OPINION: "Veinte años después de la profecía de Orwell" enrique gutiérrez ordorika

El año de la invasión norteamericana de Irak fue también el del centenario del nacimiento de George Orwell, un centenario que pasó casi desapercibido entre nosotros y que conmemoraba la figuraba de un intelectual incómodo. Arquetipo del pensador inconforme que, como decía el propio Orwell, asume, en cualquier circunstancia, que “libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Orwell se paseó por el frente de guerra en el que se desangraban las ilusiones republicanas con un balazo en el cuello y un imperecedero desasosiego, extraído del lado oculto de aquel matadero, que le convencieron de que en el servicio a la verdad tan importante es invertir el valor en denunciar tiranos como en luchar contra las falsas esperanzas, aunque ello te abone permanentemente al banquillo de los perdedores.

Cualquier melancolía pertenece al pasado y el testimonio intelectual siempre ha de estar comprometido con las verdades del presente. Las lecturas del futuro pertenecen a otros, descansan en territorio ilusorio. En este sentido, aunque la obra de George Orwell normalmente aparece encuadrada dentro de las profecías sociales, sus escritos, incluida 1984 que a menudo aparece reseñada como un clásico de las novelas de anticipación, tienen mucho menos que ver con las visiones o los augurios de un profeta que con las observaciones de un testigo de la época que le tocó vivir. Una época trágica, en la que a menudo compartían taza de café verdugos y soñadores, y casi siempre mentían las palabras.    

Aunque sus “profecías” fueron malinterpretadas y póstumamente manipuladas para emplearlas como panfletos al servicio de la contrapropaganda en la guerra fría, en ellas, además de la denuncia de la aberración estalinista, existía también una seria advertencia sobre un deseo de fascismo que a pesar de la derrota de Hitler seguía vivo en la trastienda democrática occidental.

Y es que, terminada la última gran contienda, aunque los fabricantes no incluyeran el aviso en el paquete, los humos de los cigarrillos “de la victoria y de la libertad” también se liaban con sustancias cancerígenas. Orwell murió poco antes de que el McCarthysmo iniciara “la caza de brujas” o de que los EE.UU. comenzaran a bendecir el paso de oca de los dictadores militares que iban a copar el cono sur americano.

Escrito en 1949, el 1984 orweliano no era un relato de un tiempo venidero sino la negra crónica de una enfermedad existente antes de que a Orwell le cerrara los ojos ninguna tuberculosis, una crónica que si conserva valores paródicos de la realidad actual en este año 2004 que acabamos de terminar, no obedece a ningún don profético sino a un testimonio en el que se ofrecen indicios ciertos de que las palabras mienten.
Veinte años después de la profecía de Orwell, en la neolengua de las pantallas del renovado Gran Hermano las tres consignas de los actuales Ministerios de la Verdad hacen de estribillo de los tristes anuncios de elecciones el próximo enero en Irak: La Guerra es la Paz, La Libertas es la Esclavitud, La Ignorancia es la Fuerza. El mejor Orwell se vuelve a sentar en el banquillo de los perdedores: la verdad nunca caduca, tan sólo renueva los enemigos.


Geoge Orwell


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