OPINION : "Alexitimia, una noticia y un libro" inés matute

“La educación de los sentimientos debe lograr el equilibrio entre el conocimiento intelectual puro y las facetas afectivas y emocionales del alma. Cada vez abundan más las relaciones mecánicas con una mínima expresión de afectividad, a pesar del despliegue de una batería amplísima de conocimientos sexuales. En la pareja, el resultado de este analfabetismo suele ser la ruptura. El progreso material no sirve para nada si no va acompañado de contenido espiritual; las personas necesitan amor auténtico, aunque no sepan expresarlo”

Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas, acaba de publicar “Los lenguajes del deseo” (Ed.Temas de Hoy). En su libro, el doctor Rojas analiza el complejo mundo del deseo, motor de la existencia humana, con objeto de determinar cuánto debe controlarse y cuánto deberíamos rendirnos a él para lograr la cada vez más difícil conquista de la felicidad. Tras asegurar que “el hombre está perdido”, nos indica que en occidente el macho se ha centrado tanto en la aportación económica al hogar que ha olvidado el mundo de los afectos, llegando a padecer alexitimia, que es la casi total incapacidad para expresar los sentimientos. En plena época neorromántica, como algunos la llaman, cada vez se editan más libros de autoayuda, se discute más sobre la inteligencia emocional y se incrementa el número de afectados por el Síndrome de Amaro, que no es otra cosa que el imparable deseo de conocer la vida de los famosos en sus momentos más amargos. Según el doctor, amor, trabajo y cultura son los pilares de la felicidad. Si estos tres ingredientes se combinan sabiamente y junto a ellos aparece una personalidad equilibrada – dicho equilibrio se conseguiría sintiéndose satisfecho de uno mismo y del propio proyecto vital- la felicidad no tendría por qué ser una utopía. A nivel psicológico nunca lo tendremos todo, aunque nos aproximemos mucho al ideal de consumo que se nos propone; la felicidad sería entonces la administración inteligente del deseo, una buena relación formal entre lo deseado y lo conseguido. Pero este índice, ¿depende de la realidad o de la interpretación que hacemos de ella? “Vivimos en una época de incultura sentimental”, dice el doctor, “vemos a personas bien educadas, con un alto nivel de vida y éxito profesional, cuyas existencias acaban naufragando. A medida que avanza el campo de la razón, se retrocede en el afectivo”. En resumidas cuentas, y tras leer el libro, una llega a la conclusión de que una persona feliz sería aquella que se conoce a fondo, admite sus limitaciones y tiene equilibradas las relaciones entre amor, trabajo y cultura.

Dicho esto, pasaremos a analizar una noticia coincidente en el tiempo con la presentación del mencionado libro: A un capitán de la Benemérita le absuelven del delito de violencia de género tras probarse dos palizas a su ex amante, dado que “no existía una relación de afectividad ni cuando sucedieron los hechos ni anteriormente”. Sirviéndonos de la lógica, cabe deducir dos hechos: Uno- una buena paliza forma parte del atrezzo del afecto. Dos- inflarle la cara a tortas a un ligue ocasional es la lógica consecuencia de una relación inexistente, en la que por supuesto el sujeto-hombre es muy macho y el sujeto- hembra muy puta, y por lo tanto potencial merecedora del rosario de leches que el primero tenga a bien propinarle. Según leo, el tipo en cuestión pagó la multa correspondiente e indemnizó a la víctima por lesiones, lo cual no impidió que celebrase en el cuartel lo “bravo” que le consideraba la justicia por haber obrado como lo hizo. Triste me resulta constatar que semejantes actitudes pasan desapercibidas para la mayoría de las mujeres, aún divididas en dos grupos en la mente de ciertos sujetos: aquellas con las que se fornica, y luego se abofetea y quizás, sólo quizás, se indemniza, y aquellas que uno escoge para casarse y tener hijos, a las que se puede maltratar en la confianza de que raramente denunciarán al padre de su prole, y que sólo cuando el afecto se convierta en una estancia en la UCI ella se planteará una denuncia. Afortunadamente, también hay muchos hombres que en nada se parecen a este modelo, pero la ley, la efectividad policial y todas las medidas de amparo social no servirán de nada mientras nadie se alce en contra de esta mentalidad machista que cada vez se manifiesta más y con mayor desvergüenza. Curioso me resulta ver cómo coinciden en calendario un libro donde se nos habla de amor, de felicidad y de equilibrio y un asunto menor (el tamaño de las letras con las que se imprimió la noticia indica su aparente insignificancia) que oculta un terrible ejemplo de abuso y mala interpretación de las leyes. Ante esto, sólo cabe concluir que legalidad y justicia cada vez están más lejos, y que los libros escritos por los gurús de la autoayuda poco o nada pueden hacer por cambiar el estado de las cosas. Por más que alguna mujer acobardada se lo regale a su maltratador el día de San Valentín.



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