OPINION: Con el tiempo en brazos - "La única patria" ana marquez

“Aquí estás, con tus grises y ateridas piquetas...”
R. Alberti (Invierno)

“Duela este sol un día
cuando llegue el invierno”.
Félix Grande



Me he aferrado a un sorbo de sol transitorio para sobrevivir al acebo que se le marchita a enero por las aristas. Las figuras del belén duermen ya su hastío de escayola hasta que otra alborada de diciembre les apague el olor a desván que tienen todas las cosas bellas pero prescindibles.

No es una hazaña cualquiera ésta de supervivir. Llegar viviendo a este vacío pálido de enero, con la dignidad y el estómago ilesos tras superar el agobio de las eau de toilettes (¿por qué en los anuncios el olfato siempre es telonero del sexo?), el empalago clasista de los bombones con pedigrí (¿existirá esa rara avis que gusta de visitas imprevistas y multitudinarias?), la obligada indigestión de marisco, los villancicos de estribillos laberínticos e insufribles, la orondez de los occidentales disfrutando de nuestros opíparos privilegios.

Y, sin embargo, se vive con cierta alegría, no siempre autoimpuesta, la pesadez edulcorada del solsticio. Una alegría añeja, rescatada de la memoria cíclicamente a golpe de nostalgia. Un gozo un tanto rancio, un tanto desvaído ya por el uso, pero sereno y agradable, devuelto a este presente, descreído y ajetreado, por la avidez redonda de todos esos ojos infantiles. Los críos aplastan la nariz contra las vitrinas escandalosas de diciembre a la búsqueda del juguete anhelado y yo pienso en aquella vez que un caballito-balancín me hizo creer que el mundo era un lugar bello y seguro. Sólo nos salva el ayer. La infancia es la única patria del hombre, sí, y el único espacio de despreocupación sin mácula.

Hubo un tiempo en que sonreíamos en Navidad sin esforzarnos. Sólo la inocencia permite la espontaneidad del gesto, de la dicha y la palabra. Hubo un tiempo feliz en que no nos dolía el sol convicto cuando llegaba el invierno y sus grises y ateridas piquetas.

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Ilustración: Ana Márquez


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