LITERATURA: Entrevista a - "Miguel Angel Lladó. Escritor" inés matute

Miguel Ángel Lladó Ribas es licenciado en Filología Catalana y trabaja como asesor lingüístico para la administración. Hasta el momento ha publicado las siguientes obras: “Bagdad, un conte desfet” (1992), “Deu contes ecològics” (1995), “Jardí de quarantena”(1999), “Illa de Corberana” (2000), “Antull de tu” (2001), “L’inquilí del gel”(2002), “Reivindicació de Jane”(2003) y “Tocar mare” (2003). Además de sus trabajos en prosa y poesía, es colaborador habitual en prensa y revistas especializadas. En sus diversos artículos y cartas quedan reflejadas sus principales inquietudes; la igualdad de derechos hombre-mujer, la ecología y el pacifismo, así como una preocupación muy particular al tiempo que actual: la erradicación de los malos tratos. Nuestro entrevistado de enero es portavoz del Grup d’Homes contra la Violència Masclista.

En “Bagdad, el fin de un sueño” abordas la primera Guerra del Golfo desde la óptica de dos niñas que viven las consecuencias de la guerra desde sus respectivas realidades, aparentemente antagónicas. Si pudiésemos extraer una moraleja de esta obra de lectura sencilla y mensaje claro – aclaremos que va dirigida al público juvenil- tal vez sería la siguiente: la amistad y el entendimiento son el mejor antídoto contra la guerra.

Efectivamente, la obra está concebida como eso, como un cuento en el cual los protagonistas podrían ser cualquiera de los niños que vivieron aquella guerra y que no entendían muy bien en nombre de qué principios o valores se llevó a cabo aquella invasión. El mensaje invita a romper las barreras y los prejuicios que aún existen sobre determinadas culturas y formas de entender la vida, y de paso es también una crítica a la supremacía de occidente como portadora incuestionable de valores, en cuyo nombre se han cometido y se cometen aún tantas tropelías y abusos.

En “Diez cuentos ecológicos” abordas los principales problemas medioambientales a los que se enfrenta Mallorca: la escasez de agua, la difícil integración de los inmigrantes, la proliferación de asfalto y cemento, la suciedad del litoral, el turismo de masas... Con el tiempo, algunos de estos cuentos han pasado a analizarse en las escuelas, transmitiéndose gracias a ellos un mensaje trascendental. Entiendo que este hecho te llenará de orgullo, pero mi pregunta apunta en otra dirección: ¿En qué momento y por qué motivo se rompió tu compromiso con Els Verds?

Es un tema del que no me gusta demasiado hablar. Abandoné Els Verds porque en aquel entonces –año 1995, elecciones autonómicas en la Comunidad de las Illes Balears- y por circunstancias que no vienen al caso no me sentía a gusto en el partido, pues se estaba imponiendo un pragmatismo y una visión de la política que poco o nada tenían que ver con mi forma de ser y de entender lo que debía ser un grupo como Els Verds, que debía aportar básicamente ideas nuevas, aire fresco en un panorama político donde la apatía y la ambición primaban sobre lo que algunos entendíamos que debían de ser los verdaderos intereses de los ciudadanos. No estoy diciendo con esto que la ambición no sea buena en política, creo que es necesario tenerla para llegar a cualquier parte, el problema es el uso que se hace de ella en democracia y particularmente en las instituciones que la sustentan.

En “Jardín de cuarentena” recoges todos tus pensamientos acerca de la familia, los amigos, la ideología, el amor... ¿Qué tienen los cuarenta que merezcan tanto análisis? ¿Representan para ti la llegada de la madurez?

En realidad escribí este libro, el primero de los de una serie de poesía, en un momento bastante especial de mi vida. Mis padres desaparecieron de mi horizonte al poco de haberlo escrito, habíamos descubierto que nuestro segundo hijo tenía una discapacidad psíquica, dejábamos de ser jóvenes sin ser aún lo suficientemente mayores o viejos como para renunciar a muchos ideales, aprendíamos a valorar, efectivamente, tesoros como la amistad, la fidelidad, la coherencia... Supongo que madurábamos, en definitiva, o al menos la sensación que yo tenía era que me estaba acercando a algo parecido a la madurez, una especie de lago de media etapa en una orilla del cual te sientas para observar lo que has subido y lo que te queda por subir, creo que eso sería lo que define el espíritu de “Jardí de quarantena”.

Escribiste el poemario “Antojo de ti” como un homenaje a tu mujer, que en el año de su publicación cumplía 40 años, edad delicada para muchas de nosotras: la juventud perdida, el declinar de la belleza física, época de balance... Con esta obra, recibiste la Rosa de Oro de la Pau de Castellitx. Sinceramente, sin dejar de ser una loa a la convivencia (con todo lo que ello conlleva) creo que escribiste el poemario que a todas las mujeres nos gustaría protagonizar o inspirar. ¿De dónde sale esta sensibilidad tuya para ponerte en la piel de una mujer?

Pues no lo sé, lo cierto es que me planteé este libro un poco como un reto: quería ver que era capaz de escribir en términos amorosos –de relación amorosa o afectiva, quiero decir- después de casi veinte años de convivencia con mi pareja. Quería ver qué quedaba después de la pasión inicial que toda relación comporta, cuál era, por decirlo de algún modo, el poso que quedaba en aquella botella después de todos esos años, su textura, su color, su aroma, intentar extraer todos estos matices y explicarlos a través de un lenguaje directo y claro, pero a la vez con una carga poética suficientemente tensa y sobria para no caer en el sentimentalismo o en lo que ahora se llama “salsa rosa”. A mi pareja le gustó y le convenció, y creo que ese es el mejor halago, pues sin ella obviamente esas palabras o sensaciones no existirían.

En “Isla de Corberana”, III Premio de Alella a María Oleart, te enfrentas a la muerte de tu padre escribiendo un bellísimo diálogo transgeneracional. Biografía y escritura en tu caso siempre van unidas, ¿qué tiene la escritura de exorcismo, de terapia espiritual?

“Illa de Corberana” es un pequeño homenaje a la persona de mi padre, aunque funciona un poco como un diálogo que probablemente nunca existió, o al menos en los términos en que está formulado en el poemario. Corberana es un islote que está al sur de Mallorca, muy cerca de la Colonia de Sant Jordi, un lugar paradisíaco y en el que se centra una anécdota alrededor de la cual gira toda la trama. Azarosamente mi padre fue nombrado “Señor de Corberana” por un buen amigo suyo, un título puramente epistolar y amistoso, algo así como la Isla Redonda de Julián Marías, pero a mí me complació esta distinción y, a su muerte, decidí heredar aquel peñasco y hacer incluso un bello gesto simbólico, pues una copia del poemario está enterrada allí entre piedras, sal y alguna gaviota vigilante. Si tuviera que definir la sensación que experimenté con esos versos y su circunstancia adyacente sería la de vibrar intensamente, seguramente como el más poderoso antídoto contra la muerte.

Escribiste “El inquilino del hielo” cuando descubriste que el segundo de tus tres hijos padecía un trastorno relacionado con el autismo, dedicando el libro a todas aquellas personas que con su trabajo luchan por romper los muros del silencio. El libro transmite un mensaje de esperanza sin triunfalismos, y, tras la lectura, una no puede evitar sentirse fascinada por tu hijo Luis, por tu inmenso amor hacia él. ¿Por qué escribiste este libro?

Cuando descubrimos el problema de nuestro hijo necesitaba de algún modo enfrentarme al mismo de manera positiva, sin triunfalismos como bien dices pero al mismo tiempo como diciendo: bien, las cosas son así o han venido así, por algo será, voy a expresarte todo lo que siento por ti y todo lo que desde mi perspectiva como padre estoy dispuesto a transmitirte de bueno para que juntos caminemos por esos senderos helados del silencio. Es un tema duro, pues afecta básicamente a la capacidad de comunicación de las personas, por eso me recreé en inventar -desde un punto de vista poético, por supuesto- un mundo aparentemente cerrado y hermético, pero mágico a la vez, en el que entender sus anhelos y sus necesidades, de intuirlas al menos; pensé que ello me ayudaría y le ayudaría también a él.

En “Tocar madre” (Premio Miquel Àngel Riera de Narrativa 2003) te enfrentas a la muerte de tu madre a través de un dietario-epistolario, reivindicando la figura de la mujer tradicional, una mujer sacrificada volcada en la casa y en los hijos. De nuevo un libro premiado que aborda el secreto encanto de lo cotidiano, de un mundo que ya casi no es el nuestro. Eres tímido, eres feminista y eres observador, ¿Cómo ves a la mujer actual? ¿Cuál es el reto al que se enfrenta el hombre contemporáneo en su relación con la mujer “liberada”? ¿Qué reivindicas para esa Jane a la sombra de Tarzán?

Yo no diría exactamente que “Tocar mare” es un libro que reivindique a la mujer tradicional dedicada enteramente a las labores domésticas y al cuidado de los hijos. Más bien lo que intento expresar es el sentimiento hacia una generación de mujeres, las nacidas en el primer tercio del siglo XX, más o menos, que por las circunstancias que todos conocemos no pudieron desarrollar sus capacidades intelectuales de manera natural y se vieron abocadas a ese rol, con independencia de que luego se realizaran o no en el mismo, que de todo hay, evidentemente. Creo que esa figura y la de Jane del libro de “Reivindicacio de Jane” tienen paralelismos, aunque en este último caso se aborde un problema muy concreto y terrible cual es el de la violencia que padecen multitud de mujeres en el mundo por el solo hecho de serlo. Y conviene aclarar los términos de una vez, el feminismo no es un movimiento que pretenda invertir los términos de dominación de unas personas sobre otras o de una determinada concepción de las relaciones entre hombres y mujeres, sino que aquello que pretende básicamente es la igualdad de derechos, algo tan simple y consagrado en la mayoría de constituciones democráticas y en la mismísima Declaración de los Derechos Humanos. Creo que a pesar de los avances aún queda mucho por hacer y andar, y especialmente pienso que somos los hombres los que en este terreno deberíamos ya a empezar a mover pieza en esa dirección igualitaria.

¿Para cuándo el próximo libro, de qué tratará?

Tengo un libro de poemas que tiene un título provisional, “Carboni 14”, un intento nuevamente en clave poética de descubrir el famoso eslabón perdido que se supone que nos diferencia de las bestias o los seres irracionales, aunque a la vista de lo que hay uno ya empieza a tener dudas sobre esas diferencias... Yo defiendo que ese eslabón es el amor, sin más, y eso, claro, no puede demostrarse en ninguna probeta ni laboratorio, por eso creo que el lenguaje poético es idóneo para intentarlo.

Hasta ahora no has escrito nada en castellano. ¿Qué relación mantienes con el idioma catalán? ¿Eres un escritor reivindicativo de su lengua?

Ciertamente casi toda mi producción literaria hasta el momento es exclusivamente en catalán. A pesar de ello no me considero un escritor nacionalista, al menos en el sentido ortodoxo de ese término. La lengua para mí es sobretodo el vehículo a través del cual canalizo mis emociones y sentimientos, y la verdad es que se me hace extraño usar otra lengua que no sea el catalán para ello, pues como bien has dicho, mi obra, hasta el momento, va muy ceñida a lo cotidiano y familiar, a mi entorno afectivo. Soy de los que creo que las lenguas son un patrimonio que nos concierne a todos, algo así como la diversidad biológica de las especies, y desde ese punto de vista sí pienso que hay que luchar por preservarlas y defenderlas dentro de esa pluralidad que es el mundo y sus variopintas culturas.

En el prólogo de uno de tus libros nos desvelas tus aficiones favoritas: cocinar, escribir y hacer el amor, aunque al parecer no estás seguro de hacer bien ninguna de las tres. ¿Quién es Miguel Ángel Lladó?

Pues es bien sencillo, soy una persona que ama la vida y a la gente que me rodea, pues creo que eso es en síntesis la esencia de todo ser humano, vivir, comunicarse y relacionarse desde unos parámetros que nos proporcionen felicidad y que nos acerquen lo más posible a la justicia. Desde esa vertiente esas tres facetas que señalas, sin perjuicio de muchas otras, no son unas malas premisas para entender que hacemos aquí y para que hemos venido a ese rincón del universo. Así de simple, aunque probablemente bastante más complejo a la hora de llevarlo a la práctica. Me siento bien escribiendo, ayudando a los míos, amándolos, cocinando para ellos. Tal vez no sea muy profundo filosóficamente pero a mí me sirve, y si también puede servir a los que me leen pues mejor que mejor, ¿no te parece?



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