolling Stones”, a los que denunció por fusilar su “Constant Craving”  para convertirlo en el “Has Anybody Seen My Baby” que cantaba Mick Jagger.

 
Bernardo Atxaga en su Método para plagiar que aparece en Obabakoak, dice que “el plagiario no debe usar ardides para lograr mañosamente su intento. No debe dirigir sus pasos, como si de un ladrón de pacotilla se tratara, hacia barrios alejados, o hacia callejones oscuros, sino que ha de pasear a la luz del día en los espacios abiertos del centro de la metrópoli”. Tampoco ha de elegir ningún libro raro: “se pueden utilizar mil cuentos de las mil y una noches pero ninguno de vanguardia”.

 
Hace apenas unas semanas, los periódicos se hacían eco de las revelaciones que había efectuado pocos días antes de morir la conocida compositora israelí, Naomí Shemer. La compositora reconocía en una carta enviada a su amigo y también compositor, Guil Aldema, que había plagiado la melodía de una nana vasca para componer su exitosa “Yerushalaim shel Dahab” (“Jerusalén de Oro”). Según cuentan, la  mencionada canción compuesta una semana antes del inicio de la Guerra de los seis días, no sólo se convirtió en el himno de aquella contienda sino que además, hoy en día, está considerada la canción israelí más popular de la historia.

 
Quizás las razones de que Naomí Shemer haya hecho esta confesión post mortem, cuando jamás quiso admitir el plagio en vida, no difieran mucho de las del periodista americano, Jayson Blair, cuando repite: “Mentí, mentí y volveré a mentir”. Quizás Naomí Shemer, llegada la hora de la despedida, también quiso dejar su particular testimonio de que se pude engañar conscientemente a los demás pero no se puede hacerlo con uno mismo. Quizás… Pero quizás el interrogante más desconcertante que plantee esta curiosa historia no tenga nada que ver con el plagio sino con la inquietante pregunta de hasta dónde llega la ambivalencia del alma humana. O, lo que es lo mismo, preguntarse cómo la misma melodía que alguien compone a los pies de los Pirineos para dormir con ternura a los niños, en las faldas del Golam, alguien con uniforme de soldado la puede cantar como himno de muerte.


Jayson Blair


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