OTROS - Cine: Sueños en la caverna - "El aviador" alex oviedo

Últimamente me aburren las películas cuya duración sobrepasa las dos horas. A veces pienso que es una cuestión psicológica. En cuanto mi reloj biológico me señala que han pasado ciento veinte largos minutos comienzo a removerme inquieto en la butaca. Y al acabar la proyección salgo con la sensación de que el director podía haber contado lo mismo en menos tiempo.

Admito que me da pereza entrar en una sala cuando la duración de la película es mayor de lo normal. Eso hace que muchas veces no sea capaz de disfrutar de cintas a las que la crítica ha valorado positivamente. Pero en el caso de “El aviador” tenía ganas de regresar a Scorsese, de dejarme envolver por su forma de reflejar y analizar la sociedad americana.

Creo que Scorsese es en este sentido uno de esos directores que dan lo mejor de sí mismos cuando muestran la evolución de una sociedad, en este caso la americana. Lo hizo ya en “Gagsters de Nueva York” o en títulos clásicos de la historia del séptimo arte como “Taxi Driver”, “Malas calles”, “Uno de los nuestros” o “Casino”.

Sé también que le gusta retratar una época a partir de un personaje histórico como hizo en “Toro Bravo” o en su sorprendente revisión de la figura de Jesucristo. Y que se rodea de actores-fetiche a los que recurre con frecuencia para sus películas. Durante unos años Robert de Niro fue un rostro ligado a Scorsese (su alianza-amistad se saldó con algunos de los mejores títulos del director y las mejores interpretaciones de De Niro); ahora es Leonardo DiCaprio.

Ver a DiCaprio convertido en Howard Hughes era otra de mis dudas a la hora de enfrentarme a “El aviador”. La historia de Hughes es puro cine: una persona que no sólo revolucionó el cine de Hollywood sino también la aviación. Más allá de estos aspectos, sus manías por la limpieza o su percepción del futuro ni me provocan ni me excitan. No sólo eso: me molesta ese interés de los americanos por mostrarnos a sus héroes para que los reconozcamos como algo nuestro. Y me cuesta creer en DiCaprio. Al verle siempre le reconozco, no me meto en el personaje porque ni siquiera me lo creo a él. (Qué diferencia con Cate Blanchet convertida en Katharine Hepburn, capaz de imitar cada uno de sus gestos hasta crearse una conexión entre el personaje y la actriz muy poco común).

Hay secuencias que se alargan en el tiempo (la estancia de Hughes encerrado en la sala privada de proyecciones dominado ya por su locura), frente a otras que apenas se perfilan (su acelerada recuperación del accidente de aviación, con un 80 por ciento del cuerpo quemado y que sin embargo luego apenas se muestra como una breve mancha en el pecho); hay personajes que aparecen y desaparecen sin que realmente sepamos su importancia: una imponente Kate Beckinsale convertida en la sensual Ava Gardner o Jude Law como Errol Flyn.

Y queda por último esa sensación de que se pretende hacer una película grandiosa, colosal, destinada a ser premiada en Oscars y Globos de Oro, pero que al final se diluye en nuestra mente sin que logremos recordar ninguno de sus planos. Un regusto a que Scorsese necesita enfrentarse a la Mafia para sacar verdaderas chispas a su cine.



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